Durante su larga historia, la organización terrorista ETA llevó a cabo unas tres mil acciones y mató a más de novecientas personas. Las novelas con el trasfondo del terrorismo vasco y la izquierda abertzale han sido un tema tabú durante mucho tiempo pero, afortunadamente, las heridas han comenzado a cicatrizar y esto ha permitido que en los estantes de nuestras bibliotecas florezcan, aunque sea tímidamente, novelas con esta temática.
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Recientemente Lorenzo Silva ha publicado “El mal de Corcira” (2020), la duodécima aventura del subteniente Rubén Bevilacqua y la brigada Virginia Chamorro. En esta ocasión la trama nos hace echar la vista atrás y remontarnos hasta los años del plomo, cuando Vila participaba activamente en la lucha antiterrorista.
Sin duda alguna, el maridaje literatura y ETA nos conduce inevitablemente a “Patria” (2016), del escritor Fernando Aramburu y verdadero fenómeno literario. Bucear en sus páginas es una verdadera delicia, en ella cobran vida Txato, Bittori, Nerea, Joxe Mari o Miren, personajes que han entrado por la puerta grande de nuestro universo literario.
Los niños también sufren
Muy poco después, Edurne Portela, en su ópera prima, nos describía una atmósfera asfixiante en la que explora las emociones y los sustratos afectivos. Enfoca el conflicto desde los ojos de Amaia, una niña y adolescente que vive durante los años más duros en Euskal Herria. El título de la novela: “Mejor la ausencia” (2017).
Si lo que buscamos son tintes autobiográficos nuestra novela es “El comensal” (2015), en ella Gabriela Ybarra nos cuenta el secuestro en el barrio de Getxo (Bizkaia) y posterior asesinato de su abuelo, el empresario e historiador Javier de Ybarra.
“RC” (2017) son las siglas de “responsabilidad civil”, la novela con la que el navarro Pedro Charro nos relata el asesinato de un niño a la puerta de su casa. El terrorista ingresa en prisión y la judicatura le condena además de la privación de la libertad a satisfacer con una indemnización económica a los padres de la víctima, algo por lo que el etarra no está dispuesto a pasar…
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Y también hay infiltrados…
Fernando Rueda rescató en “El regreso de El Lobo” (2014) la figura de Mikel Lejarza, alias El Lobo, un infiltrado en la banda terrorista al servicio de las instituciones estatales. Fue una de las operaciones más exitosa y asombrosa del espionaje español. Rueda nos seduce con un thriller de acción embebido en una prosa ágil y vibrante.
Los escritores también nos han situado en el lado de los terroristas. Así, en “Cien metros” el escritor Ramón Saizarbitoria nos narra los últimos minutos de vida de un militante antes de ser abatido por la policía. Esta novela fue escrita en 1972 y con ella el autor sitúa el acento literario en la represión franquista sobre Hegoalde –el País Vasco español–.
Gabo es un emisario retirado que es requerido por sus superiores para realizar una última misión, labores de seguimiento a Henri, un terrorista que regresa a España después de permanecer décadas oculto en Colombia.
La violencia entreverada con metáforas y reflexiones nos arrastra a uña de caballo a través de las páginas de “Nunca fuimos héroes” (2020), la octava novela de Fernando Benzo. Una pieza más de ese puzzle literario que describe la ficción, con trazas de realidad, de una lucha cainita que nunca debió surgir.
El miedo al que hemos estado sometidos durante décadas ha dado paso a la gestación de un género literario que, hurgando en las heridas, nos lleva a la catarsis y a que la herida no deje de supurar. Pero al menos, ahora, la herida no quema.