Desde que el mundo es mundo la vida de la gente ha estado signada por «esperas», nada ha surgido así, de repente, siempre hemos tenido que esperar.
Muchas de esas esperas son propias de los procesos naturales, como esperar a que germinen las semillas de siembra, o ese período que va desde la gestación hasta el nacimiento de un bebé, al que llamamos «dulce espera». También solemos esperar que el universo nos asombre, y gracias a las predicciones de los astrónomos, esperamos ansiosos el paso de algún cometa, los eclipses o la lluvia de perseidas en determinadas fechas.
Otras esperas han sido instauradas por lograr un ordenamiento dentro de las comunidades, las «salas de espera» de los consultorios suelen resultarnos una especie de limbo desde donde esperamos nuestro turno para la consulta. Cabe mencionar también las agotadoras colas de espera a las que nos sumamos cual hilera de hormigas o de procesionarias para poder acceder a espectáculos o a la realización de algún trámite.
Hablemos también de nuestros límites físicos, cuando el calor nos agobia en tórridos y asfixiantes veranos, momentos en los que ansiamos la llegada de un reconfortante otoño con días más benévolos. Siempre hubo, hay y habrá que esperar. Si nos remontarnos a nuestros recuerdos de infancia comprobaremos que ya en nuestra vida de niños esperábamos desde las simples acciones, las que demorábamos para no afectarnos, por ejemplo aquella espera que nos imponíamos para que la sopa se enfriara antes de llevarnos la cuchara a la boca por temor a quemarnos, y cuando los vapores que emanaban del plato se desvanecían, tímidamente procedíamos a disfrutar del tibio caldo.
Hasta aquí no he comentado nada que extrañe al lector, sabido es que la espera resulta ser ese lapso de tiempo que suele provocarnos cierta ansiedad, la misma que desaparece cuando por fin pasamos a la acción. Ahora bien: si habláramos de las esperas personales, descubriremos que la gente en su totalidad siempre espera que ocurra algo, desde los más soñadores, hasta los más agoreros.
Nuestra naturaleza es así, solemos estar siempre en actitud mental de espera, quizás se trate de abrigar esperanzas, sobre todo cuando el látigo de la vida nos castiga demasiado y aún percibiendo que podrían existir escasas posibilidades a que se concrete lo que ansiamos. . La pregunta es si realmente se llega a esperar que ocurra lo imposible o será que también lo imposible podría ser posible. He ahí la cuestión. Decía Calderón de la Barca:
«Sueña el rico en su riqueza que más cuidados le ofrece, sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza…»
Todas las personas, al soñar despiertas, esperamos. ¿Quién no ha esperado que alguien que se ha ausentado regrese? Se esperan personas, amores, golpes de suerte. Se espera porque se ansía, y siempre aparece un halo de esperanza en esas esperas, las que suelen ser demasiado prolongadas en algunos casos. Pero, sin embargo, no pierden intensidad.
Las personas de fe llegan a esperar que se produzcan milagros, pero también los pesimistas llegan a esperar, aunque sea, que cambie su mala suerte. ¿Qué sería de la vida si no se esperase nada?
Al fin y al cabo, la vida es también, en parte, sueños, los que están contenidos en esa «espera», y aquí sí que cabe volver a Calderón de la Barca para demostrar que los humanos esperamos, precisamente, porque soñamos, cualquiera sea nuestra condición:
«…Y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende».
Nunca está todo dicho y hecho, la vida podría sorprendernos cuando menos lo imaginamos. Es por eso que te mereces esperar, para convertir tu vida en un camino de esperanzas donde la espera de que ocurra lo que ansías te alimente el espíritu y te ayude a seguir adelante con fuerzas.
El destino suele estar en deuda con nosotros, por eso quizás, en cualquier parte de nuestro camino por la vida podría aparecer, así, de pronto, aquello que esperábamos.
Te aliento a esperar, por favor, espera siempre mientras te sientas con vida. Recuerda que más adelante aparecerá el límite, el final de nuestro andar por la vida, porque también nos espera algo con helados brazos que se abrirán para transportarnos hacia la nada y allí se acabarán nuestros sueños junto con nuestra existencia.