Desde la logoterapia podemos comprender como el aspecto doloroso de la existencia es algo intrínseco a la naturaleza humana.
Frankl (creador de la logoterapia) sitúa nuestra realidad vital en una gran diversidad de opciones, decisiones y condicionantes que permiten podamos tener momentos felices, pero también trágicos. Los eventos trágicos, por lo general, están formados por una tríada: el sufrimiento, la culpa y la muerte.
Estos eventos, a pesar de no poderlos evitar en algún momento de nuestras vidas, con la búsqueda de coherencia, se conciben como una oportunidad para convertirlos en logro, aprendizaje, sentido y la transitoriedad de la vida, como incentivo para actuar de manera responsable.
Para Frankl, el sufrimiento no siempre es un fenómeno patológico. Más que un síntoma neurótico, puede ser un logro humano, sobre todo cuando nace de la frustración existencial.
En el plano biológico, el dolor cumple funciones de aviso y advertencias llenas de sentido. En el campo anímico-espiritual, tiene funciones análogas.
El sufrimiento tiende a salvaguardar al hombre de caer en apatía, en la rigidez mortal del alma y le hace crecer y madurar. La capacidad de sufrir es, en última instancia, capacidad de realizar valores de actitud.
En el caso del sentido de culpa, encontramos que el culpable tiene responsabilidad por un hecho que no tiene la libertad para suprimir. La actitud correcta ante la culpa propia es el arrepentimiento.
El límite infranqueable de nuestro futuro es la muerte. Vivimos con su presencia, como la inevitable limitación de todas nuestras posibilidades.
La primera actitud ante la muerte es la de aprovechar el tiempo de vida limitado que disponemos y a no desperdiciarlo.
El autor Luis Pareja dice:
“El sentido de la vida y el de la muerte no dependen de cuántos años ha vivido la persona, sino de cómo los ha vivido”.