“Los amantes desventurados” (o Star-Crossed lovers, término acuñado por el mismísimo William Shakespeare) son un arquetipo que describe a una pareja de amantes que por razones del destino no pueden llevar a cabo su amor hasta el final.
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Podría pensarse que el mismo nombre que incluye la palabra “estrella” (en inglés) significaría que ellas los apoyan de alguna manera. Sin embargo, es lo contrario, las estrellas se “cruzan” y el cruce resulta en un destino separado y doloroso para los amantes.
Aquí conoceremos la historia de dos jóvenes enamorados cuyas vidas cruzaron esas infortunadas estrellas. Estos jóvenes amantes vivieron sus cortas vidas en el sur de América, en la provincia de Buenos Aires, Argentina.
Camila: sus orígenes en la alta sociedad argentina de la década de 1840
María Camila O’Gorman nació en 1828 en Buenos Aires, en el seno de una familia muy acomodada y respetada en la sociedad. Los O’Gorman eran parte de la “gente decente”, nombre con el cual se autodenominaban quienes pertenecían a las clases más poderosas.
La “gente decente” se vestía de una manera que no podía ser imitada por los sectores bajos de la sociedad (el llamado “bajo pueblo”), y tampoco se mezclaba con nadie que no perteneciera a su clase.
Tal como lo describe la doctora argentina Lelia Area, en la sociedad argentina de la época el padre tenía autoridad absoluta en todos los asuntos concernientes a la familia, hijos, esposa, bienes, sirvientes. Lo único que no podía hacer era vender o esclavizar a sus hijos o matar a su mujer, pero luego de eso, disponía ad libitum de las vidas de todos. El padre tenía tutela de sus hijos hasta que se casaran y la madre no tenía ningún tipo de voz, voto o autoridad en la familia.
Los orígenes de los O’Gorman eran franceses, irlandeses y españoles. Su padre, Adolfo Gorman, había nacido en Francia y su madre, en Buenos Aires. Camila fue la quinta de los seis hijos que tuvo la pareja.
Dos de sus tres hermanos siguieron el camino regular de los descendientes de las buenas familias de entonces: uno se convirtió en sacerdote Jesuita y el otro consiguió altos puestos en la policía y en la penitenciaría.
Camila y sus hermanas fueron educadas como las típicas señoritas de la alta sociedad en las labores domésticas y sociales que les permitieran convertirse en las esposas ideales.
Ella era muy estimada y respetada en la sociedad bonaerense. También era muy amiga de Manuela, hija del presidente Rosas, una joven igualmente estimada en la sociedad.
A Camila le gustaba mucho leer, recorrer librerías, comprar partituras, pasear y hablar con la gente. Gustaba de hacerlo sola, lo cual era un abierto desafío a las normas de entonces.
Adolfo Saldías, citado por el historiador argentino Felipe Pigna, la describió como una joven muy artística (también cantaba y tocaba el piano), soñadora y muy liberal. Él decía que Camila era muy “dada a las lecturas de esas que estimulan la ilusión hasta el devaneo, pero que no instruyen la razón y el sentimiento para la lucha por la vida”. Era también muy amable y cariñosa con los sirvientes y esclavos de su familia.
Camila solía pensar que las mujeres estaban muy restringidas en esa sociedad de entonces, altamente patriarcal, desigual y gobernada muy rígidamente por la Iglesia Católica.
En la Argentina de la época, la Iglesia Católica Irlandesa tenía una dominación preponderante, y el capellán de la misma, el reverendo Anthony Fahy, era muy amigo del gobernador Rosas.
Las mujeres tenían un rol muy específico qué cumplir, el cual incluía aceptar matrimonios arreglados por sus familias; estar siempre en casa ocupándose de los asuntos domésticos, de la familia y de ir muy seguido a la iglesia.
Allí también solía ir sola, y fue en ese lugar donde conoció al hombre de su vida.
Ladislao: sus orígenes
Ladislao Gutiérrez, (también conocido como Uladislao), nació en Tucumán en 1824. Huérfano desde temprana edad, fue criado por su tío Celedonio Gutiérrez, el entonces gobernador de la provincia de Tucumán.
Como todo hijo de familia perteneciente a la “gente decente”, entró a estudiar al Seminario Jesuita para convertirse en sacerdote y ahí conoció a Eduardo, el hermano de Camila.
