Todos conocemos el origen griego de los Juegos Olímpicos, así como su respeto por la tregua olímpica o ekecheiria, que consistía en que las guerras se paralizaban momentáneamente para permitir que los atletas pudieran acudir a los Juegos, participar en Olimpia y, después, volver en paz a sus ciudades de origen.
Estadios olímpicos:
Características, listado e imágenes de los 25 mejores estadios de los Juegos Olímpicos
Desde que se recuperaron en Atenas 1896, desgraciadamente no siempre fue así, y no pudieron celebrarse durante la Primera y Segunda Guerra Mundial. Tampoco han estado exentos de boicots parciales de algunos países, siendo los más sonados los de Moscú 1980 por Estados Unidos y algunos de sus aliados o los de Los Ángeles 1984 cuando los soviéticos y sus aliados devolvieron la moneda. De hecho, desde la creación de los Juegos Olímpicos modernos en la fecha referida solo cinco países han participado de forma continua bajo su bandera o la olímpica: Grecia, Australia, Francia, Reino Unido y Suiza.
Un punto de inflexión fue la Guerra de los Balcanes, cuando el Comité Olímpico Internacional se planteó recuperar la tradición de la tregua olímpica, exhortando a los participantes a observarla y respetarla.
No solo por la política internacional, como hemos comentado con esos boicots, los JJ OO han sido utilizados por su importancia mediática y su resonancia mundial por otras manifestaciones extra deportivas que se han dejado ver y notar en ellos, como reivindicaciones contra el racismo, sociales, económicas….
Munich 1972 convertido en el escenario de la más sangrienta reivindicación
Sin embargo, fueron los Juegos Olímpicos de Munich de 1972 los que evidenciaron de forma más dramática ese tipo de reivindicaciones. El conflicto árabe-israelí se encontraba en su punto cumbre, Oriente Medio era un auténtico polvorín y un comando terrorista palestino, compuesto por ocho miembros, aprovechó el evento, televisado a multitud de hogares y cubierto por unos cuatro mil periodistas de todo el mundo, para dar su golpe de efecto y colarse en la villa olímpica secuestrando el 5 de septiembre a parte de la delegación israelí. El comando terrorista se autodenominó Septiembre Negro, todo un presagio de lo que iba a suceder.
Los Juegos se celebraron entre el 26 de agosto y el 11 de septiembre y contaban con varios récords, de atletas, de países participantes y de pruebas deportivas. El éxito parecía asegurado. Los denominaron «Los Juegos de la felicidad». Y no pudo ser más desafortunada la elección.
Primera curiosidad dramática: cuando el grupo terrorista escalaba la valla de la villa olímpica a las 4:40 de ese 5 de septiembre, ataviados con ropa deportiva como cualquier otro grupo de deportistas, eso sí, armados hasta las cejas, fueron ayudados a entrar por deportistas estadounidenses que pensaron que se trataba de compañeros que volvían a la villa después de una noche de juerga. Claro, quién se iba a imaginar la situación en ese contexto.
El comando terrorista estaba liderado por Lutif Afif, (“Issa”) y el resto eran Yusuf Nazzal, Afif Ahmed Hamid, Khalid Jawad, Ahmed Chic Thaa, Mohammed Safady, Adnan Al Gashey y su sobrino, Jamal Al Gashey.
Nada más llegar a las dependencias israelíes fueron descubiertos por Moshe Weinberg, entrenador de lucha libre que dio la alerta. Gracias a ella algunos deportistas pudieron huir. Otro integrante de la delegación atacada hizo frente a los terroristas, pero fue abatido de un disparo como Weinberg. En total secuestraron a nueve integrantes de la delegación hebrea: Ze’ev Friedman y David Berger, pesistas; Yakov Springer, juez de pesas; Eliezer Halfin y Mark Slavin, luchadores; Yossef Guttfreund, árbitro de lucha libre; Kehat Shorr, entrenador de tiro; Andre Spitzer, entrenador de esgrima y Amitzur Shapira, entrenador de atletismo.
Entre sus exigencias estaban la liberación de 234 prisioneros palestinos en cárceles israelíes y la liberación también de dos terroristas alemanes, los fundadores del grupo terrorista Baader-Meinhoff, Andreas Baader y Ulrike Meinhoff.
El bloque de apartamentos donde se realizó el secuestro fue rodeado y la televisión comenzó a emitir las primeras imágenes. El Comité organizador de los Juegos decidió suspender las competiciones de forma temporal. La batalla de la propaganda estaba siendo ganada por los terroristas. Habían conseguido acaparar toda la atención.
Tanto Alemania como Israel se negaron a plegarse a las peticiones terroristas y un dispositivo de 12.000 agentes se movilizó para hacer frente al ataque terrorista. Alemania no tenía un ejército potente después de la Segunda Guerra Mundial por lo que toda la responsabilidad cayó en la policía de Munich que no disponía de ningún cuerpo especializado para este tipo de conflictos.
Se iban tomando decisiones improvisadas sobre la marcha como la de asaltar los apartamentos donde los terroristas estaban atrincherados desde los conductos de ventilación, intentando sorprenderlos. Pero no cayeron en un pequeño detalle. Toda la operación estaba siendo retransmitida por la televisión y todas las habitaciones de la villa olímpica disponían de televisiones, por lo que los terroristas estaban perfectamente informados de los movimientos de la policía. La operación fue, evidentemente, cancelada.
La inexperiencia, torpeza e inseguridad de la policía alemana y de los propios secuestradores, auguraban un trágico final
Se hicieron populares las fotos tomadas tanto de los terroristas en los balcones del edificio como las de policías armados y vestidos con ropa deportiva intentando acercarse a ellos.
Durante las negociaciones, que se desarrollaron en presencia del canciller alemán Willy Brandt, se acordó que los terroristas viajarían en avión con los rehenes hasta Egipto, para lo que fueron transportados en helicóptero hasta un aeropuerto militar. Los alemanes habían colocado un Boeing 727 con unos tripulantes que en realidad eran agentes de policía, pero para sorpresa de sus superiores lo abandonaron antes de la llegada de los terroristas.
La inexperiencia, la torpeza, inseguridad, nerviosismo e improvisación de unos y otros auguraba un trágico final. Cinco francotiradores se apostaron en distintos puntos del aeropuerto. La primera sorpresa es que había ocho terroristas a los que abatir. No estaban especializados en aquella tarea ni disponían del equipo ideal.
Cuando los terroristas se percataron de que el avión estaba vacío y de que habían sido engañados intentaron volver a los helicópteros y se desencadenó la tragedia. En el tiroteo murieron los nueve rehenes, cinco terroristas y un policía.
Los Juegos siguieron, pero el resto de la delegación israelí regresó antes del final a su país, así como la egipcia temerosa de represalias.
Dando un toque positivo a la competición, al final estos Juegos serían recordados por la hazaña del nadador estadounidense Mark Spitz y sus siete medallas de oro, o por la victoria de la selección soviética de baloncesto en la final contra la estadounidense en el último segundo.