En la historia han ocurrido varias crisis económicas a mayor o menor escala, pero es posible determinar que algunas de ellas han sido más influyentes que otras si se juzgan las consecuencias que generaron o generan a corto, mediano y largo plazo, así como por los eventos que provocaron o pueden provocar.
La primera gran crisis que ha sufrido el capitalismo fue la Gran Depresión a inicios del siglo XX. Ella empezó en 1929 y se extendió en algunos países hasta ya entrada la Segunda Guerra Mundial.
La causa inmediata fue la quiebra de Wall Street el 29 de octubre de 1929, conocido retrospectivamente como el “martes negro”. En este suceso hubo pérdidas en las acciones superiores al 50% de todas las empresas, así como la quiebra sucesiva de diversos bancos estadounidenses. Uno de sus factores causantes fue la burbuja especulativa en la que se encontraba Estados Unidos a partir de su uso excesivo del crédito, influenciado a su vez por el crecimiento acelerado de su economía en comparación a los países europeos que fueron parte de la Primera Guerra Mundial.
Una de las consecuencias más importantes de esta crisis fue la reducción del consumo, motivado entre otras cosas por el recorte de los salarios y los despidos. Esto generó el cierre de negocios y empresas como consecuencia de la falta de demanda. También hubo un incremento de la desigualdad social que se manifestó en el aumento de la pobreza, la indigencia, y el hambre.
El comunismo tuvo un auge como pensamiento político en este contexto de crisis del capitalismo. Organizaciones como el Partido Comunista Francés (PCF) y otras de esa naturaleza recibieron nuevos militantes convencidos de que la crisis había empezado por la tendencia acumulativa del capitalismo y que, para que algo así no volviese a ocurrir, dicho modelo económico debía ser reemplazado.
La crisis latinoamericana de la deuda fue un periodo de crisis económica que involucró a los países de América Latina durante toda la década de los ochentas, aunque algunos países ya se encontraban en aprietos desde la segunda mitad de los setentas. Por sus efectos limitativos en las economías de la región, se suele referir a este periodo como “La Década Pérdida”.
Antes de los setentas, varios países latinoamericanos recibieron prestaciones financieras de acreedores internacionales para acelerar sus programas de industrialización, poniendo el acento en la infraestructura. Dado que estos países tenían economías estables y sólidas para el momento, los acreedores no tenían problemas con los préstamos, actuando con la “certeza” de que los prestatarios devolverían rápidamente el dinero con los intereses correspondientes.
No obstante, a inicios de los ochentas ocurriría un descenso en el precio de las materias primas (principalmente el petróleo) y un alza de los tipos de interés que perjudicaría a los países latinoamericanos, que debieron abandonar el modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) en beneficio de un modelo orientado al crecimiento por exportaciones.
Varios países latinoamericanos se habían recuperado para inicios de la década de los noventas, un periodo en que ellos empezarían a adoptar una postura de apertura económica en pro de capitalizar la etapa de globalización posterior al fin de la Guerra Fría. Sin embargo, la crisis de la deuda había dejado secuelas que aún se sienten en el panorama económico regional, y en algunos países más que otros.
La crisis financiera global de 2007-2008 es el precedente directo de la Gran Recesión posterior. Esta fue una crisis hipotecaria motivada de manera directa por el colapso de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos en el año 2006 y que daría lugar en octubre de 2007 a la “crisis de las hipotecas subprime”, una crisis de confianza crediticia que tuvo lugar inicialmente en Estados Unidos, pero que después se extendería a los mercados internacionales.
Los mercados de valores de Estados Unidos empezaron a tener caídas pronunciadas por las hipotecas subprime, pérdidas que se acentuarían a inicios de 2008. Esto ocurrió simultáneamente con sucesos como el aumento de los precios del petróleo, de la inflación y el estancamiento del crédito, que sirvieron como factores que fomentaron el pesimismo global respecto al futuro de la economía de los Estados Unidos.
El impacto de las hipotecas en crisis dio lugar a varias medidas de estímulo financiero dentro y fuera de los Estados Unidos. Tanto la Reserva Federal de E.E.U.U. como el Banco Central Europeo realizaron préstamos con condiciones más favorables, así como una reducción de las tasas de interés. No obstante, estas ayudas no fueron útiles en el corto plazo dado que los bancos seguían desconfiando, por lo que no se otorgaron créditos unos entre otros, dejando todavía irresuelta su crisis de liquidez.
En el mediano plazo, esta crisis financiera motivaría parcialmente la crisis de la deuda europea, cuando países como Grecia, Portugal y España se hallaron incapaces de pagar sus deudas externas. Esto motivaría la participación del Banco Central Europeo en la forma de un rescate financiero. El caso de Grecia fue el más grave dentro de estos tres países, siendo objeto de dos rescates financieros posteriores al primero.
Actualmente se está desarrollando una crisis económica motivada por los efectos económicos de la pandemia por el Covid-19. El primer gran signo de ello fue la caída de los mercados de valores entre febrero y marzo de 2020, periodo en que el nuevo coronavirus empezó a tener relevancia global y periodo en el cual también la OMS declaró el estado de pandemia.
Alrededor de un tercio de la población del planeta ha estado en confinamiento en orden de contener la enfermedad. Esta y otras restricciones de movilidad han ocasionado grandes pérdidas en sectores como el turismo, la energía y la hostelería, así como un pronunciado descenso en la actividad de consumo respecto a la década anterior.
El Fondo Monetario Internacional ha estimado que los efectos de esta recesión económica pueden rivalizar con aquellos provocados por la Gran Depresión, lo que convertiría a este fenómeno en la crisis económica más grave en casi un siglo.
A grandes rasgos, las crisis económicas ocasionan un conjunto de condiciones desfavorables para las instituciones y las personas. Estas condiciones generan o agravan situaciones como quiebra de bancos, caídas en las bolsas de valores, recorte de salarios, desempleo, disminución del consumo, etcétera. A su vez, estos elementos originan o acentúan fenómenos como la indigencia, la pobreza, el hambre, la falta de escolaridad, la ansiedad, la depresión y muchos otros que atentan contra la calidad de vida de las personas.