Siglo XXI. Se vive deprisa, con estrés. Falta tiempo para comprar, cocinar e incluso para comer.
Comida rápida, cómoda y barata… ¿Pero sana?
Se consumen abundantes productos ultra-procesados, grandes cantidades de azúcar y grasas saturadas, seguramente por lo fácil y barato que resulta adquirir este tipo de alimentos. Es tan sencillo disponer de ellos, que se han amainado las ganas de preparar comida en casa.
Basta con calentar unos minutos al microondas, echar unas monedas en una máquina expendedora, abrir un envoltorio, o contactar con un establecimiento para disfrutar de una amplia gama de comida basura.
Es más, las grandes cadenas permiten disfrutar del mismo producto en cualquier ciudad del mundo: mismo sabor, misma imagen… El resultado es un gran aporte calórico, acompañado seguramente de una mínima actividad física.
Publicidad, máquinas expendedoras, establecimientos, son parte de ese entorno que asegura y facilita el suministro de alimentos no saludables a cualquier hora del día.
Este conjunto de factores da lugar al llamado ambiente Obesogénico, protagonizado por un estilo de vida estresante, sedentarismo y malos hábitos en la alimentación que favorecen la obesidad, o lo que es lo mismo, la causa del 10% de las muertes actuales.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año mueren 2,8 millones de personas como consecuencia de la obesidad o del sobrepeso. Solo en España, el exceso de peso es el tercer factor de riesgo de mortalidad.
Alimentos ultraprocesados
Son alimentos que se preparan industrialmente, se elaboran mediante técnicas de procesamiento a partir de sustancias de otros alimentos o sintéticas.
Con el proceso de su producción, se consigue que sean menos perecederos, atractivos, con sabor y muy rentables para la industria, pero son pobres en nutrientes, ricos en azúcares, grasas, sal y/o aditivos y tienen un alto aporte calórico.
Este tipo de alimentos contienen un exceso de hidratos de carbono de rápida absorción, lo que hace que tengamos rápidamente hambre y queramos ingerir más. Son adictivos.
Entre ellos están los refrescos, bebidas energéticas, zumos envasados, bollería, panes refinados, carnes procesadas, pizzas, cereales refinados y barritas, precocinados, patatas fritas, dulces, salados, helados, salsas…
Los alimentos ultra-procesados no solo son un factor decisivo en la obesidad, también están relacionados con el aumento del riesgo de padecer cáncer.
¿Por qué entonces se consumen cada vez más si suponen un claro riesgo para nuestra salud? Porque son baratos y muy accesibles: los vemos en cualquier gasolinera, centro comercial, hospital, colegio o centro público.
La OMS ya advirtió en 2015 del riesgo de padecer cáncer colorrectal debido al consumo de carnes procesadas, seguramente como consecuencia de los químicos añadidos (nitratos, aminas) para mejorar su sabor y duración.
El patrón de la Dieta Mediterránea aconseja igualmente limitar el consumo de carnes, dando prioridad a otros alimentos proteicos más saludables.
Los refrescos azucarados proporcionan, por sí solos, la tercera parte del consumo total de azúcar en la población. La publicidad los hace atractivos, sin que se advierta suficientemente del riesgo que conllevan: las más de 184.000 muertes anuales que se asocian a su consumo. Así queda recogido en un estudio de la Asociación Americana del Corazón, publicado en la revista Circulation.
Por ello, el consumo de refrescos se ha convertido en todo un símbolo de la lucha contra la obesidad.
Los intereses de las industrias alimentarias están detrás de este entorno obesogénico que nos rodea, ya que obtienen elevados beneficios en la comercialización de los alimentos menos saludables.
Beneficios que invierten en publicidad y en estudios que favorezcan la venta y consumo, enmascarando sus inconvenientes.
La tentación está en todas partes
Lo anterior explica la contradicción que supone la instalación de máquinas expendedoras de alimentos insanos en lugares como hospitales, cuando son los propios médicos quienes advierten de los riesgos de su consumo.
Por ello, la Asociación de Residentes de Medicina Preventiva y Salud Pública ha pedido formalmente su retirada, pero, además, organismos como la OMS, la Universidad de Harvard, la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria, han señalado que estas máquinas expendedoras son contrarias a la ética médica y sanitaria, pues facilitan productos nocivos en centros cuya misión es el cuidado de la salud.
En España, un 39% de la población adulta tiene sobrepeso, y el 21% es obesa, según la Sociedad Española de Cardiología. Según la OMS, España es el segundo país con la tasa de obesidad más alta de la Unión Europea.
Por tanto, la obesidad es un gran desafío para la salud pública, que hay que combatir, porque, además, supone un aumento de las enfermedades cardiovasculares, diabetes y cáncer.
Muchas de las conductas que favorecen la obesidad están promovidas por los medios de comunicación, mediante campañas cuyo objetivo es hacer atractivos y deseables alimentos que no son saludables.
Suelen estar dirigidas a un público infantil y juvenil, muy vulnerable, pudiendo dar lugar a la aparición de alteraciones psicológicas y diversos trastornos alimentarios.
Por ello, también es esencial promover el cambio en la forma de alimentarnos, tanto en el hogar como en los centros educativos.
Soluciones al entorno obesogénico
Para mejorar el entorno alimentario, sería necesario empezar por la base de una buena educación, que condujese al consumidor a disfrutar de los sabores y texturas de los alimentos saludables, anteponiéndolos a los productos ultra-procesados.
La consecuencia sería muy preciada: prevenir el sobrepeso y la obesidad, disminuyendo el riesgo de enfermedades como las cardiovasculares o el cáncer.