Entre ellos nació una amistad y eso abrió el camino para que enviaran a Ladislao a Buenos Aires como párroco de la familia O’Gorman y de la Iglesia del Socorro, ya que había una vacante. Ladislao era cuatro años mayor que Camila.
Camila y Ladislao se conocen
Corría el año 1843, Ladislao era muy amigo de Eduardo O’Gorman y por esta razón frecuentaba mucho la casa. Las visitas también tenían un carácter pastoral, ya que él era el sacerdote de la familia. Fue en una de esas visitas, entre tertulias y veladas musicales, que Camila, de entonces veinte años, lo conoció.
Ladislao iba frecuentemente a casa de los O’Gorman y Camila era muy asidua a asistir a la iglesia a oír sus sermones. Esas circunstancias acercaron a los jóvenes, tanta frecuencia y cercanía fueron terreno fértil para que naciera un apasionado amor clandestino que duraría cuatro años.
Un día ambos decidieron no ocultarse más y huir de Buenos Aires a vivir su amor, libres de restricciones sociales y religiosas.
Escape y romance abierto
Escaparon el 12 de diciembre de 1847, con la intención de llegar a la capital del entonces Imperio de Brasil, Río de Janeiro. Viajaron por varias provincias del país con los nombres falsos que dieron en febrero de 1848, al sacar sus pasaportes: Valentina Desan y Máximo Brandier, una joven pareja casada procedente de Salta, comerciantes de profesión.
Por motivos económicos no pudieron llegar a Río, así que se establecieron en Goya, en la provincia de Corrientes, mientras reunían los recursos para seguir el viaje.
Allí vivieron por unos meses y abrieron una escuela (la única de la aldea) en la casa que alquilaban, lo cual los hizo muy populares y estimados entre la población del lugar. Un día, los pobladores los invitaron a una fiesta y ellos fueron.
Haber ido a esa fiesta, trajo la tragedia a sus vidas.
Escándalo en Buenos Aires
Mientras Ladislao y Camila vivían su amor en Corrientes, en Buenos Aires la sociedad estaba totalmente convulsionada al enterarse de la fuga. Al principio la familia mantuvo todo en secreto para evitar el escándalo, pero al hacerse público el escape, toda la ciudad se cubrió con esquelas de las descripciones de ambos.
Nadie podía creer que una joven tan bien educada, religiosa y de una familia tan encumbrada y respetada hubiera huido por su propia voluntad con un sacerdote.
Tampoco podrían creer que un sacerdote de igualmente buena familia y conexiones hubiera sido capaz de raptar a una jovencita decente. En una sociedad en la cual la Iglesia Católica tenía un poder muy grande, y donde aún regía el poder penal español, para los sacrílegos enamorados no habría ninguna piedad.
Diez días después de la fuga, el mismo Adolfo O’Gorman, padre de Camila, le escribió una carta al gobernador Juan Manuel de Rosas pidiéndole que la buscara y castigara por haber cometido “el acto más atroz y nunca oído en el país”, el cual tenía a su familia hundida en preocupación.
Los O’Gorman venían de muchos años de escándalos románticos propiciados por Ana Perichon, la abuela de Camila y madre de Adolfo, y estaban cansados de tanta exposición vergonzosa. Adolfo O’Gorman se refirió a ella en durísimos términos:
“suplico a V. E. dé orden para que se libren requisitorias a todos los rumbos para precaver que esta infeliz se vea reducida a la desesperación y conociéndose perdida, se precipite en la infamia”.
El clero también hizo su parte y envió cartas pidiendo castigo ejemplar para ambos jóvenes.
Camila y Ladislao tenían muchas personas importantes en su contra: los opositores unitarios y federalistas encarnecidos de Rosas (entre los cuales estaba Domingo Faustino Sarmiento, Valentín Alsina y Bartolomé Mitre) que lo interpelaban desde el extranjero en la prensa; la Iglesia, el obispo de la provincia, la familia de ella.
Al enterarse de la fuga y del escándalo, y de todas las consecuencias políticas que le estaba trayendo el caso a su administración, Juan Manuel Rosas jura:
“No puedo permitir ni tolerar que falten a la autoridad, se rían de ella, la ridiculicen… Los he de encontrar, aunque se oculten bajo la tierra… los de he de hacer fusilar”.
