Cuando se estudia los imperios de la antigüedad brillan con luz propia Egipto, Grecia y Roma, permaneciendo en un segundo plano el asirio. Sin embargo, hacia el primer milenio antes de Cristo, este imperio dominaba la zona de Mesopotamia.
Una de sus ciudades más importantes fue Nínive, ubicada geográficamente dentro de la actual Mosul (Irak). En ella, el rey Sargón II (765 a.C-705 a.C) inició, en el 721 a.C, la construcción de una gran biblioteca, la primera del mundo y precursora de la biblioteca de Alejandría.
Sin embargo, fue su sucesor, el rey Asurbanipal (668 a.C-627 a.C), el que culminó e impulsó aquel faraónico proyecto. Este monarca fue uno de los pocos soberanos de la antigüedad que sabían leer y escribir, de lo cual se enorgullecía.
El monarca-bibliotecario
La verdad es que el monarca no fue educado como un príncipe al uso, ya que su destino no era reinar: estaba reservado al sacerdocio en algún lugar importante de la corte, por eso era importante que se cuidase su formación.
Sin embargo, el azar propiciaría que fuera catapultado hasta los máximos honores en la corte asiria.
Con el paso de los siglos ha trascendido su imagen de rey ilustrado, preocupado no solo por robustecer un imperio sino también por aglutinar en una biblioteca todo el conocimiento de aquella época.
Se cuenta que era tal su pasión bibliófila que envió mensajeros a lo largo y ancho de su imperio para recoger los textos más interesantes, dando órdenes expresas de que cuando no pudiesen ser llevados hasta Nínive, se copiasen o, simplemente, se incautasen.
El monarca se involucró de forma activa en la elaboración de tablas de arcilla –el soporte de la escritura cuneiforme–, participando tanto en la revisión como en la compilación de los textos que aparecían en ellas.
Un ejemplo de organización
Las tablillas se elaboraban en el edificio de la biblioteca, en donde existía un horno especial dedicado a su producción. En realidad había varias bibliotecas, al menos, existía una en palacio y otra en el templo de Nabu, el dios escriba de la mitología asiria.
Se estima que la biblioteca de palacio cobijaba entre mil y mil doscientas obras diferentes, agrupadas en 22.000 tablillas. Entre ellas se encontraba, por ejemplo, el horóscopo más antiguo de la historia, que data del 1114 a.C.
La mayoría de los conocimientos que tenemos de la medicina babilónica proceden de unas ochocientas tablillas con escritura cuneiforme. En ellas se entremezclan aspectos médicos con religión exorcismos, plegarias o encantamientos-.
La entrada a la biblioteca estaba reservada para el monarca y sus ministros y, si algún escriba deseaba realizar alguna consulta, debía ser acompañado en todo momento por un oficial, para evitar robos o destrucciones.
La gran aportación de esta biblioteca fue el “colofón”. Permitía identificar una obra, su catalogación, localización y número de tablillas que la integraban. Esta información se colocaba al final y disponía de un título.
En definitiva, Nínive albergó la primera biblioteca de la Historia al frente de la cual estuvo un bibliotecario-monarca, que clasificó de forma sistemática todo el conocimiento disponible en aquella época.