Bienvenidos al Trastévere o, como yo prefiero llamarlo, “el barrio que los antiguos romanos miraban por encima del hombro”. Su nombre viene del latín “trans Tiberim” que significa “más allá del Tíber”, y ya ese nombre nos dice mucho: era el barrio de los “otros”, los que vivían al otro lado del río. Básicamente, era el Brooklyn de la Roma antigua, pero con más gatos y menos hipsters.

Cuando ser “del otro lado” era literal
En la antigua Roma, el Trastévere era el barrio de los extranjeros, los trabajadores y, sobre todo, de los judíos. Imaginen la ironía: los romanos construyeron un imperio enorme, pero mantenían a los extranjeros “al otro lado del río”, como quien mantiene las visitas incómodas en el trastero. Sin embargo, esta segregación inicial acabó creando uno de los barrios más vibrantes y auténticos de Roma.
El trazado de las calles del Trastévere parece haber sido diseñado por alguien que había bebido demasiado vino. Las callejuelas se retuercen y giran sin ningún sentido aparente, creando un laberinto que ha hecho perder el norte a más de un turista confiado. Pero hay una explicación: estas calles crecieron orgánicamente durante siglos, sin planificación urbana.

Por todo el barrio encontraremos unas fuentes de agua llamadas “nasoni” (narizones), llamadas así por su forma de nariz. El agua que sale de estas fuentes es potable y procede directamente de los acueductos romanos.
Pero si hay algo que caracteriza a las calles del Trastévere son sus gatos. Estos felinos son los auténticos aristócratas del barrio, paseándose por las ruinas romanas como si fueran sus sofás personales. De hecho, en Roma los gatos están protegidos por ley como “patrimonio biocultural” de la ciudad.

La donna sigue siendo la protagonista de las trattorias
La Basílica de Santa María en Trastévere es la iglesia más antigua dedicada a la Virgen María en Roma. Según la leyenda, en el lugar donde hoy se encuentra la iglesia brotó una fuente de aceite el día que nació Jesús. Los romanos, que nunca desperdiciaban una buena historia, construyeron aquí una de sus iglesias más importantes.
El mercado de Porta Portese es una institución del Trastévere. Cada domingo, las calles se llenan de puestos donde puedes encontrar de todo: desde antigüedades auténticas hasta “antigüedades” fabricadas la semana pasada en China. El regateo aquí es un deporte olímpico, y los vendedores son medallistas de oro en el arte de convencerte de que necesitas esa lámpara de lava con la cara de Julio César.

Los restaurantes del Trastévere son famosos por mantener vivas las recetas tradicionales romanas. Aquí encontrarás la auténtica pasta alla carbonara (y no, no lleva nata, ni siquiera lo sugieras) y el cacio e pepe que te hace llorar de felicidad. Cada restaurante familiar tiene su propia “nonna” en la cocina, custodiando recetas que han pasado de generación en generación como si fueran secretos de estado.
Las ventanas: el facebook del siglo XVI
Las ventanas del Trastévere son como las redes sociales de la época pre-internet. Cada una cuenta una historia: la ropa tendida, las plantas en los balcones, las conversaciones a gritos entre vecinas. Es el twitter medieval, pero con más ropa interior al viento y menos trolls.
En los últimos años el Trastévere se ha convertido en el hogar de numerosos artistas callejeros. Las paredes están decoradas con grafitis que van desde obras maestras dignas de un museo hasta garabatos que harían llorar al mismísimo Miguel Ángel.

Pero como todo barrio “auténtico” que se precie, el Trastévere está experimentando su propia batalla con la gentrificación. Los bares de zumos y las tiendas de ropa vintage están reemplazando gradualmente a las trattorias familiares y las tiendas de ultramarinos. Es la eterna lucha entre lo nuevo y lo viejo, aunque en Roma, “nuevo” significa cualquier cosa posterior al Imperio Romano.
Un último consejo, si te pierdes en el Trastévere -y te perderás- sigue a los gatos. Ellos conocen el barrio mejor que cualquier GPS y, además, tienen más de dos mil años de experiencia navegando por estas calles. Y, si todo falla, siéntate en una plaza, pide un vino, y recuerda que perderse en Roma nunca es perderse realmente.