Albolafia, Alegría, Carbonell, Casillas y Pápalo son algunos de los once molinos que, situados en el margen del Guadalquivir y ocultos entre la vegetación, dan la bienvenida al visitante. Casi todos surgieron entre los siglos VII y XI y funcionando con energía hidráulica. Las crónicas cuentan que la reina Isabel la Católica, durante sus estancias en el Alcázar, se quejaba del ruido que producían, motivo por el cual el molino de Albolafia tuvo que ser desmantelado en más de una ocasión.
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Un santo, un médico y un fantasma
Una de las cosas que suelen llamar la atención es que a lo largo y ancho de la ciudad haya numerosas esculturas del arcángel San Rafael, una veneración que se remonta al siglo XVII, cuando la ciudad sufrió una terrible epidemia de peste.
Según la leyenda el número de muertos comenzó a disminuir cuando el santo se apareció en sueños a uno de los párrocos para tranquilizarle e informarle que salvaría a los cordobeses. El turista advertido comprobará que la mayoría de las esculturas están orientadas hacia Sevilla y es que los cordobeses pensaban que Dios había castigado a los sevillanos por los pecados cometidos y que la peste les había afectado a ellos por simple vecindad geográfica.
Es imposible que la entrada a la judería pase desapercibida, calles estrechas y empedradas en donde el olor a jazmín y azahar son algunos de sus mejores reclamos. No podemos dejar de visitar su sinagoga, una construcción que se remonta al siglo XIV y donde la sobriedad de su fachada exterior no permite adivinar la belleza de las yeserías interiores.
A muy pocos metros se encuentra la estatua de Maimónides (1138-1204), médico, rabino, filósofo y teólogo judío. Es tradición tocar sus babuchas, que de tanto frotarlas muestran un aspecto dorado, ya que se cree que con ello se alcanzará la sabiduría del galeno. En sus proximidades está la Casa de las Bulas, en donde se estableció en el siglo XVIII la “venta de bulas de la Santa Cruzada”.
En 1704 Pedro de Salazar fundó el Hospital del Cardenal Salazar para servir, inicialmente, de colegio a los niños del coro, pero que con el paso del tiempo tendría una finalidad asistencial. Trescientos años de historia no han sido inmunes al edificio, ha sufrido grandes reformas y transformaciones y actualmente se ha convertido en la Facultad de Filosofía y Letras. Una de las leyendas más populares que corre de boca en boca entre los cordobeses asevera que por los pasillos y las aulas de la facultad caminan apesadumbrados las almas de algunos de los pacientes terminales que allí fallecieron.
Entre sus paredes, ajena a las idas y venidas del fantasma, se encuentra la Botica Histórica, ubicada en el lugar en donde los boticarios realizaban las fórmulas magistrales para atender a los pacientes. Allí, entre los anaqueles se pueden contemplar casi cuatrocientos albareros, escrupulosamente seleccionados para mantener la armonía de la época. La mayoría tiene forma de “cacahuete”, con una zona central más estrecha, que facilita el agarre, y carentes de tapadera.
Próximo a la Botica Histórica se encuentra la capilla de San Bartolomé, uno de los mejores ejemplos de arte mudéjar de Córdoba. Inició su construcción a finales del siglo XIV con materiales reutilizados, pero quedó incompleto.
De los baños árabes al agua milagrosa
En la calle Velázquez Bosco se encuentran los Baños Árabes de Santa María, unas instalaciones de reducidas dimensiones y que conservan algunas de las galerías y bóvedas originales. Allí es posible, mientras se hace disfrutar al paladar y se da rienda suelta a la imaginación, contemplar los lucernarios, los capitales y un aljibe elíptico de la época califal.
Ya en la zona de extramuros se encuentra el santuario de Fuensanta, construido donde la tradición afirmaba que se apareció la Virgen y donde en tiempos pasados había un pozo con propiedades curativas. Al parecer hasta allí acudían los enfermos de todos los rincones de la ciudad a beber de su agua con la esperanza de que sus dolencias fuesen sanadas.
Los curiosos que se acerquen hasta allí no pueden dejar de contemplar cuatro objetos que cuelgan de su pared exterior: la sierra de un pez sierra, el caparazón de una tortuga, la costilla de una ballena y un caimán. Las crónicas cuentan que tiempo atrás el caimán sembró el pánico entre los ciudadanos cuando llegó tras una enorme crecida del río Guadalquivir. En fin… como dice un amigo, que la realidad no te amargue una buena historia.