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Nace la revista National Geographic

Washington (EE UU), octubre de 1888.— Nueve meses después de fundarse la National Geographic Society en Washington (acta de incorporación del 27 de enero de 1888), vio la luz el Volumen I, Número 1 de The National Geographic Magazine, una revista pensada como órgano científico para reunir ensayos, notas y memorias de geografía.

El número inaugural, impreso por Tuttle, Morehouse & Taylor (New Haven, Connecticut), abría con el “Introductory Address” de Gardiner G. Hubbard —primer presidente— y con un “Announcement” que explicitaba la misión: “aumentar y difundir el conocimiento geográfico”.

Aquel debut tuvo forma académica: no incluía fotografías, costaba 50 centavos y lucía una cubierta de papel color castaño, muy lejos del imaginario visual que la haría célebre décadas después.

En sus 98 páginas reunía textos de figuras como W. M. Davis (“Geographic Methods in Geologic Investigation”), W. J. McGee, A. W. Greely y Henry Gannett; también publicaba los estatutos, la certificación legal y la lista de miembros, consolidando a la Sociedad como foro de referencia en EE. UU. para la investigación geográfica.

El índice del primer número refleja bien el espíritu de la época: ciencia aplicada y cartografía al servicio del país, con artículos sobre la gran tormenta de marzo de 1888, el Levantamiento Costero y el mapa de Massachusetts, junto a un alegato programático de Hubbard a favor de coordinar, bajo una entidad nacional, el esfuerzo de exploradores, topógrafos, meteorólogos y educadores. Esa mezcla de metodología, clima y mapas anticipaba la vocación de puente entre el laboratorio y el público culto que caracterizaría a la cabecera.

Con el tiempo, la revista evolucionó del boletín erudito al gran medio ilustrado. El famoso marco amarillo no llegaría hasta febrero de 1910, y el gran salto visual se produciría en 1905, cuando Gilbert H. Grosvenor apostó por un reportaje fotográfico de 11 páginas sobre el Tíbet, gesto que multiplicó la base social de la Sociedad y redefinió la identidad del magazine. Pero en 1888 todo era aún texto y tablas: National Geographic estaba poniendo los cimientos —serios y pedagógicos— de un nuevo público para la geografía.

Visto en perspectiva, el número inaugural cristaliza una coyuntura clave: en enero de 1888 un grupo de 33 científicos y exploradores se reunió en el Cosmos Club para crear una sociedad nacional; en octubre, esa sociedad ofrecía ya un vehículo editorial que organizaba conocimiento, normalizaba métodos y cartografiaba prioridades científicas de un país en expansión.

De la portada castaña sin fotos a las iconografías globales del siglo XX, el trayecto de la revista explica por qué aquel primer fascículo, sobrio y programático, fue más que una novedad editorial: fue el punto de partida de una cultura visual y científica que terminó por popularizar la geografía para millones de lectores.

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Melbourne prueba el tranvía eléctrico en la vía pública

Melbourne (Australia), 25 de septiembre de 1888.— Este martes pasó algo que quizá en su momento no pareció tan trascendental: una prueba con un tranvía eléctrico. Nada de inauguraciones rimbombantes ni bandas de música. Solo un ensayo técnico, discreto, pero que terminaría siendo el primer paso hacia algo mucho más grande. Un año después, la ciudad ya tendría la primera línea eléctrica de tranvías de todo el hemisferio sur.

El tranvía que probaron ese día era del sistema Julien, diseñado originalmente en Francia y adaptado aquí por ingenieros locales. Funcionaba con un acumulador eléctrico que llevaba escondido bajo el suelo, lo cual debió resultar desconcertante para quienes estaban acostumbrados a ver caballos tirando de los vagones. Los asistentes —funcionarios del ayuntamiento, técnicos de la Melbourne Tramway and Omnibus Company— miraban con cierto escepticismo. Por entonces, los sistemas de cable y vapor funcionaban bastante bien, ¿para qué cambiar?

Pero la cosa llamaba la atención. Según contaron los periódicos de la época, aquel martes por la tarde decenas de vecinos se acercaron a Toorak Road, en South Yarra, atraídos por la promesa de ver «una máquina de movimiento limpio, sin olor y sin esfuerzo visible». Y es que un vehículo sin humo, sin ruido de cascos, sin el olor característico de los caballos… tenía algo de mágico. O al menos, extraño.

Noticia sobre la prueba del tranvía Julien publicada en The Telegraph, St Kilda, Prahran and South Yarra Guardian, 1888
Noticia sobre la prueba del tranvía Julien publicada en The Telegraph, St Kilda, Prahran and South Yarra Guardian el sábado 29 de septiembre de 1888.

Ese mismo mes, los visitantes de la Exposición Internacional del Centenario, en el Royal Exhibition Building, podían subirse a otro tranvía eléctrico, aunque ese apenas recorría 300 metros. Era más bien una atracción de feria, impulsada por una central eléctrica montada para el evento. Aun así, daba la sensación de que algo estaba cambiando.

La prueba de Toorak Road no llegó a más. No hubo línea inmediata ni servicio regular. Pero el 14 de octubre de 1889 —apenas un año después— la Box Hill & Doncaster Tramway Company abrió al público la primera línea eléctrica de Melbourne: más de 10 kilómetros de recorrido. Fue casi un experimento comercial, una apuesta arriesgada que, al final, funcionó.

Tranvía de batería Julien's Patent, en Henley Beach, Adelaida, el 9 de enero de 1889.
Tranvía de batería Julien’s Patent, en Henley Beach, Adelaida, el 9 de enero de 1889.