Amantes delatados
Camila y Ladislao (o Valentina y Máximo) eran muy queridos y respetados en Goya. Debido a eso, los invitaron a una fiesta; ambos fueron y estaban disfrutando hasta que a “Máximo” le presentaron a un sacerdote irlandés, el Padre Miguel Gannon, al que ya conocía Ladislao. Fue el padre Gannon quien los delató, llamó a un juez de paz y este a las autoridades rosistas. Una vez en la cárcel, son interrogados, y Camila declara que tiene su “consciencia tranquila”.
No pasó mucho tiempo, el 16 de junio de 1848 fueron detenidos, separados, encarcelados y enviados en carretas hasta la cárcel de Santos Lugares de Rosas (llamado San Andrés hoy en día) en la provincia de Buenos Aires, a donde llegaron el 15 de agosto de 1848, rodeados de una multitud que quería verlos.
Fueron interrogados por segunda vez, y ninguno mostró señales de arrepentimiento, ya que no consideraban que amarse fuera un crimen.
El veredicto
La relación amorosa y posterior fuga de los amantes tuvo una repercusión muy alta debido a que ambos pertenecían a familias de la alta sociedad. Ladislao, de paso, también tenía importantes vínculos políticos, aparte de ser sacerdote jesuita, lo que constituía una afrenta terrible a la todopoderosa Iglesia.
Por esa razón, la familia O’Gorman pidió un fuerte y ejemplar castigo para ambos, tal como se menciona más arriba. Camila escribe a su amiga Manuela Rosas pidiéndole ayuda, a lo que esta responde pidiéndole que fuera fuerte mientras ella trata de hacer algo por su parte. Manuela, hija del gobernador y muy amiga de Camila, escribió una carta a su padre intercediendo por ellos; su tía también abogó por Camila, pero no fueron tomadas en cuenta.
Es en la formación del veredicto cuando se entremezclan asuntos políticos con los asuntos sociales y socio religiosos del momento histórico en cuestión.
El segundo gobierno de Juan Manuel Rosas no estaba exento de contrarios y enemigos dentro y fuera de la Argentina que lo atacaban por varios flancos, en especial desde la prensa. El llamado “Calígula del Plata” por su enemigo Sarmiento y también “Restaurador de las Leyes”, sufría un enconado ataque desde Bolivia, Chile y Montevideo (Sarmiento y Alsina eran unas de las cabezas), desde donde lo acusaban de corrupto, inmoral y falto de autoridad.
Juan Manuel Rosas no podía soportar ese escarnio ni que se dudara de su autoridad, misma que era vista como de hierro. Él tenía su propia policía secreta, La Mazorca, y no se le escapaba nada de lo que pasaba en la provincia. En medio de la presión política, familiar y social, pidió consejo a cuatro importantes juristas. Los hombres de leyes decidieron ejecutarlos.
Rosas ordenó entonces el fusilamiento de los jóvenes, esperando mandar así un mensaje a todo el país y fuera de él. El gobernador era el ejecutor y juez, los poderes públicos no estaban separados; Rosas detentaba el poder público.
Camila y Ladislao no tuvieron juicio, ni hubo una vista del caso por su supuesto crimen a la decencia, que llevó al “escándalo social”. Fueron condenados sin apelación posible.
El fusilamiento
Una vez en la cárcel de Santos Lugares, los jóvenes estuvieron en celdas distintas, aguardando el veredicto de Rosas. Este había dado la orden a Antonino Reyes, su tercer edecán, para que la ejecución sucediera con celeridad.
Reyes intercedió por los amantes enviando una carta a Manuelita Rosas para que hablara con su padre en favor de los jóvenes.
En la carta, Manuela mencionaba que Camila estaba embarazada de ocho meses (algo que históricamente no se ha podido comprobar), y que por ello debían perdonarle la vida.
Manuela había logrado prepararles habitaciones decentes, aunque separadas: la de Ladislao en la cárcel del Cabildo y a Camila en la Casa de Ejercicios. Sin embargo, el gobernador ordenó su encierro en celdas igualmente separadas.
Rosas, luego de recibir la carta de su hija, le habló a su edecán y le dijo que lo degollaría si no cumplía la orden. La suerte estaba echada; Camila recibió el bautismo de su supuesto hijo al beber agua bendita (para así salvar el alma de su hijo no nacido) debido a la sospecha de su embarazo.
Antonino Reyes les comunicó a los enamorados que morirían inminentemente. Ladislao le preguntó si Camila moriría con él, a lo que Reyes respondió que sí.
