Marlowe, Corneille o Maquet son autores desconocidos para el gran público…, pero no así “sus obras”.
Coloquialmente se les conoce como “negros literarios”, una profesión que se podría definir como aquella en la que se contrata a una persona para escribir a cuenta de otra. Estos autores forman parte de la literatura más marginal, de esa que apenas se cuenta.
Los “escritores fantasma”, el calco literario del término anglosajón “ghostwriter”, han existido en todas las épocas de la historia y su labor ha abarcado todo tipo de géneros (memorias, biografías, ensayos, monografías…).
Los grandes tampoco se libran
La sombra de la duda subyace tras la figura de William Shakespeare (1564-1616), que muy probablemente utilizó a Christopher Marlowe en algunas de sus obras.
No eligió a un segundón, fue uno de los más famosos del periodo isabelino y el introductor del verso blanco. Son muchas las voces autorizadas que le señalan como el autor de tapado de “Enrique IV”.
Los franceses tampoco se libran. Después de una agria polémica en el país vecino y de un análisis detectivesco más propio de un asesinato que de una autoría literaria, se ha llegado a la conclusión de que “El Tartufo”, “Don Juan” y “El avaro” no fueron escritas por Moliére (1622-1673), sino por Pierre Corneille, un contemporáneo suyo.
A pesar de todo, el caso más flagrante lo encontramos en Alejandro Dumas padre (1802-1870). Es conocido que recogía datos y esbozaba los argumentos que luego escribiría un ejército de negros a su servicio, para finalmente retomar la labor literaria y darle al conjunto su toque más personal.
Se sospecha que llegó a tener en nómina más de setenta escritores fantasma. El más famoso fue, sin duda, Auguste Maquet, que participó “activamente” en el proceso de creación de “Los tres mosqueteros” y “El conde de Montecristo”.
La relación entre jefe y empleado se fue deteriorando con el paso del tiempo hasta que, finalmente, Maquet tomó la determinación de denunciar a Dumas. Un juez condenó a este último a pagar a su negro literario una elevada cantidad de dinero. Esto está muy bien pero, ¿quién conoce dos siglos después a Maquet?
Howard P. Lovecraft (1890-1937), el maestro de la literatura de terror, vivió a ambos lados de esa sinuosa frontera. Durante un tiempo fue el escritor en la sombra de los relatos de Harry Houdini, el conocido escapista. Para él escribió un relato titulado “Bajo las pirámides” (1924).
Posteriormente llegaría su momento de gloria literaria, pero cuando falleció –a la edad de cuarenta y seis años– dejó varios relatos inconclusos que acabaría terminando August Derleth.
Autoría desde el más allá
Charles Dickens (1802-1870) tiene el honroso mérito de haber escrito una obra desde el más allá y a golpe de dictado. No se habían cumplido todavía tres años de su fallecimiento cuando publicó “El misterio de Edwin Droad”. Al impresor –Thomas Power James– no le tembló la voz al explicar que Dickens se la había dictado durante una sesión de espiritismo.
Ya en nuestro país, Alejandro Sawa (1862-1909) fue el prototipo de escritor decimonónico bohemio y maldito. Al parecer, fue la fuente de inspiración de Ramón Valle-Inclán para crear a Max Estrella, el protagonista de “Luces de Bohemia”.
En 1890 Sawa coincidió en París con el escritor nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), por aquel momento exiliado en el país galo. Ambos establecieron una fuerte amistad que se tornaría en laboral, en donde Sawa actuó como escritor en la sombra.
En fin, la creación artística está llena de tabúes y leyendas, y los escritores por encargo forman parte de sus renglones torcidos y malditos.