En nuestro lenguaje habitual surfean palabras que emanan de personajes literarios o bien del apellido de algunos autores. A estos términos se les conoce de forma genérica con el término “epónimo”, que etimológicamente deriva del griego eponymos.
En la Antigua Grecia se conocía como “arconte epónimo” a aquel magistrado que daba nombre al año en el que regía.
No es difícil escuchar en los medios de comunicación, en los debates políticos o en las redes sociales, que vivimos en un mundo “orwelliano”, debido a los paralelismos que existen entre nuestra sociedad y la que aparece reflejada en la novela “1984” de George Orwell.
Ese término ha pasado a nuestro vocabulario para designar a las sociedades totalitarias y represoras, al tiempo que el nombre del escritor ha quedado indisolublemente vinculado a una cámara de vigilancia y a la manipulación del lenguaje en aras de fiscalizar los pensamientos.
Personajes que forman parte de nuestras vidas
En nuestra literatura, quizás, el epónimo más utilizado y, por otra parte, el que mejor se acomoda a nuestro espíritu es el de “quijotesco”, empleado para definir a una persona que hace lo inenarrable con tal de defender sus convicciones.
En algunos casos los epónimos designan situaciones grotescas como por ejemplo “liliputiense” –para referirse a aquello que es increíblemente diminuto– o “pantagruélico” –para lo gigantesco–.
Peor prensa tienen los “mefistofélicos” –las personas diabólicas o perversas–, en alusión al personaje de “Fausto”, la obra más conocida del escritor alemán JW von Goethe. Por otra parte, decimos que una joven es una “lolita” cuando conjuga su lozanía con un especial atractivo personal y el control del arte de la seducción.
De dantesco a kafkiano
En cuanto a los escritores, hablamos de “quevedos” para referirnos a un tipo de gafas circulares y sin patillas, como las que usaba el escritor; “maquiavélico” para designar algo malvado y “casanova” como sinónimo de conquistador.
Al poeta italiano Dante debemos la descripción más perturbadora que se ha hecho hasta la fecha del infierno, a través de los nueve círculos nos hace viajar por el purgatorio, el infierno y el paraíso. Por ese motivo no nos debe resultar extraño que su apellido haya dado lugar al calificativo “dantesco”.
La novela “El juicio”, de Frank Kafka, entra dentro de la literatura de lo inverosímil y lo absurdo. En ella el protagonista es arrestado y juzgado por un crimen que nunca se le comunica, viviendo las situaciones más “kafkianas” que nos podamos imaginar.
Palabras que ocultan un pasado literario
Hasta aquí hemos revisado calificativos muy evidentes, pero hay otros que no lo son tanto, como la combinación sado-masoquista. La palabra “sádico” procede del marqués de Sade porque sus novelas están cargadas de actos crueles, mientras que “masoquismo” hace honor al escritor austriaco Leopold von Sacher-Masoch.
Incluso el término “anfitrión” es un epónimo, hace alusión a un personaje mitológico –Anfitrión– que Moliere puso de moda al titular así a una de sus obras de teatro, en la que se afirmaba que el verdadero anfitrión es “el que nos da de cenar”.
¿Por qué a la persona que guía a un ciego la llamamos “lazarillo”? Este término está emparejado con el protagonista de la novela “El lazarillo de Tormes”, el pícaro que quedó huérfano de padre –un molinero ladrón– y que fue puesto al servicio de un ciego, el primero de muchos amos.
Para el final nos hemos reservado la palabra “pantalón”, que procede de Pantaleón, un personaje que aparece en las llamadas “comedias del arte” italiano y que gustaba vestir con la prenda a la que dio nombre.