Carrera de Caballos, Cenador, Ranas, Canastillo, Baños de Diana, Fuente de la Fama o las Ocho Calles son algunas de las fuentes más características que forman parte de los jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso, en Segovia.
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Para conocer su origen tenemos que remontarnos al reinado de Felipe V, el nieto del rey Sol. En 1720 adquirió la llamada “Granja de San Ildefonso” a los monjes jerónimos. Esta propiedad, situada a los pies de las montañas de Guadarrama, había pertenecido a los reyes de Castilla; fue allí donde el rey Enrique IV hizo construir –en 1450– una ermita bajo la advocación del santo.
Diseño y ejecución francesa
Un año después de la adquisición de los terrenos el soberano contrató los servicios de tres reputados arquitectos franceses –René Fremin, Jean Thierry y Jacques Bousseau– para diseñar un jardín con veintiséis fuentes inspiradas en la mitología clásica.
Al principio la heredad les pareció inadecuada, debido a su naturaleza rocosa y áspera, a la pendiente que ascendía hasta las montañas, unidas a la irregularidad de la superficie y a la dificultad para generar perspectivas.
Pero con mucha paciencia y trabajo, y con la colaboración del jardinero Esteban Bolelou, consiguieron dar coherencia al trazado y formar el típico jardín palaciego del estilo de finales del reinado de Luis XIV. En estos momentos estos jardines son considerados la más acabada representación del estilo francés en suelo español.
Las fuentes fueron realizadas en plomo para que pudieran ser pintadas imitando al bronce y al mármol, mientras que las estatuas se cincelaron en mármol y con un trasunto mitológico. Con este conjunto cortesano el monarca aspiraba a superar en pompa a la corte francesa.
Un alarde de ingeniería
Para abastecer a las fuentes se crearon más de trescientos surtidores, que propulsan una media de nueve mil metros cúbicos de agua a la hora. Por ese motivo la magia de las fuentes tan solo tiene lugar tres días al año: la festividad de San Fernando (30 de mayo), el día de Santiago (25 de julio) y el día de San Luis (25 de agosto).
El elemento líquido llega directamente de la sierra y, mediante un complejo sistema de cañerías, alcanza los siete estanques del palacio, siendo el de mayor cabida el conocido como “El Mar”. Con una capacidad próxima a los 216.000 metros cúbicos se encuentra situado a una cota de cuarenta y ocho metros de altura, desde donde el agua desciende de forma sediciosa y sometida a la ley de los vasos comunicantes.
Los arquitectos franceses se curaron en salud al ubicar otros depósitos en cotas diferentes, de forma que se pudiera garantizar el funcionamiento de todas las fuentes de forma simultánea.
Hay que tener presente algunas singularidades del ingenio hidráulico: la canalización se realizó en hierro fundido, algunas tuberías tienen hasta medio metro de diámetro, las junturas están aplomadas, los surtidores son de conductos embocados y el entramado total suma más de catorce kilómetros, enterrados en bóvedas.
Todo ello permite que, por ejemplo, la fuente llamada La Fama pueda propulsar doscientos cincuenta litros de agua por segundo y alcance los cincuenta metros de altura. Una verdadera proeza de la ingeniería.
Además, se calcula que, a pesar de su antigüedad trisecular, más del 96% de la red conserva, a día de hoy, su estado original. Por tanto, no debe sorprendernos, que en este momento sea considerado el más importante sistema hidráulico a presión del siglo XVIII en funcionamiento.
La belleza ensimismante de los jardines, unida la seducción del sonido de las fuentes, consiguieron, probablemente, el efecto deseado, que el atribulado ánimo del rey borbónico encontrase la paz y el sosiego que las obligaciones de la corona no le permitían.