Vale la pena mencionar que Melbourne no iba exactamente a la cabeza en esto. Berlín ya tenía su línea pública desde 1881. Blackpool, en Inglaterra, operaba la suya desde 1885. Y en Richmond, Virginia, acababan de estrenar en 1888 una red completa que luego serviría de referencia para otras ciudades estadounidenses. Digamos que Melbourne llegó tarde a la fiesta, pero se quedó mucho tiempo.

Lo curioso es que aquella pequeña prueba de 1888 —que en su día quizá pasó sin pena ni gloria— acabó siendo el inicio de una de las redes de tranvías más grandes y reconocidas del planeta. No hubo fuegos artificiales, ni grandes titulares. Solo un tranvía silencioso deslizándose por una calle de South Yarra, mientras un puñado de curiosos observaba y pensaba: «Esto puede que vaya a alguna parte».

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Chile toma posesión de La Isla de Pascua

Hanga Roa (Isla de Pascua), 9 de septiembre de 1888.— Aquel día, en una ceremonia realizada en Rapa Nui, el marino chileno Policarpo Toro tomó posesión de la isla en nombre del Estado de Chile. El ariki (rey) Atamu Tekena y un consejo de jefes firmaron el acta. Ese documento —que algunos llaman Acta de Proclamación y otros de Cesión— dio inicio a la soberanía chilena en el territorio. Los manuscritos originales están preservados por la Biblioteca Nacional de Chile.

El acta sobrevive en versión multilingüe: español, francés y un texto en rapanui con influencias del tahitiano. Es una de las piezas más citadas cuando se habla del acuerdo de 1888, aunque no necesariamente la más clara. La transcripción en español deja constancia de la cesión de soberanía al gobierno chileno. Pero aquí viene lo interesante: la literatura especializada señala que el texto rapanui podría interpretarse más bien como un «acuerdo de voluntades», un matiz que no es poca cosa. Esa diferencia ha alimentado discusiones sobre qué fue exactamente lo que se cedió aquel día, especialmente en lo que respecta a las tierras.

Acta de proclamación de la cesión de La Isla de Pascua a Chile, 1888.
Acta de proclamación de la cesión de La Isla de Pascua a Chile (9 de septiembre de 1888). Manuscrito en castellano y mezcla de tahitiano con rapanui antiguo, firmado por Policarpo Toro.

¿Cómo se llegó a esto? Durante los años previos, Toro había gestionado ante socios europeos, la Iglesia y los propios isleños los pasos para el traspaso. Finalmente regresó al mando de la corbeta Angamos y formalizó la toma de posesión ese 9 de septiembre de 1888. La imagen de la bandera chilena izada en la isla quedó instalada en la memoria estatal y en las colecciones patrimoniales como un hito de la expansión chilena en el Pacífico.

Las consecuencias no tardaron en llegar. En los años siguientes, el Estado chileno arrendó Rapa Nui a una empresa privada que transformó gran parte del territorio en una estancia ovejera. La población rapanui quedó confinada a espacios reducidos y su economía terminó subordinada al régimen ganadero. Este giro —tanto productivo como administrativo, documentado por Memoria Chilena— explica buena parte de la tensión social que acompañó a la isla hasta bien entrado el siglo XX.

A más de un siglo de distancia, el acto de 1888 sigue siendo un pilar documental, sí, pero también un campo de debate jurídico-histórico bastante vivo. Por un lado, sirve como prueba fundacional de la soberanía chilena; por otro, la coexistencia de esas versiones —y lo que cada una dice, o parece decir—, ha generado interpretaciones distintas dentro del mundo académico y de las organizaciones rapanui sobre el alcance real del compromiso que firmaron Atamu Tekena y los jefes.

Esa doble lectura forma parte del contexto histórico necesario para entender el presente de la isla: una sociedad que ha logrado preservar su lengua y cultura, y que, al mismo tiempo, dialoga con el Estado chileno sobre autonomía, tierras y patrimonio a partir de un documento fechado aquel 9 de septiembre de 1888.

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Lesseps promete abrir el Canal de Panamá en 1890 ante la élite científica de Bath

Bath (Londres), 7 de septiembre de 1888.— Ferdinand de Lesseps subió al estrado de la 58.ª reunión de la British Association for the Advancement of Science (BAAS) en Bath con la seguridad de quien ya había cambiado el mapa del mundo una vez. Su mensaje fue directo: el Canal de Panamá estaría operativo en 1890.

El cable que salió ese día desde Londres hacia Sydney no dejaba lugar a dudas. The Sydney Morning Herald lo publicó tal cual, y los periódicos estadounidenses añadieron un detalle: Lesseps hablaba de tener listas «diez esclusas» para esa fecha. Viniendo de él, parecía creíble.

Noticia de The Sydney Morning Herald sobre el Canal de Panamá, 1888.
Noticia de The Sydney Morning Herald, el 10 de septiembre de 1888, titulada «La finalización del Canal de Panamá» y en la que se indicaba que Lesseps había asegurado que el Canal se inauguraría en 1890.

Este francés, nacido en 1805, había conseguido algo que muchos consideraban imposible: abrir el Canal de Suez en 1869, uniendo el Mediterráneo con el mar Rojo y acortando miles de kilómetros en las rutas comerciales. Diplomático, visionario y tenaz.

Con ese aval, liderar el proyecto panameño en los años ochenta parecía la continuación lógica de su carrera. Aunque Panamá era otra historia: un territorio colombiano con selva impenetrable, lluvias torrenciales, mosquitos portadores de fiebre amarilla y malaria.

Retrato de Ferdinand de Lesseps (CCO).

El plan original de construir a nivel del mar pronto se reveló inviable, y hubo que repensar todo con esclusas. Pero los problemas no eran solo técnicos: el dinero empezaba a escasear y los trabajadores morían por docenas.