Enterado ya del destino de ambos, le escribió una corta carta a su amada, donde le dice:
«Camila mía: Acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra unidos, nos uniremos en el cielo ante Dios. Te perdona y te abraza tu Gutiérrez«.
El 18 de agosto de 1848, a las diez de la mañana, ambos fueron llevados al patio de la cárcel en sillas cargadas por dos hombres cada una. Sentados uno al lado del otro en los bancos del muro y con los ojos vendados, Camila O’ Gorman y Ladislao Gutiérrez fueron fusilados injustamente por un pelotón.
A él lo mataron con cuatro balazos; a ella le echaron tres cargas, y luego otra directo al corazón. Pusieron ambos cadáveres en una caja ancha y bajo órdenes de Reyes, los enterraron cerca de un sauce.
Antonino Reyes no quiso ver la ejecución; se encerró en su cuarto. Testigos del fusilamiento dijeron haberla oído decir valientemente:
“Voy a morir, y el amor que me arrastró al suplicio seguirá imperando en la naturaleza toda. Recordarán mi nombre, mártir o criminal, no bastará mi castigo a contener una sola palpitación en los corazones que sientan”.
El después
La historia de Camila y Ladislao se pone aún más trágica luego de que murieran fusilados. Sus familias nunca se arrepintieron de haberlos mandado a castigar. Las mismas personas que pujaron por matarlos fueron entonces quienes los añadieron al grupo de víctimas del gobierno de Rosas. Sarmiento escribía “horrorizado” ante el crimen de ese “infame sátrapa”, “el Calígula del Plata”; llamando al hecho “¡Qué horror! ¡Qué iniquidad!”.
La misma sociedad que los había tildado de criminales, ahora decía que el castigo había sido excesivo porque al final, ellos no habían cometido ningún crimen, solo se habían enamorado. En 1871 y desde su exilio inglés, el antiguo gobernador Juan Manuel Rosas dijo:
“Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y de Camila O’Gorman; ni persona alguna me habló en su favor. Por el contrario, todas las primeras personas del clero me hablaron o escribieron sobre ese atrevido crimen y la urgente necesidad de un ejemplar castigo para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creía lo mismo. Y siendo mi responsabilidad, ordené la ejecución”.
La hipocresía de los intereses políticos siempre iba primero. Los arrepentimientos y reflexiones siempre llegan muy tarde.
Una vez caído el gobierno de Rosas, familiares de los O’Gorman abrieron la tumba el 2 de septiembre de 1852, sacaron los restos de Camila y los llevaron al cementerio de la Recoleta. Ahí, en el mausoleo de los O’Gorman, (actualmente en estado de abandono) reposan los restos del padre, Adolfo, y de cuatro de sus hijos: Camila, Enrique, Eduardo y María del Carmen.
Se dice que ella no está realmente ahí, ya que estuvo en fosa común enterrada junto a un sauce y cuando la sacaron, eran tiempos tormentosos en el país, así que no se sabe con certeza.
Por voluntad de su familia, los restos de Ladislao fueron sacados del ataúd donde yacía con Camila y llevados a su natal Tucumán, al Cementerio del Oeste.
El legado
Camila O’Gorman, Ladislao Gutiérrez y su trágica e injusta muerte han dado pie, años después de su fusilamiento, a innumerables piezas de literatura, como poemas, libros, ensayos, casos de estudios varios relacionados con sus vidas, contexto histórico, muerte y causas. También hay artículos de su historia en inglés, discursos, varias novelas, folletines, tesis de grado doctorales y hasta una película.
Rodada en 1984, dirigida por María Luisa Bemberg y protagonizada por Susú Pecoraro, Imanol Arias y Héctor Alterio, “Camila” fue un éxito de taquilla en Argentina y también fue nominada al premio Óscar de la Academia en 1985 como Mejor Película Extranjera. La película trajo de nuevo la historia de Camila y su amor desafortunado a las vidas de muchos, la presentó a las nuevas generaciones y agitó la fascinación de los argentinos ante la triste muerte de su joven compatriota, víctima de una sociedad religiosa e hipócrita, egoísta y políticamente salvaje.
«Fue un asesinato vulgar. Sin proceso, juicio, defensa, ni audiencia».
Martín Ruiz Moreno, en “La Organización Nacional”.