Cuando de relaciones interpersonales se trata, es necesario entrar en una especie de juego de tensiones en el que los participantes deben hacer encajar sus perspectivas.
Tal como ha informado Psicología y Mente, las personas arrogantes se caracterizan por no tolerar la perspectiva de los demás, lo que resulta obvio en su entorno cuando producen malestar en los otros.
Estas son las principales características de las personas arrogantes:
Los arrogantes suelen criticar y quitar mérito a lo que hacen otros. Esta es su forma de intentar ganar “valor social” fácilmente, aunque de forma cruel y tramposa, porque el otro no puede defenderse al no estar presente.
Cuando sacan a relucir las imperfecciones de los demás, intentan hacer creer que no tienen ese tipo de defectos.
Lo más habitual es que las personas arrogantes no reaccionen ante los puntos de vista y las opiniones de los otros, a menos que alguien muestre un desacuerdo o rechazo claro ante una situación.
Con mucha frecuencia apelan a sus propios méritos o privilegios, incluso cuando el tema de la conversación no tiene relación con ellos. Esta es otra manera con la que tratan de darse importancia en su entorno social. En casos extremos, incluso pueden llegar a mentir.
Intentan reflejar cierta territorialidad mostrando al mundo que no tienen inconvenientes para poner en una situación vulnerable a cualquier persona, incluso humillándola sin ningún motivo.
Es importante seguir algunos consejos a la hora de interactuar con las personas arrogantes, sin que esto implique querer modificar su forma de ser. A continuación, algunas recomendaciones:
Es importante hacerse respetar, aunque esto implique llevar la contraria varias veces. Las personas arrogantes, por lo general, se aprovechan de la forma en la que los demás se someten a ellas, algo que es bastante común precisamente por su actitud altiva.
Las personas arrogantes tienden a crear un contexto con el que interpretar determinadas cosas; cualquier intento de llevarles la contraria será interpretado como una salida de tono.
Al no concederles privilegios especiales, tienden a reaccionar como si se les hubiera dicho algo ridículo, incluso con condescendencia. Lo más asertivo será conseguir que el diálogo vuelva a su vía normal, sin demostrar de ninguna manera que se está intentando compensar una insolencia.
La mejor manera de contrarrestar la “importancia” que se da a sí mismo un arrogante es no concedérsela y tratarlo como a cualquier otra persona. En estos casos siempre será bueno mantener una actitud educada y neutral, pero asertiva.