La promesa de Bath no llegó ni a cumplir un año. En febrero de 1889, la Compañía Universal del Canal Interoceánico quebró. Lo que siguió fue un escándalo mayúsculo: sobornos a políticos, prensa comprada, inversores arruinados. Entre 1892 y 1893, el asunto explotó en los tribunales. Lesseps fue condenado, aunque la Corte de Casación acabó anulando la sentencia. Pero ya daba igual: su reputación quedó tocada y el canal francés era historia.

El SS Ancón en la inauguración del Canal de Panamá,
En la inauguración del Canal de Panamá, el SS Ancón pasa el deslizamiento de Cucaracha, dirección norte, el 15 de agosto de 1914. (Dominio Público).

Pasaron más de dos décadas hasta que Estados Unidos retomó las obras. Mantuvieron el sistema de esclusas —al final, los franceses tenían razón en eso— y el 15 de agosto de 1914 el vapor SS Ancon cruzó por primera vez de un océano a otro. Hubiera sido un día de fiesta mundial, pero Europa acababa de prenderse fuego con la Primera Guerra Mundial, así que la inauguración fue discreta, casi íntima. El canal funcionaba, eso era lo importante. Y a día de hoy, sigue funcionando.

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Kodak revoluciona la fotografía con la primera cámara de uso no profesional

Rochester (Nueva York) , 4 de septiembre de 1888.— Un empresario llamado George Eastman acudió a la oficina de patentes del estado de Nueva York con un invento que, aunque él quizá no lo sospechara del todo, iba a alterar la forma en que el mundo se miraba a sí mismo. Registró su cámara bajo el número US 388,850, y con ella nacía la marca Kodak.

Hasta entonces, hacer una fotografía era casi un ritual reservado a técnicos con bata blanca y conocimientos de química. Había que cargar placas, manejar líquidos, calcular tiempos de exposición… Nada que una persona corriente se atreviera a probar sin ayuda. Eastman, sin embargo, pensó que eso podía —o debía— cambiar.

Su cámara era pequeña, ligera y, sobre todo, fácil de usar. Podía usarse con una sola mano, no pesaba demasiado y venía con un carrete ya cargado para cien fotos, lo cual, en aquel momento, parecía una cantidad casi absurda. Costaba 25 dólares, un precio considerable, pero asumible para la clase media que empezaba a disfrutar de sus primeros lujos domésticos.

Primera cámara Kodak con su estuche.
Primera cámara Kodak con su estuche, 1888.

El verdadero golpe de ingenio, sin embargo, no fue técnico sino logístico. Eastman ideó un sistema que simplificaba el proceso hasta lo impensable: cuando se terminaba el carrete, el cliente enviaba la cámara entera a la fábrica en Rochester. Allí los empleados revelaban las imágenes, colocaban un nuevo rollo y devolvían el aparato listo para seguir fotografiando. Todo ello por diez dólares adicionales. Hoy podría parecer un modelo incómodo, pero en su época era casi mágico: bastaba con apretar un botón y esperar.

De hecho, esa idea se convirtió en el lema de la marca, tan directo que causó sensación: “You press the button, we do the rest.” (“Usted aprieta el botón, nosotros nos encargamos del resto.”) En apenas unos meses, la frase se popularizó y el nombre Kodak empezó a ser sinónimo de fotografía.

Anuncio de la primera cámara Kodak de 1888
Anuncio de la primera cámara Kodak, 1888.

Podría decirse que Eastman no solo inventó una cámara, sino una forma de mirar el mundo. Con su sistema, la fotografía dejó de ser un arte reservado a profesionales para convertirse en una afición accesible. Familias, viajeros y curiosos comenzaron a registrar su vida cotidiana, seguramente sin saber que estaban construyendo la memoria visual del siglo XX.

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París bajo la sombra nazi: secretos y héroes en la ciudad ocupada

Un paseo por sus cicatrices de guerra, desde la ocupación hasta la liberación

París, verano de 1940. La ciudad, acostumbrada a la elegancia y el bullicio, despierta con un silencio extraño. Los cafés de Montparnasse han bajado la voz, los artistas de Montmartre han guardado sus pinceles y los parisinos, siempre ingeniosos, ahora caminan con la mirada baja.

Pero en los Campos Elíseos, el ruido de los motores alemanes rompe la quietud: Adolf Hitler, el hombre más temido de Europa, pasea triunfante por la avenida más famosa del mundo. No es una visita cualquiera; es la postal de la ocupación, el símbolo de una ciudad que, por un instante, parece haber perdido su alma.

El Führer, acompañado de Albert Speer y Arno Breker, recorre los Campos Elíseos al amanecer, deteniéndose ante el Arco de Triunfo. No hay multitudes, solo soldados alemanes y el eco de botas sobre el asfalto.

Hitler observa la ciudad con una mezcla de admiración y arrogancia. París, la joya de Europa, está a sus pies. Pero ni siquiera él puede imaginar que, bajo esa aparente calma, la ciudad ya está tramando su venganza.

Adolf Hitler, Albert Speer y Arno Breker frente a la Torre Eiffel
Adolf Hitler, Albert Speer y Arno Breker frente a la Torre Eiffel (National Archives at College Park, Public domain, via Wikimedia Commons).

Los rostros de los libertadores de París

Avanzamos por la avenida, dejando atrás la sombra de Hitler, y nos dirigimos hacia el Museo de Orsay. Hoy, es un templo del impresionismo, pero en 1940 era la Gare d’Orsay, una estación de tren vibrante y caótica.

Durante la guerra, sus andenes se llenaron de soldados franceses que partían hacia el frente, de familias despidiéndose entre lágrimas y de oficiales alemanes que la usaron como punto estratégico. El bullicio de los trenes se mezclaba con el miedo y la esperanza, y las paredes de la estación fueron testigos de miles de historias anónimas.

