El último cuarto del siglo XV se convirtió en una alocada carrera tipográfica para los impresores de media Europa. No habían pasado veinte años de la aparición de la rotativa de Gutenberg y ciudades como Amberes, Ginebra, Estrasburgo, Milán, Roma o Nápoles ya imprimían libros y panfletos.
Las universidades no querían quedarse atrás, no sólo ansiaban conseguir las últimas publicaciones, sino también, y esto era lo más importante para ellas, los medios para publicar.
Venecia: la Meca de los editores
El foco literario se centró en la ciudad de los canales. Allí habría casi doscientos impresores, los había italianos y alemanes, pero también suizos y flamencos.
La Serenísima “rebosaba de libros”. Entre la Piazza de San Marcos y el puente de Rialto el lector ávido disponía de un mundo de conocimientos nunca antes imaginado.
Entre 1495 y 1501 se publicó en Venecia la cuarta parte de la producción de libros europea. Los impresores competían por atraer la atención de los mercaderes, entre los numerosos argumentos que esgrimían el más poderosos era el tipo de letra.
La libertad de prensa estaba garantizada y con ella la necesidad de crear experimentos tipográficos. Buscaban una impresión ágil y limpia, que se pudiera leer con facilidad, alejándose de la letra gótica de Guttenberg, en la que el lector avanzaba de forma tortuosa.
El delfín y el ancla de la editorial Aldina
Fue precisamente en esta ciudad donde apareció Aldo Manuzio (1449-1515), el impresor que revolucionó la impresión de los libros, el editor renacentista por antonomasia. Este humanista y editor colocó la piedra angular de la industria editorial moderna.
Creó la primera bastardilla –la letra cursiva o itálica– con la que trataba de imitar la caligrafía escrita, con un trazo ligeramente inclinado hacia la derecha.
Este tipo de letra no fue sólo un carácter tipográfico, fue en sí misma un estilo. Además, se le atribuye la invención del punto y coma. Con la nueva letra el editor
A Manuzio se le debe la impresión de los primeros libros de bolsillo, fácilmente transportables y a unos precios razonables. De esta forma los clásicos literarios, los filosóficos griegos y latinos llegaron a los hogares renacentistas.
Manuzio imprimió en veintiún años más de ciento cincuenta títulos, algunos con tiradas superiores a las mil copias.
A comienzos del siglo XVI se presentó el emblema de su imprenta: un delfín envuelto con un ancla a su alrededor, bajo el lema “Festina lente” –apresúrate despacio-. Esta simbología se convirtió en muy poco tiempo en sinónimo de elegancia y originalidad.
Se puede decir que Manuzio se convirtió en el “Steve Jobs” del siglo XV al conseguir que el libro fuese accesible en la difusión del pensamiento y la cultura, llegando a un gran número de lectores.