Cuenta la leyenda que, a mediados del siglo IX, bajo el reinado del rey Alfonso II el Casto, un ermitaño llamado Pelayo comenzó a escuchar voces celestiales y ver luces extrañas en la parte más densa del bosque de Libredón.
Siguiendo su instinto y las señales, Pelayo se acercó para descubrir qué era lo que allí había. La impresión fue tal que decidió informar de su descubrimiento al obispo Teodomiro quien, con un grupo de ayudantes, fue a comprobarlo.
Entre la densa vegetación del bosque hallaron un sepulcro de piedra en el que yacían tres cuerpos que, según la tradición cristiana, eran los del apóstol Santiago y sus dos discípulos.
Voces celestiales y extrañas luces en el bosque de Libredón, atrajeron a creyentes cristianos al sepulcro del apóstol Santiago
Esta noticia atrajo a creyentes cristianos de todo el mundo y el culto al apóstol se extendió tanto que cientos de peregrinos comenzaron a realizar el camino hasta el lugar donde se encontraba la propia tumba, creándose así las diferentes rutas del Camino de Santiago.
La orden de Cluny, que pronto se hace eco del prestigio de Compostela, promueve las peregrinaciones a Santiago durante el siglo XI. A cambio, los reyes cristianos hacen generosas donaciones a sus monasterios.
Es, por tanto, en la segunda mitad del s XI cuando se incrementó la peregrinación jacobea que, de ser un fenómeno esencialmente hispánico, pasó a convertirse en una costumbre practicada cada día con más fuerza por viajeros llegados de toda Europa.
A través del Camino de Santiago penetraron en la Península numerosas influencias llegadas del otro lado de los Pirineos, entre las cuales cabe destacar el empleo de la letra carolina, los ritos y términos propios del feudalismo ultra pirenaico, la arquitectura románica, así como las distintas corrientes de reforma eclesiástica.
El Camino de Santiago es la ruta por la que entraron en la península importantes influencias del otro lado de los Pirineos.
El Camino de Santiago empieza a tener en estos años un flujo de peregrinos considerable y canaliza el asentamiento de francos, sobre todo en los núcleos más orientales.
Constituye el primer movimiento intenso de urbanización medieval, aunque, en muchos casos, las nuevas ciudades nacen en un medio rural plagado de aldeas altomedievales de vieja tradición. La acogida de peregrinos, la artesanía, el comercio, la práctica religiosa y las funciones administrativas, están en la base de este despegue urbano.
César Ramos Iglesias en su trabajo Visiones del Camino de Santiago desde el medievalismo español recoge las visiones de distintos historiadores e investigadores del Medievo y una de las conclusiones que obtiene se refiere a la multiplicidad de aspectos desde los que observar el Camino:
Socioeconómicos –como la organización del espacio mediante repoblaciones o el auge de las actividades artesano-comerciales–, políticos –como la articulación de los reinos hispano-cristianos en línea con una Europa a la que también contribuye a crear– y culturales –como el arte románico de peregrinación, la adopción del rito romano o gregoriano, o la reforma cluniacense–. Sin olvidar que el origen y la esencia de la peregrinación jacobea es una realidad religiosa.
Así lo recoge también Francisco Ruiz Gómez en su trabajo El Camino de Santiago: circulación de hombres, mercancías e ideas, al hablar de la aparición de burgos, núcleos urbanos de orientación mercantil y artesana en los siglos XI y XII a diferencia del resto de la península cristiana.
Las ciudades del Camino experimentaron cambios importantes precisamente por el paso de los peregrinos y, a veces, incluso por su asentamiento.
El Camino de Santiago constituyó una importante arteria comercial que contribuyó de manera especial al desarrollo económico de la mitad norte peninsular durante la Edad Media.