Hablamos de la anhedonia. Como indica su nombre (del griego an- ‘falta de’ y hedoné ‘placer’), implica que la persona que la sufre, simple y llanamente, está incapacitada para sentir placer por las cosas que hace. No importa cuáles sean. Ninguna de ellas le será satisfactoria.
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En muchos de los casos se la confunde con una depresión aguda, de esas que surgen tras situaciones traumáticas severas donde se pierde la alegría de vivir.
La verdad es que los médicos las han asociado, pues se parecen mucho y la ausencia de placer es un síntoma de la depresión, pero incluso la persona más deprimida suele tener algún breve momento en el que disfruta de algo y, de hecho, lo agradece enormemente.
Con la anhedonia esto no ocurre. De hecho, debido a esto, las estadísticas muestran que las tendencias al suicidio son mayores.
La causa, aparentemente, está en el cerebro, pues es ahí donde se produce la liberación de dopamina, que es la responsable de sentir felicidad ante ciertos estímulos.
En las personas con esta condición, algo (presumiblemente la serotonina) bloquea la dopamina, dejándoles en un estado de “frialdad” ante cualquier estímulo que busque levantarle el ánimo.
Además de rara, esta enfermedad aún no tiene una cura precisa, ni siquiera la posibilidad de para mitigar sus efectos. Quienes han hecho esfuerzos por erradicarla prácticamente utilizan los mismos métodos para tratar la depresión. Con todo, los resultados suelen ser peores para el paciente.
A medio plazo no se espera que mejore esta situación. Es algo que ocurre con muchas enfermedades raras o poco comunes, pero nadie descarta que las investigaciones que se lleven a cabo iluminen alguna respuesta en el futuro. De esto, por fortuna, también tenemos casos memorables en la medicina moderna.