Cruzando el Sena, el Petit Palais nos recibe con su fachada majestuosa. Frente a él, una escultura de Winston Churchill avanza con paso decidido, bastón en mano y gesto desafiante.

Churchill, el bulldog británico, nunca pisó París durante la ocupación, pero su espíritu de resistencia se siente en cada rincón. La estatua, inaugurada décadas después, es un recordatorio de que, incluso en los días más oscuros, hubo quienes nunca se rindieron.

Estatua de Winston Churchill cerca del Petit Palais en París, Francia.
Estatua de Winston Churchill frente al Petit Palais en París, Francia. (DiscoA340, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons).

Unos metros más allá, frente al Grand Palais, se alza la figura de Charles de Gaulle, el general que se negó a aceptar la derrota y que, desde Londres, animó a los franceses a resistir. Su estatua, erguida y solemne, mira hacia el futuro, como si vigilara que la ciudad nunca vuelva a caer en manos enemigas.

El Grand Palais, por cierto, fue utilizado por los nazis como garaje para sus vehículos militares, un destino insólito para un edificio dedicado al arte y la cultura.

Estatua de Charles de Gaulle prente al Grand Palais, París
Estatua de Charles de Gaulle prente al Grand Palais, París (giggel, CC BY 3.0, via Wikimedia Commons).

Dejando atrás los monumentos, nos adentramos en el cementerio de Père-Lachaise, un lugar donde la historia y la memoria se entrelazan entre lápidas y cipreses.

Aquí descansa Francisco Boix, el fotógrafo español que, prisionero en el campo de concentración de Mauthausen, arriesgó su vida para sacar al mundo las imágenes del horror nazi. Sus fotografías fueron pruebas clave en los juicios de Núremberg, y su tumba, sencilla pero siempre adornada con flores y banderas republicanas, es un homenaje a la valentía y la verdad.

Tumba de Francisco Boix en el cementerio de Père-Lachaise
Tumba de Francisco Boix en el cementerio de Père-Lachaise (Pierre-Yves Beaudouin / Wikimedia Commons).

Espías, librerías y nazis

El sonido de las campanas de Notre Dame marca un momento crucial en nuestra ruta. El 25 de agosto de 1944, cuando París fue finalmente liberada, las campanas de la catedral repicaron con una alegría que la ciudad no había sentido en años.

Fue el anuncio de que la pesadilla había terminado, de que la vida podía volver a florecer en las calles y los cafés. Los parisinos, eufóricos, se abrazaban en la plaza, mientras la bandera tricolor ondeaba de nuevo sobre la ciudad.

Detrás de Notre Dame, en la Île de la Cité, se encuentra el Memorial de la Shoah, un lugar de recogimiento y memoria. En su interior, la tumba del mártir judío desconocido rinde homenaje a los miles de judíos deportados y asesinados durante la ocupación.

En el exterior, el Muro de los Justos recuerda a aquellos franceses que, arriesgando todo, salvaron vidas de la barbarie nazi. Cada nombre grabado en la piedra es una historia de coraje y humanidad en tiempos de horror.

Muro de los Justos, París
Muro de los Justos, París (Claude Truong-Ngoc / Wikimedia Commons – cc-by-sa-4.0, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons).

No muy lejos de allí, en la orilla izquierda del Sena, se esconde una de las librerías más legendarias del mundo: Shakespeare and Company. Su dueña, Sylvia Beach, era una figura querida por escritores y artistas.

Durante la ocupación, la Gestapo entró en la tienda y exigió un ejemplar de “Finnegans Wake” de James Joyce. Sylvia, con una mezcla de valentía y terquedad, se negó a vendérselo. Poco después, la librería fue clausurada, pero la leyenda de su resistencia quedó grabada en la historia literaria de París.

Librería Shakespeare and Company, París
Librería Shakespeare and Company, París (Photograph by Mike Peel (www.mikepeel.net)., CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons).

Los hoteles Ritz y Meurice, símbolos del lujo parisino, jugaron papeles clave durante la guerra. El Ritz fue el cuartel general de oficiales alemanes, incluido Hermann Göring, mientras que el Meurice se convirtió en la sede del alto mando alemán en París.

Pero estos hoteles también fueron centros de espionaje, intrigas y, en los últimos días de la ocupación, escenarios de negociaciones secretas para evitar la destrucción de la ciudad.

Se dice que el general Dietrich von Choltitz, comandante alemán, firmó la rendición de París en el Meurice, negándose a cumplir la orden de Hitler de arrasar la ciudad.

Los héroes de la Nueve

La liberación de París fue una epopeya en sí misma, y aquí entra en escena la famosa “Nueve”, la 9ª Compañía de la División Leclerc, formada en su mayoría por republicanos españoles exiliados.

Estos soldados, curtidos en la Guerra Civil Española, fueron los primeros en entrar en la capital el 24 de agosto de 1944, a bordo de tanques con nombres como “Guadalajara” y “Ebro”.

Los parisinos, al ver que los liberadores no hablaban ni francés ni inglés bromeaban diciendo que eran sordomudos. La hazaña de la Nueve está conmemorada en 12 placas repartidas por la ciudad, una de ellas en la fachada del Ayuntamiento de París. Junto a él, un pequeño jardín recuerda también la gesta de estos héroes olvidados.

Vehículos de La Nueve entrando en París
Vehículos de La Nueve entrando en París el el 24 de agosto de 1944 (blog's owner, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons).

Las calles de París guardan cicatrices y homenajes. Las placas de la Nueve, discretas pero elocuentes, invitan a los paseantes a detenerse y recordar. Cada una marca un lugar clave de la liberación, un punto donde la historia cambió de rumbo. El jardín junto al Ayuntamiento es un remanso de paz, un espacio para la memoria y la gratitud.

