Fueron muchos los estragos humanos causados por la Primera Guerra Mundial, tantos que la sociedad quedó sumida en el pesimismo. Tanto es así que la fe que se tenía en la civilización europea, en cuanto a progreso humano y material, se quedó en los campos de batalla. Este pesimismo llevó a muchos a romper con el pasado y comenzar a reflexionar sobre el individuo y las masas, con el referente de psicoanálisis de Freud y Jung. Dos maneras se abrían para entender la situación: una línea ideológica fascista y autoritaria y otra izquierdista.
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Los años de entreguerras fueron fértiles para la cultura en todas sus expresiones, tanto a las clásicas de arte y literatura, como en las más vanguardistas del cine o el cartelismo. Se importan del nuevo continente los ritmos de jazz, a la vez que literatos o cineastas.
La ansiada libertad contra los prejuicios y la latente hipocresía en la sociedad de preguerra fue combatida con la libertad sexual y la consecución de los instintos, siendo la punta de lanza que se enfrentó a la cultura victoriana. El dadaísmo nace en el cabaret Voltaire de Zúrich, entre los años 1915 y 1922, extendiéndose con fuerza por Europa y llegando hasta Nueva York. Este movimiento negaba la sociedad, la cultura y el arte anteriores a la Gran Guerra, culpabilizándoles de la misma.
Sería el surrealismo la vanguardia más compacta, representado por Miró y Dalí, en el arte; Bretón y Eluard, en lo que respecta a la literatura; y, como no a Buñuel, en el cine. Sus actitudes provocadoras y antisistema disfrutaron de un gran ascendente en la sociedad.
En lo que respecta a Alemania: La República de Weimar sucedió al Imperio. Con ella llegaba el final del conservador mundo prusiano y su autoritarismo. Berlín se convirtió en uno de los centros intelectuales del mundo, hasta la llegada del nazismo. En un país derrotado, es lógico que el dadaísmo fuera la vanguardia, aunque sería el expresionismo —nacido en preguerra—, el centro de la cultura alemana. La mordacidad apareció en el teatro de Bertolt Brecht, con un mayor calado marxista, después de su militancia.
Los lenguajes expresivos de la sociedad: cine, cartel, fotografía o cómic, del primer tercio del siglo XX, dieron vida y notoriedad a iconos como el héroe o la mujer fatal. El impacto creador de opinión en las masas, de la cultura visual, atrajo desde el primer momento a las ideologías y a los grupos de poder. En la Unión Soviética, la revolución, ante el gran índice de analfabetismo, mimó al cine. Hasta el punto de poder hablar de una escuela soviética.
También son de considerar las aportaciones de la cinematografía francesa al cine en Europa. Esta evolución del cine se ve también plasmada en la fotografía o el cómic.
Los regímenes autoritarios, estalinismo o fascismo, persiguieron desde un primer momento a la libertad creativa. Un ejemplo fue la quema, el 10 de mayo de 1931, de cerca de 20.000 ejemplares de la biblioteca de la Universidad de Humboldt berlinesa. En el Congreso del Partido Nazi de 1935, se declaraba arte degenerado al arte contemporáneo, y en 1935 se dictó la Ley de Arte Degenerado.
En cuanto a nuestro país, en 1931, coinciden varias generaciones de intelectuales, con gran vigencia, y podemos calificar a la cultura de la Segunda República, como una Edad de Oro. Jacinto Benavente recibe el Premio Nobel de Literatura en 1922, que junto a Blasco Ibáñez y Menéndez Pidal, siguen escribiendo hasta entrados los años veinte.
Acabado el periodo republicano, la generación del 98 seguía con los trabajos de Unamuno, Pio Baroja, Azorín, Antonio Machado y Valle-Inclán; mientras la generación del 14 aportaba sus mejores valores, con Ortega y Gasset, Azaña. Eugenio D’Ors, Marañón, Fernando de los Ríos, Clara Campoamor, Victoria Kent, Margarita Nelken, Juan Ramón Jiménez, Gómez de la Serna, entre otros. Toda una fuerza cultural que se vería acompañada en otros ordenes con figuras de relevancia como Picasso, Juan Gris, Dalí, Miró y Maruja Mallo; sin olvidar la aportación de Buñuel al cine.
A finales de los años veinte, en 1927, surge una nueva generación, que nace como grupo en el homenaje dado en Sevilla en 1927 al poeta barroco Góngora. Al homenaje asisten: Alberti, García Lorca, Gerardo Diego, Jorge Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso, Cernuda, Altolaguirre, José Moreno Villa, Pedro Salinas, Vicente Aleixandre, Emilio Prados, Concha Méndez, Carmen Conde, María Luisa Muñoz y Rosa Chacel.
Además, y en estrecha relación con ellos estaban María Teresa León, María Zambrano, y las libertarias Federica Montseny y Lucía Sánchez. Todo este grupo llegaría a su cenit durante los años de la Segunda república, pero también irían dándose a conocer grandes como Miguel Hernández, Ramón J. Sender, Juan Gil-Albert o César Arconada.
Más tampoco vamos a olvidar en esta llamada Edad de Oro, a autores como José María Pemán, Ramiro de Maeztu, integrados en la derecha católica y los herederos del regeneracionismo y vanguardia del fascismo como Ernesto Giménez Caballero, Agustín de Foxá o Dionisio Riduejo.