En época de los romanos no había gafas, por lo que los ricos hacían que sus esclavos les leyeran los textos.
Existe una anécdota que nos cuenta Plinio sobre el emperador Nerón que, para ver los espectáculos de los gladiatorios, utilizaba una esmeralda para corregir su miopía. Podría ser una esmeralda incolora o un berilo y seguramente lo utilizaba más como gafas de sol que como corrector óptico.
A pesar de ello, Séneca nos habla sobre una esfera de vidrio llena de agua que proporcionaba un efecto de lupa para facilitar la lectura de textos. Pero tuvimos que esperar varios siglos para poder tener unas gafas correctoras de visión.
A mitad del siglo XIII, dos monjes franciscanos, Alejandro de la Espina y Roger Bacon, se inspiraron en el “Libro de Óptica”, traducido al latín en 1240 y obra de un erudito árabe llamado Alhacén (aprox. 965-1040 d.C.), quien sugirió que las lentes pulidas podrían ayudar a las personas con poca vista. Su idea era utilizar vidrio para aumentar la visión.
Esa idea la desarrollaron los monjes franciscanos creando una lente semiesférica de cristal de roca y cuarzo que aumentaba las letras. Este invento permitió que muchos monjes se beneficiaran y mejoraran su calidad de vida. También se fabricaron con potasio, arena y carbono, una técnica que se desarrolló en Bizancio y es la que posteriormente adoptaron los venecianos.
En la isla de Murano (Italia), durante el siglo XIII, se fabricaron las primeras gafas de cristal siendo las primeras dos lentes esmeriladas convexas, montadas en dos círculos de madera con un eje y unidas con un remache. El usuario tenía que sostener los cristales delante de sus ojos.
Al principio la hegemonía y el secreto de estos cristales correctores de la visión solo podían encontrarse en Venecia, en la isla de Murano. Con el tiempo llegaron a Alemania, donde se ha descubierto el ejemplar más antiguo en la abadía de Wienhausen, en el norte del país.
Con el tiempo, se sustituyó el eje de las gafas remachadas de madera por plomo, creando ya unas patillas para sostenerlas en las orejas.
Poco a poco se fueron utilizando diversos materiales. A partir del siglo XVI de utilizó el cuero, la concha de tortuga, huesos de ballena, hierro, cuerno, bronce y plata, materiales solo al alcance de las clases pudientes.
Las gafas, tal y como las conocemos hoy en día, son de principios del siglo XVIII, siendo uno de los problemas de los usuarios el ajuste, ya que, a pesar de las patillas, siempre se caían.
Para mejorar ese inconveniente, se crearon modelos de gafas que se pudieran apoyar mediante un puente nasal y unas patillas mejoradas para las orejas, que ayudó mucho a la sujeción.
Los primeros ejemplares de este tipo de gafas aparecieron en Londres en 1728 de la mano del óptico ingles Scarlett. En EE. UU. Benjamín Franklin, sobre 1784, creó unas lentes bifocales que hoy aún se conocen como “los anteojos Franklin”.
En 1850 se hicieron populares las gafas con patillas que utilizamos actualmente, aunque hoy son de materiales más finos y ligeros.