Detrás de Notre Dame, el Memorial al Holocausto se alza como un faro de recuerdo y advertencia. Sus muros, grabados con los nombres de los deportados, son un testimonio silencioso de la tragedia que vivió la ciudad. Aquí, el visitante puede sentir el peso de la historia y la importancia de no olvidar jamás.

Bajo las calles de París, en un laberinto de túneles y osarios, las catacumbas fueron el refugio secreto de la Resistencia francesa. Mientras en la superficie los nazis patrullaban y los colaboracionistas espiaban, en las profundidades de la ciudad se tejían planes, se transmitían mensajes y se preparaban sabotajes.

Catacumbas de París
Catacumbas de París (Jorge Láscar from Melbourne, Australia, CC BY 2.0, via Wikimedia Commons).

Las catacumbas, con sus pasadizos oscuros y su aire de misterio, fueron el escenario de una lucha silenciosa pero decisiva por la libertad.

Leyendas y secretos en el corazón de la Île de la Cité

Entre cabezas perdidas y coronas robadas: un paseo por la historia oculta de París

Comenzamos en la Île de la Cité, el núcleo primigenio de París, donde la historia y la leyenda se entrelazan de manera irresistible. Aquí, frente a la imponente fachada de Notre Dame, te pido que mires con atención los pórticos esculpidos.

En el pórtico de la izquierda, conocido como la Puerta de la Virgen, una figura destaca entre todas: un santo con los hábitos de obispo, que sostiene su propia cabeza entre las manos. Es San Denis, el patrón de París, protagonista de una de las leyendas más extraordinarias de la cristiandad.

Detalle de la estatua de San Denis, en la Puerta de la virgen de la catedral de Notre Dame, París.
Detalle de la estatua de San Denis, en la Puerta de la Virgen de la catedral de Notre Dame, París. (Ronile, Pixabay).

San Denis, o San Dionisio, fue el primer obispo de la ciudad, allá por el siglo III, cuando París aún se llamaba Lutecia y los romanos imponían su ley y sus dioses. Cuenta la leyenda que, tras negarse a adorar a los dioses paganos, fue arrestado junto a sus compañeros Eleutherius y Rústico, torturado y finalmente decapitado en la colina de Montmartre, donde entonces se erigía un templo dedicado a Mercurio.

Pero aquí la historia da un giro fantástico: tras la decapitación, Denis recogió su cabeza, la sostuvo entre las manos y, ante el asombro de todos, caminó varios kilómetros hasta encontrar a una piadosa señora llamada Catulla, a quien pidió sepultura digna. Por eso, en muchas iglesias de París, y especialmente en Notre Dame, se representa su estatua con la cabeza en las manos.

Pero Notre Dame es mucho más que leyendas medievales. Sus puertas, cada una con su nombre y su misterio. Se cuenta que en la Puerta de Santa Ana el maestro escultor realizó un trabajo tan perfecto que algunos decían que había hecho un pacto con el diablo.

Detalle de la Puerta de santa Ana, Notre Dame, París.
Detalle de la Puerta de santa Ana, Notre Dame, París (Carlos Delgado, CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons).

La obra fue tan impecable que el diablo, celoso, terminó llevándose su alma, dejando su cuerpo frente a la puerta como advertencia a los futuros artesanos demasiado ambiciosos.

El hospital más antiguo del mundo

Siguiendo nuestro paseo por la plaza, justo al lado de Notre Dame, te invito a buscar un pequeño medallón de bronce incrustado en el suelo. Es el “punto cero” de las carreteras de Francia, el lugar exacto desde donde se miden todas las distancias del país. 

Frente a Notre Dame, cruzando la calle, se alza el Hôtel-Dieu, un edificio que podría pasar desapercibido entre los monumentos más famosos, pero que guarda un récord impresionante: es, posiblemente, el hospital más antiguo del mundo aún en funcionamiento.

Patio central del hospital  Hôtel-Dieu, París
Patio central del hospital Hôtel-Dieu, París (Lionel Allorge, CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons)..

Ha visto pasar plagas, guerras, revoluciones y pandemias, y sigue recibiendo pacientes hoy en día. Imagínate a los monjes medievales atendiendo a los enfermos en sus frías salas de piedra, mientras afuera la ciudad cambiaba de manos y de reyes.

El Hôtel-Dieu es un testigo silencioso de la resiliencia parisina, un lugar donde la caridad y la ciencia han ido de la mano durante más de trece siglos.

Los reyes que perdieron su cabeza… por error

Pero volvamos a Notre Dame, porque sus muros han presenciado episodios que han marcado la historia de Francia y del mundo. Aquí, el 2 de diciembre de 1804, Napoleón Bonaparte se coronó emperador, en una ceremonia fastuosa y cargada de simbolismo.

En lugar de dejar que el Papa le colocara la corona, como dictaba la tradición, Napoleón la tomó con sus propias manos y la posó sobre su cabeza, dejando claro que el poder ya no venía de Dios, sino de la voluntad del pueblo y de su propio genio. Fue un acto de orgullo y modernidad, que rompió con siglos de historia y que aún resuena bajo las bóvedas góticas de la catedral.

Sin embargo, Notre Dame también fue escenario de la furia revolucionaria. Durante la Revolución Francesa, el fervor anticlerical llevó a los revolucionarios a decapitar las estatuas de los reyes de Judá que adornaban la fachada, creyendo erróneamente que representaban a los reyes de Francia.

Las cabezas cortadas fueron arrojadas a la calle y permanecieron desaparecidas durante casi dos siglos, hasta que, en 1977, fueron halladas enterradas en una casa cercana. Hoy se conservan en el Museo de Cluny, testigos mudos de una época en la que la historia y la iconoclasia iban de la mano.

