Los arqueólogos son científicos que intentan reconstruir la historia a partir de los restos del pasado. Han sido los arqueólogos quienes han descifrado por qué los antiguos egipcios momificaban a sus faraones o por qué los hombres primitivos pintaban imágenes en las paredes de las cavernas, como en Altamira.
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Pero, ¿qué pasaría si de pronto desapareciera la humanidad y en unos siglos llegasen arqueólogos del espacio a investigar lo que ocurrió con nuestra civilización? Teniendo en cuenta que sus conocimientos sobre los humanos serían mínimos o nulos, probablemente interpretarían erróneamente nuestras huellas sobre el planeta.
Probablemente, al principio, estos arqueólogos galácticos creerían que la raza dominante fueron los pollos de granja. La enorme cantidad de huesos de estas aves, que superan en número de 3 a 1 a la humanidad, les indicaría que estos animales prosperaron lo suficiente como para dominar y reproducirse indiscriminadamente.
Pero encontrarían edificaciones, instalaciones y restos de tecnología que corresponden con el tamaño de los restos humanos y no con el de los pollos. Los dispositivos móviles, por ejemplo, les darían a entender al revisar sus memorias, que los humanos registrábamos rostros extraños, sacando la lengua o lanzando besos, lo cual podría ser interpretado como un código de identificación, de cortejo o incluso como un ritual de guerra.
La enorme presencia de automóviles generaría gran desconcierto: tal vez la vida inteligente eran esos seres metálicos y no los humanos, cuyo material genético aún puede registrarse en los vehículos.
Un arqueólogo del futuro encontraría, sin duda, gran cantidad de botellas con variedad de alcoholes y podría interpretar que esa es la base de la dieta humana (y no iría tan desencaminado). Pero si llega en menos de mil años, encontraría también una inmensa cantidad de plásticos regados por toda la superficie del planeta. Como sabemos, el plástico no se degrada fácilmente.
Un arqueólogo llamado Christopher Hawkes creó un método llamado “escalera de la inferencia”, que permite a cualquier arqueólogo descubrir paso a paso distintos datos acerca de una civilización; no obstante, cada escalón permite un grado menor de seguridad en los descubrimientos.
Lo más sencillo de resolver tiene que ver con las estructuras físicas. Por ejemplo, edificios de hormigón, que indicarán dónde se encontraban las mayores poblaciones y ofrecerían datos acerca de las proporciones de la raza dominante. Podrán comprender las redes de transporte y comunicaciones.
Pero de ahí en adelante es más difícil: se puede saber algo acerca de la economía de estas sociedades (revisando los productos y fábricas existentes), e incluso algo acerca de las jerarquías y relaciones políticas. No obstante, descubrir qué pensaban los humanos en el momento de su desaparición puede ser realmente imposible.
Con un margen de error tan amplio, es gracioso pensar que en la medida en que la humanidad consume más y más pollo, contribuye a una creciente confusión para los arqueólogos del futuro y, curiosamente, a la desaparición del planeta tal y como lo conocemos.