La autenticidad podría definirse como la voz de una persona, con sus matices y carácter. Esto es un ejemplo tangible de autenticidad.
Ahora, en términos de desarrollo personal, la autenticidad es lo que hace a la persona: su estilo de vida, intereses, principios y prioridades.
También es una excelente herramienta para construir una mejor vida, una más acorde a esos intereses propios.
La autenticidad es el momento presente, el ahora.
A partir del momento presente se puede crear, teniendo en consideración que si siempre se es fiel a la autenticidad, esta puede llevarnos por diferentes caminos a lo largo de la vida, precisamente para enriquecerla.
Ello permite crear cosas nuevas que, aunque terminen siendo diferentes, serán coherentes a la autenticidad en su forma más pura.
Para crear una vida más excitante, una carrera de ensueño o una obra que sea fiel a uno mismo, es preciso crear a partir de quién se es hoy, asegurándose de que ese trabajo resuene primero dentro.
Siempre que la intención de las decisiones sean cónsonas con los deseos más personales y reales, la autenticidad ayudará a crear la armonía durante el proceso.
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Lo importante en la vida es ser uno mismo, auténtico, sincero y veraz, sin hipocresía ni dobleces, aceptando la responsabilidad de los propios sentimientos, emociones, actos y conductas, y siendo coherente con lo que uno es, admitiendo la realidad objetiva y a los demás como son, sin creerse superior a nadie. Y no mostrándote nunca distinto con lo que se es, que no haya contradicción entre lo que uno piensa y lo que uno dice, ni mucho menos con lo que uno hace.
ARTURO KORTÁZAR AZPILIKUETA MARTIKORENA ©