De palacio a calabozo de reyes

Pero la Île de la Cité guarda más secretos. A pocos pasos de Notre Dame, siguiendo el curso del Sena, se encuentra la Conciergerie, un edificio de aspecto imponente que fue, en su origen, el palacio de los reyes merovingios y, más tarde, residencia real.

La Conciergerie, Paris
La Conciergerie, Paris (PxHere).

Sin embargo, la historia le reservó un destino mucho más oscuro: durante la Revolución Francesa, la Conciergerie se transformó en una de las prisiones más temidas del país. Aquí estuvo encarcelada María Antonieta antes de ser llevada a la guillotina, junto a miles de prisioneros que esperaban su destino en las húmedas celdas del edificio.

Mientras avanzamos por la isla, cada rincón nos cuenta una historia. Las gárgolas de Notre Dame, por ejemplo, no solo servían para canalizar el agua de lluvia, sino que, según la leyenda, protegían la catedral de los malos espíritus.

Una de las gárgolas de Notre Dame observa París desde las alturas
Una de las gárgolas de Notre Dame observa París desde las alturas (Pixabay)

Se dice que, durante la Revolución, cuando los revolucionarios intentaron destruirlas, una de ellas cobró vida y ahuyentó a los profanadores, salvando así el templo de una destrucción mayor. ¿Verdad o fantasía? En París, a veces es difícil distinguir una de otra.

La Capilla Sixtina un museo vivo en el corazón del Vaticano

Donde el arte y la historia son testigos de la elección de un nuevo Papa

La elección de la Capilla Sixtina como sede del cónclave no es casual. Desde 1492 este espacio ha sido el corazón de las grandes decisiones de la Iglesia, salvo contadas excepciones. Aquí se entrelazan arte, fe y política en una atmósfera única, donde los cardenales, aislados del mundo exterior, buscan inspiración y guía bajo la mirada de los profetas, sibilas y las escenas del Génesis pintadas por Miguel Ángel.

La historia de la Capilla Sixtina comienza mucho antes de que este genio renacentista tomara sus pinceles. A finales del siglo XV, en el corazón del Vaticano, existía una antigua capilla medieval llamada Cappella Magna, que amenazaba ruina. El papa Sixto IV, decidido a dejar su huella, encargó su reconstrucción y la dotó de una nueva grandeza. Así nació la Capilla Sixtina, cuyo nombre honra a este pontífice.

Exterior de la Capilla Sixtina, El Vaticano.
Exterior de la Capilla Sixtina, vista desde la cúpula de la Basílica (User Maus-Trauden on de.wikipedia, CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons).

El resultado de aquel proyecto fue una nave rectangular de 40,5 metros de largo por 13 de ancho y 20 de alto, dimensiones que, según la tradición, evocan el Templo de Salomón en Jerusalén —medía 60 codos de largo, 20 codos de ancho y 30 codos de alto—.

Un museo renacentista viviente

Antes de que Miguel Ángel transformara la bóveda, las paredes laterales ya lucían frescos de los mejores artistas del Quattrocento. Si nos detenemos a observar, descubriremos episodios de la vida de Moisés y de Cristo, obra de maestros como Botticelli, Perugino, Ghirlandaio y Cosimo Rosselli. Bajo estas escenas, trampantojos simulan cortinas, y entre las ventanas se alinean los retratos de los papas, testigos mudos de siglos de historia.

Eventos de la vida de Moisés, Sandro_Botticelli.
Eventos de la vida de Moisés (Sandro Botticelli, Public domain, via Wikimedia Commons).

Esta decoración no fue solo un despliegue de talento, sino también un gesto diplomático: la contratación de artistas florentinos buscaba reconciliar al papa con Lorenzo de Médici, el poderoso líder de Florencia. Así, la Capilla Sixtina nació como un símbolo de unidad y esplendor.

El desafío de la bóveda: Miguel Ángel entra en escena

Pero la verdadera revolución llegó en 1508, cuando el papa Julio II decidió que la bóveda azul estrellada ya no era suficiente. Quería algo grandioso, y pensó en Miguel Ángel Buonarroti, que por entonces era más escultor que pintor. De hecho, Miguel Ángel rechazó el encargo varias veces, convencido de que sus enemigos querían verlo fracasar en una disciplina que no era la suya.

Finalmente, aceptó el reto. Durante cuatro años —entre 1508 y 1512— trabajó casi en solitario, tumbado sobre un andamio especial que él mismo diseñó, pincel en mano y pintura goteando sobre su rostro.

Bóveda de la Capilla Sixtina pintada por Miguel Ángel
Bóveda de la Capilla Sixtina pintada por Miguel Ángel Buonarroti, Vaticano (Cappilla Sixtina, CC BY 2.5, via Wikimedia Commons).

Lo que Miguel Ángel logró en la bóveda fue una hazaña sin precedentes. Pintó nueve escenas del Génesis, desde la Separación de la Luz y las Tinieblas hasta la Embriaguez de Noé. La más famosa, sin duda, es la Creación de Adán, ese instante suspendido en el que los dedos de Dios y del hombre casi se tocan, símbolo universal de la chispa divina en la humanidad. Pero hay mucho más: profetas y sibilas, colosos musculosos y enérgicos, rodean las escenas centrales, dotando a la bóveda de una energía casi teatral.

Creación de Adán, Michelangelo.
Creación de Adán (Michelangelo, Public domain, via Wikimedia Commons).

El rito del cónclave bajo el Juicio final

Años después, entre 1536 y 1541, Miguel Ángel regresó a la Sixtina para pintar la pared del altar con El Juicio final, una obra monumental que impresiona por su dramatismo y su visión apocalíptica. Aquí, el artista ya no es el joven idealista de la bóveda, sino un hombre maduro, marcado por las guerras, el Saco de Roma y sus propias dudas espirituales.

