La figura del criado aparece en muchas obras de la literatura universal. Así por ejemplo, serán los criados de la familia Capuleto –Gregorio y Sansón– los que inciten a Abraham, el criado de los Montesco, a una pelea en el primer acto de “Romeo y Julieta” (1597). Y es Marcos Ciutti, el servidor genovés de don Juan Tenorio, el que le ayuda en sus conquistas sexuales.
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Pero, de todas formas, si hay una obra que represente la figura del criado con mayúsculas esa es “La vida del Lazarillo de Tormes”, una novela picaresca de autoría desconocida escrita allá por el año 1554.
En ella, con un estilo epistolar, y de manera autobiográfica, Lázaro pasa revista a las aventuras y desventuras que sufrió con cada uno de sus nueve amos: el ciego, el clérigo, el hidalgo, el escudero, el fraile de la Merced, el buldero, el pintor, el alguacil y, finalmente, el arcipreste de San Salvador.
Desde tierras helenas hasta el frío siberiano
El papel del criado es fundamental en “La Celestina” de Fernando de Rojas (1470-1541). Uno de los criados de Calixto es Sempronio, que representa al criado mentiroso –servus falax–, ducho en el arte de la mentira y las dobles intenciones, y que antepone su propio beneficio al de su señor.
Es precisamente Sempronio el que tomará la iniciativa de entrar en contacto con Celestina, la alcahueta, ya que con ello vislumbra una oportunidad de prosperar económicamente.
En contraposición a Sempronio está Eumeo, uno de los criados más entrañables y fieles de la literatura. Aparece en el poema épico “La Odisea” de Homero, en donde hace las veces de porquero de Ulises, el rey de Ítaca. Eumeo adquiere un protagonismo especial al final del poema, cuando regresa el héroe, ya que será él quien le ayude a matar a los pretendientes de Penélope.
“La muerte de Iván Illich” (1886) de Leon Tolstói relata la vida y, especialmente, la muerte del personaje que da nombre a la obra. Allí se describen los sufrimientos físicos, morales y espirituales a los que se enfrenta, frente a la indiferencia de la mayor parte de los personajes, entre los que se incluyen su esposa, hija y médico.
Afortunadamente a su lado está su criado Gerasim, el único que reconoce la realidad de su muerte e intenta ayudarle en todo lo posible, permitiendo, incluso, que apoye las piernas sobre sus hombres durante horas para aliviar un poco su dolor.
Nuestro recorrido estaría incompleto si no recordáramos la figura del criado de Phileas Fogg, el parisino Jean Passepartout –traducido al español como Picaporte–. Julio Verne nos lo describe ancho de hombros, de músculos vigorosos, apacible y servicial. El papel que desempeña este sirviente será crucial para que su amo consiga ganar la apuesta de “La vuelta al mundo en ochenta días” (1873).
Ellas también…
Una de las criadas con mayor protagonismo de la literatura española la encontramos en “La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca (1898-1936), una obra que fue terminada apenas un mes antes del inicio de la Guerra Civil.
En ella, el protagonismo corre a cargo de un grupo de mujeres a cuyo frente se encuentra la dueña de la casa y entre las cuales se encuentra Poncia, la criada. Su nombre hace alusión a Poncio Pilatos, ya que ella es la gobernanta de la casa y siempre que surge una situación problemática entre ellas opta por mantenerse neutral, evitando la confrontación.
También encontramos criadas en la ya referida obra de Fernando de Rojas. Así por ejemplo, la alcahueta tiene dos –Elicia y Aréusa–, que trabajan para ella ejerciendo la prostitución y que sienten un desprecio inaudito por la joven Melibea.
La protagonista también tiene muchas criadas, a pesar de que tan solo se nos menciona una, Lucrecia, que ejerce, además, las funciones de consejera y confidente.