Actualmente es más fácil, y barato, consumir comida basura. Para dar la vuelta a la tortilla, se requieren políticas que promuevan la producción y consumo, que los hagan más asequibles, al tiempo que se desfavorezca, o penalice, el de los alimentos insanos:
- Estimulando la producción, venta y consumo de alimentos naturales, de cultivo local y de temporada.
- Regulando y limitando la producción, venta y consumo de alimentos ultra-procesados, con alto contenido de azúcar, sal y grasas.
- Desarrollando políticas de salud pública eficaces, con medidas fiscales que beneficien el consumo de alimentos saludables y estableciendo impuestos a los que no lo son.
- Regulando la publicidad de los alimentos.
- Regulando el etiquetado y facilitando la lectura nutricional.
- Promoviendo el ejercicio físico en la población, empezando por los centros educativos.
- Difundiendo advertencias nutricionales proporcionando información sencilla y clara de los altos contenidos calóricos y de los bajos aportes nutritivos.
- Asegurando el cumplimiento de la regulación.
- Difundiendo y promocionando mensajes y ejemplos saludables mediante figuras deportivas, líderes políticos o a través de programas con altos índices de audiencia.
Siete consejos para cuidarte
A título individual, sería conveniente tomar conciencia del problema y cuidar ciertas costumbres:
- Eligiendo siempre alimentos saludables, como verduras, frutas, vegetales, legumbres y cereales integrales.
- Planificando la comida semanalmente, lo que permitiría una mejor distribución del tiempo para su preparación.
- Utilizando técnicas de preparación saludables: cocción al vapor, a la plancha, consumo crudo, etc.
- Evitando comer mientras se hace otra actividad (trabajar en el ordenador, hablar por teléfono, etc.)
- Evitando comer bajo tensión, tristeza o frustración.
- Respetando las horas de descanso.
- Haciendo ejercicio al menos tres veces en semana.
La fundación Española del Corazón avisa que el número de cardiópatas va en aumento por factores como el sedentarismo o la obesidad.
El 80% de las enfermedades de corazón y el 90% de los infartos podrían prevenirse realizando ejercicio moderado y consumiendo alimentos saludables.
La inactividad es el cuarto factor de riesgo de mortalidad global, además de ser la causa del 21% de los cánceres de mama y colon, o del 27% de la diabetes.
España: diferentes medidas con un mismo fin (la salud)
Algunas comunidades autónomas en España están apostando por medidas, bien sean de carácter informativo o coercitivo, para combatir el problema del entorno obesogénico.
Así, en Asturias se ha aprobado la limitación del acceso de escolares a las máquinas expendedoras de productos no saludables, la supresión de carteles de publicidad o la inclusión de alternativas más sanas.
En Valencia y Murcia se preparan regulaciones para limitar la bollería industrial y las bebidas azucaradas en máquinas instaladas en salas de hospitales.
En Andalucía se limitará la publicidad y el contenido calórico de los alimentos de las máquinas que se instalen en colegios o institutos. Navarra va más allá, haciendo extensiva la limitación a las cafeterías de colegios e institutos.
En Cataluña, el 1 de mayo de 2017 entró en vigor el impuesto en las bebidas azucaradas, reduciendo el consumo las mismas en un 20% durante el año transcurrido, según el estudio de investigación de la Universidad de Pompeu Fabra y la Universidad de Barcelona. Todo un ejemplo que no se ha extendido al resto de autonomías.
La sociedad reclama una mayor regulación, por ello cuando, además, se producen movimientos de los gobiernos en esta línea, las empresas toman buena nota y acaban dando respuestas que les beneficien de cara a los consumidores.
La Patronal Europea se ha sumado comprometiéndose a acelerar la reducción en las bebidas del 10% de azúcar en un plazo de cinco años.
Carrefour ha anunciado el lanzamiento de una nueva cadena dedicada a la alimentación ecológica y saludable.
Fruitube vende ya fruta entera y fresca en máquinas expendedoras refrigeradas para conservarla.
Conclusiones
Realizar un cambio social no es fácil, pero tampoco es imposible. Hace tan solo unos años parecía inalcanzable que se pudiese prohibir fumar en los restaurantes, y hoy es una realidad.
El cambio en el entorno obesogénico es necesario, pero mientras los intereses de la salud pública persiguen objetivos saludables para la población, los de las empresas alimentarias buscan exclusivamente obtener rentabilidad.
Es una realidad que los alimentos basura dejan mucho más beneficio, que los alimentos saludables. Resulta más fácil vender coca-colas, o patatas fritas, que frutas. Además, los primeros no son perecederos y no hay que estar reponiéndolos cada poco tiempo.
La industria alimentaria trata de negar el perjuicio -evidenciado y documentado qué causa el consumo de azúcar, sal o grasa. Hacen lo que, en su momento, hizo la industria tabacalera, ante la implantación de políticas de salud pública que chocaban con sus intereses. Intereses de salud pública frente a intereses de carácter puramente económico.
Hoy, en el mercado se consumen demasiados productos ultra-procesados, e incluso hay productos nuevos, de los que ni siquiera se conocen sus ingredientes (aspartame, aceite de palma, etc.), lo que va en manifiesto perjuicio de nuestra salud.
Los gobiernos deben desarrollar políticas, programas y regulaciones que contribuyan al cambio.
Precisamos un cambio en la educación alimentaria, porque existe un grave -y urgente- problema global, que es el sobrepeso y la obesidad, y sería muy deseable, y loable, que la propia industria alimentaria asumiese un papel activo en su prevención.
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Como profesional de la salud, me parece un artículo en el que proyecta perfectamente un problema
de Salud cada vez más importante en nuestra sociedad. Enhorabuena por el artículo.