Fresco «El Juicio Final» de Miguel Ángel, siglo XVI. (Michelangelo, Public domain, via Wikimedia Commons).

En El Juicio Final, cientos de figuras giran en un torbellino de salvación y condena. Miguel Ángel se retrató a sí mismo en la piel desollada que sostiene San Bartolomé, un gesto de humildad y angustia existencial.

El genio y sus tormentos

La Capilla Sixtina está llena de curiosidades fascinantes. Por ejemplo, se cuenta que Miguel Ángel, harto de las críticas de algunos miembros del clero, pintó el rostro de Biagio da Cesena, Maestro de Ceremonias del Papa, en el cuerpo de Minos, juez infernal, en El Juicio Final. Cuando Biagio protestó ante el Papa, este, jovial, respondió que no podía hacer nada: “Mi poder no llega al infierno”.

Otra anécdota célebre es la del “Il Braghettone” o “el pintacalzones”. Tras la muerte de Miguel Ángel, la Iglesia consideró que algunos desnudos eran demasiado explícitos. En 1565, encargaron a Daniele da Volterra cubrir con paños y hojas de higuera las partes más “comprometidas” de los frescos, lo que le valió ese apodo burlón.

Volviendo al cónclave. Comenzará con la misa “Pro Eligendo Pontifice”, seguida de la procesión de los cardenales hacia la Sixtina. Allí, frente al imponente Juicio final, se colocará la urna de votación. Es imposible no pensar que el arte aquí no solo es un decorado, sino un recordatorio visual del peso y la trascendencia de la decisión que se toma. Como decía Juan Pablo II…

La Capilla Sixtina “contribuye a hacer más viva la presencia de Dios”.

Detectan 15 factores que aumentan el riesgo de demencia precoz

Un reciente análisis a gran escala ha revelado 15 factores relacionados con el incremento del riesgo de desarrollar demencia de inicio temprano (YOD, por sus siglas en inglés), una condición que afecta cada año a cientos de miles de personas menores de 65 años. Los resultados de esta investigación, publicada en 2023, abren nuevas perspectivas para la prevención de esta enfermedad, tradicionalmente asociada a la vejez.

La investigación se basó en el seguimiento de más de 350.000 personas menores de 65 años en el Reino Unido.

El estudio, liderado por investigadores de la Universidad de Exeter en el Reino Unido, examinó datos de 356.052 participantes, todos menores de 65 años, en un esfuerzo por identificar variables más allá de la predisposición genética. David Llewellyn, epidemiólogo de la institución, señaló que «este es el estudio más grande y sólido de su tipo jamás realizado», subrayando la importancia de poder actuar sobre factores de riesgo potencialmente modificables.

Entre los elementos identificados se encuentran condiciones de salud como accidentes cerebrovasculares, diabetes, enfermedades cardíacas y depresión, así como factores de estilo de vida, como el aislamiento social, el bajo nivel socioeconómico y problemas de audición. La deficiencia de vitamina D y niveles elevados de proteína C reactiva —indicador de inflamación hepática— también fueron asociados a un mayor riesgo.

Un bajo nivel socioeconómico, la soledad y la depresión se vinculan a mayor riesgo de demencia precoz.

Un aspecto particularmente llamativo del informe fue la compleja relación entre el consumo de alcohol y el riesgo de demencia. El abuso de bebidas alcohólicas incrementó el riesgo, mientras que un consumo moderado o incluso alto pareció correlacionarse con una reducción del mismo.

Los investigadores advirtieron que este hallazgo podría estar influido por el hecho de que personas que consumen alcohol moderadamente tienden a gozar de una mejor salud general, mientras que quienes se abstienen podrían hacerlo debido a problemas médicos preexistentes.

Respecto a los factores protectores, el estudio identificó que un mayor nivel de educación formal y una mejor condición física —evaluada mediante la fuerza de prensión manual— se vinculan a un riesgo reducido de padecer YOD. Según el neuroepidemiólogo Sebastian Köhler, de la Universidad de Maastricht,

«Ya sabíamos por investigaciones previas sobre demencia en edades avanzadas que existen múltiples factores de riesgo modificables».

Además de los factores físicos, la salud mental emergió como un componente crucial. La exposición prolongada al estrés, la soledad y la depresión fueron señalados como elementos que pueden acelerar la aparición de los síntomas. Aunque el estudio no confirma una relación causal directa, sí proporciona un marco más detallado para entender los mecanismos subyacentes a la demencia precoz.

La posibilidad de modificar muchos de los factores identificados ofrece una renovada esperanza en la búsqueda de estrategias preventivas. Hasta ahora, gran parte de los esfuerzos se han centrado en la gestión de la enfermedad una vez diagnosticada, pero estos resultados apuntan hacia la prevención activa a través de estilos de vida más saludables.

La demencia de inicio temprano genera impactos devastadores, ya que afecta a personas que a menudo están en plena vida laboral, con familias en crecimiento y compromisos sociales. Como destaca el neurocientífico Stevie Hendriks, también de la Universidad de Maastricht,

«La demencia de inicio temprano tiene un impacto muy grave, porque las personas afectadas generalmente todavía tienen trabajo, hijos y una vida ocupada».

Hasta la fecha, la mayoría de los estudios centraban sus esfuerzos en la genética como principal explicación, aunque numerosos casos carecen de antecedentes familiares claros. Esta nueva investigación amplia el panorama, enfocándose también en variables ambientales y conductuales como posibles desencadenantes.

