Durante siglos se utilizaban los astros para medir el tiempo, pero fueron los antiguos egipcios los primeros en utilizar las clepsidras, y lo hacían sobre todo de noche, cuando los relojes de sol no servían.
Las noticias más antiguas sobre la clepsidra proceden de un texto jeroglífico hallado en la tumba de Amenemhat, en Luxor, Egipto. Este texto presenta a Amenemhat como el inventor del merkhyt, una clepsidra diseñada en honor del rey Amenhetep I (1514-1494 a.C.).
Las clepsidras consisten en unas vasijas de barro que se llenaban de agua hasta una medida, tenían un orificio en la base por el que el agua circulaba a una velocidad determinada en un tiempo específico.
El cuenco se marcaba con doce escalas, que indicaban el tiempo trascurrido en un año (una marca para cada mes del año). En el interior de la clepsidra había marcas circulares de manera que, cuando el nivel del agua descendía de una a otra marca, significaba que había transcurrido una hora.
En los tribunales griegos, estos relojes calculaban el tiempo de los oradores. Platón modificó y perfeccionó las clepsidras para que, además de medir el tiempo, también funcionaran como una alarma.
En Roma también se utilizó en los tribunales para repartir de forma equitativa los turnos de palabra y, posteriormente, en las campañas militares para señalar las guardias nocturnas.
Este reloj de agua desplazó al reloj de sol y fue utilizado en Europa hasta la llegada del reloj de péndulo patentado por Christian Huygens en 1656.
Bernad Gittin construyó una clepsidra gigante para el museo de Niños de Indianápolis, en EE.UU.
Por desgracia no se ha conservado ninguna clepsidra antigua. Tenemos conocimiento de ellas gracias a las descripciones que nos dejó Vitrubio.
Son famosas la clepsidra de Karnak, de Ctesibio Alejandría, la de Dar al-Magana en Fez, la construida en el siglo XI en Kaifeng (China), la de Azarquiel en Toledo, del siglo XI, y la de Ibn jalaf al-Muradi que se reflejada en el libro de los secretos.