No podemos dudar en que este fue un proyecto muy interesante, aunque, en realidad, nunca pudo llevarse a buen término.
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Originalmente existía el Canal de Manzanares, propiedad de Pedro Martinengo, pero al arruinarse éste, el rey Carlos III lo manda comprar, con la intención de mantenerlo y continuar con la obra, ya que esta estaba inacabada.
El primitivo proyecto pretendía llegar hasta Aranjuez, pero el ingeniero militar Carlos Lemaur, presenta un proyecto al rey para llegar al Guadalquivir en Sevilla, teniendo acceso al mar, sin tener que hacerlo por el Tajo, que implicaría tener que pagar los correspondientes tributos a Portugal.
Pronto surge el primer problema y, sin duda, el mayor: el caudal, que ya insuficiente para sí mismo, a duras penas podría mantener la navegación en el nuevo proyecto. Era necesario y prioritario tomar una solución.
Lemaur propuso un trasvase del Guadarrama, para lo cual era necesario construir una monumental presa en la garganta «El Gasco», entre Galapagar, Torrelodones y Las Rozas. La financiación de las obras estaría a cargo del Banco Nacional de San Carlos, que sería el precursor del Banco de España.
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Dan comienzo las obras de la Presa del Gasco y del Canal de Guadarrama el año 1786. En diez años, la obra estaba muy avanzada, con una extensión de unos 27 kilómetros, habían llegado hasta las cercanías de Las Rozas, mientras que la presa había superado la mitad de su altura, proyectada en unos 100 metros.
Al irse estrechando la sección, los trabajos podrían ir más rápidos, pero el 14 de mayo de 1799 se produce una fuerte tormenta y provocando un desmoronamiento de la cara exterior aunque, por suerte, sin causar víctimas.
Surge el desánimo entre trabajadores y banqueros, los primeros ante la inutilidad del arduo trabajo realizado, y los segundos al ver desmoronarse junto a la presa su inversión. A pesar de todo, se puede considerar una suerte, pues de haberse producido una vez concluida la presa y llenada de agua, la catástrofe hubiera sido mucho mayor.
Los accionistas acordaron nombrar al arquitecto Juan de Villanueva como perito, quien dispuso retirar el material caído, evitando el consiguiente tapón en el río. El resto de la obra realizada en la presa se abandonó para siempre.