15 factores que aumentan el riesgo de demencia precoz

  1. Bajo nivel de educación
  2. Bajo nivel socioeconómico
  3. Aislamiento social
  4. Fragilidad física (medida por fuerza de prensión manual baja)
  5. Accidente cerebrovascular previo
  6. Diabetes tipo 2
  7. Enfermedad cardíaca
  8. Depresión
  9. Deficiencia de vitamina D
  10. Niveles elevados de proteína C reactiva (indicador de inflamación en el cuerpo)
  11. Tener dos copias del gen ApoE4 ε4 (asociado previamente al Alzheimer)
  12. Abuso de alcohol (consumo excesivo y problemático)
  13. Problemas de audición
  14. Tabaquismo (consumo actual de tabaco)
  15. Altos niveles de privación (índice general de carencias materiales y sociales)

La identificación de estos 15 factores amplía significativamente el entendimiento sobre la demencia de inicio temprano y sugiere que intervenciones específicas en la salud pública podrían contribuir a reducir su incidencia en el futuro. La esperanza, ahora, se centra en convertir este conocimiento en herramientas prácticas para la prevención efectiva.

Luces y sombras en la catedral de León

En el corazón de León se alza majestuosa su catedral, conocida como la Pulchra Leonina (la Bella Leonesa), dedicada a Santa María y que comenzó a construirse en el siglo XIII, en plena efervescencia del estilo gótico. Siguiendo el modelo francés, se convirtió en uno de los templos más airosos y luminosos de la cristiandad. Pero más allá de su magnificencia arquitectónica, la catedral fue concebida como un espacio de enseñanza visual.

Viajemos por un momento a la Edad Media. La mayoría de la población es analfabeta, y las imágenes se convierten en un medio fundamental para transmitir las enseñanzas religiosas. Las catedrales, con su grandiosidad y su rica decoración, son auténticas escuelas de fe, donde cada elemento arquitectónico y artístico tiene un propósito didáctico. Y en este contexto, las vidrieras juegan un papel protagonista, inundando el espacio sagrado con una luz coloreada que evocaba la gloria celestial y narrando las historias bíblicas de una manera vívida y accesible.

Las vidrieras forman parte de un programa iconográfico cuidadosamente planificado, donde cada escena, cada personaje y cada color tienen un significado específico y contribuyen a un relato teológico coherente. Los artífices de estas maravillas, maestros vidrieros cuyo nombre a menudo se ha perdido en la bruma del tiempo, eran no solo artesanos habilidosos, sino también profundos conocedores de las Sagradas Escrituras y la teología cristiana.

Antiguo Testamento al norte: en penumbras

La catedral está organizada como un cómic gigante, el lado norte, más sombrío, está dedicado al Antiguo Testamento, mientras que el lado sur, bañado por el sol, nos muestra el Nuevo Testamento. El este, donde nace el sol, representa el nacimiento de Cristo y la promesa de la resurrección. El oeste, donde el sol desaparece, simboliza la muerte y el Juicio Final.

Detalle de las vidrieras de la Catedral de León
Detalle de las vidrieras de la Catedral de León (PxHere).

En el lado norte la luz escasea, como si el sol tuviera miedo de asomarse. Es el reino del Antiguo Testamento, donde los profetas y patriarcas nos cuentan historias de pecado y redención. Las vidrieras nos muestran la creación del mundo, con Adán y Eva mordiendo la manzana prohibida y siendo expulsados del paraíso.

También vemos el arca de Noé, llena de animales de todas las especies, escapando del diluvio universal. Figuras como Moisés, Abraham y David nos cuentan sus aventuras y desventuras. Los profetas, con sus barbas largas y sus miradas penetrantes, nos advierten de los peligros del pecado y nos invitan a la conversión. Estas escenas no solo recordaban los orígenes de la fe judía, sino que también se interpretaban a menudo como prefiguraciones de eventos del Nuevo Testamento. Por ejemplo, el sacrificio de Isaac se veía como un anticipo del sacrificio de Cristo.

La elección del lado norte para representar el Antiguo Testamento no es casualidad. El norte recibe menos luz solar directa. Esto simboliza la falta de claridad y la oscuridad espiritual que, según la teología cristiana, caracterizaba el período anterior a la llegada de Cristo.

El norte también se asocia con el solsticio de invierno, el día más corto del año, cuando la luz del sol es mínima. Esto refuerza la idea de un tiempo de oscuridad y espera. En la iconografía cristiana, el lado izquierdo (norte) a menudo se asocia con lo negativo, lo impuro o lo menos favorecido.

Nuevo Testamento al sur: aplauso de luz y esperanza

En el lado sur el sol brilla con fuerza, iluminando las vidrieras con colores vivos y alegres. Es el reino del Nuevo Testamento, donde Jesús y los apóstoles nos cuentan la historia de la salvación.

Luces y sombras del exterior de la Catedral de León
Luces y sombras de la Catedral de León (PxHere).

Desde la Anunciación hasta la Resurrección, las vidrieras nos muestran los momentos clave de la vida de Jesús. Le vemos nacer en un pesebre, rodeado de animales y pastores. También lo vemos predicar, hacer milagros y sufrir en la cruz. Los apóstoles, con sus túnicas de colores y sus rostros serenos, nos cuentan la historia de la Iglesia primitiva. Además, vemos a los santos, con sus atributos y sus historias milagrosas.

La luz como símbolo de salvación

La Catedral de León no es solo una maravilla arquitectónica, sino también un mensaje eterno esculpido en piedra y vidrio. El Antiguo Testamento al norte, con su espera silenciosa y su acercamiento al sol, nos recuerda el anhelo humano de redención. El Nuevo Testamento al sur, en cambio, celebra el gozo de la revelación y la victoria de la luz.

La Pulchra Leonina es un recordatorio de que la vida está llena de contrastes: luz y sombra, ley y gracia, Antiguo y Nuevo Testamento. Y aunque el Antiguo Testamento no ve la luz del sol es gracias a él que el Nuevo Testamento brilla con tanta fuerza.