En este momento hay 1.121 lugares, de 167 países diferentes, que cuentan con la distinción de ser Patrimonio de la Humanidad. Pues bien, Burgos puede presumir de tener tres de ellos: la catedral y el casco antiguo, el yacimiento de Atapuerca y el Camino de Santiago Francés, que atraviesa en más de un centenar de kilómetros la provincia castellana.
Hostia consagrada:
Significado, historia y curiosidades del rito más extraño del cristianismo
Con el permiso de Ávila, podemos decir que el gótico español nació en Burgos. Se cuenta que, tras un viaje a París, el obispo burgalés Mauricio quedó tan fascinado con las obras de Notre Dame que encargó a Juan y Simón de Colonia la construcción de la catedral. Fueron estos maestros constructores los que, allá por el año 1221, iniciaron el bordado en piedra de esa fantástica filigrana.
El asno sonriente
Quizás uno de los aspectos más llamativos que descubre el turista cuando se encara frente a la catedral de Burgos son sus gárgolas. Más allá de su función simbólica, tenían por objeto proteger a las paredes del edificio al canalizar el agua hacia el exterior. Su nombre procede del francés gargouille, un vocablo inspirado en el sonido que emite el agua, igual que sucede con nuestras “gárgaras”.
Con la ayuda de unos prismáticos podremos descubrir desde hombres hasta mujeres, pasando por monstruos antropomórficos, criaturas aladas, grotescas y animales de toda índole. De todas ellas, sin duda, la más conocida es el asno sonriente, que se encuentra en la fachada principal de la Puerta del Perdón, de Santa María o Real.
Sobre su simbología se han escrito ríos de tinta, la más aceptada es que representa la sabiduría, al jugar un papel destacado en la vida de Jesucristo (nacimiento, huida a Egipto y entrada triunfal en Jerusalén).
A la catedral le falta la “H”
En esa puerta es donde se encuentra el conocido y fotogénico rosetón. Lo hicieron los llamados constructores argóticos que usaron en su ejecución el sello de Salomón, un hexagrama formado por dos triángulos equiláteros encuadrados en un círculo. El triángulo superior representa el aire y el fuego, mientras que el inferior la tierra y el agua.
Si nos fijamos con detalle, un poco más arriba aparece escrita en piedra una inscripción latina: “pulcra es et decora”, que significa “eres hermosa y bella”. Sin embargo, hay un error ortográfico, ya que en latín “hermosa” es “pulchra” con “h”, pero esa letra no pudo ser incluida en el texto por falta de espacio.
Ahora nos detendremos en la otra gran puerta, la del Sarmental, que está dividida por un parteluz en donde aparece representado el obispo Mauricio –con mitra y báculo–. Se encuentra bajo los símbolos de los cuatro evangelistas, las primeras esculturas de nuestro gótico.
Inspiración de la ópera de París
El estilo de la catedral es, sin duda, el gótico, pero posee en su interior elementos decorativos renacentistas y barrocos. Nada más entrar por la Puerta del Perdón nos encontramos el famoso Papamoscas, un autómata de medio cuerpo –procedente de un taller de relojeros venecianos– que abre la boca cuando suenan las horas, al tiempo que mueve su brazo para accionar el badajo de una campana.
A su lado se encuentra el Martinillo, otro autómata que marca los cuartos. Enfrente de ellos hay una capilla que alberga a un Cristo fabricado con piel de búfalo procedente del Líbano.
Si nos adentramos por la nave de la izquierda, llegaremos a la escalera dorada de Diego de Siloé, sus treinta y nueve escalones sirvieron de inspiración para construir la escalera de la Ópera de París.
Más adelante, bajo la linterna octogonal del cimborrio se encuentra la tumba del Cid y de su esposa, doña Ximena. Cuenta la leyenda que cuando Felipe II visitó por vez primera la catedral y admiró la belleza del cimborrio exclamó que aquello parecía cosa de ángeles, no de personas. La verdad es que el Campeador descansa bajo las estrellas.
Una catedral dentro de la catedral
En el siglo XIV, la mayor dignidad del Reino de Castilla, después de los monarcas, recaía en los Condestables. Por este motivo no nos debe extrañar que una de las dieciocho capillas esté dedicada a estos personajes.
En la columna de entrada a la misma aparecen labrados los llamativos hombres salvajes y en, su interior, destaca la pintura de María Magdalena que recuerda bastante a la Gioconda. No en balde, fue realizada por Giovanni Pietro Rizzoli, el discípulo predilecto de Leonardo.
En la capilla, escondidos en un capitel de la derecha y a la altura de la vista, podemos encontrar cuatro alquimistas trabajando con sus retortas y sus morteros. Tratando, seguramente, de obtener la piedra filosofal a partir de arsénico, mercurio y sal.
Para finalizar, cerramos el círculo y nos volvemos a situar frente a la Puerta del Perdón. Allí se encuentra el Mesón del Cid con una inscripción labrada en piedra que recuerda que allí estuvo la primera imprenta de la ciudad, en la cual se imprimió la primera edición de “La Celestina” (1499). Fue el lugar donde tenían sus talleres los impresores Fadrique de Basilea y Juan de Burgos.