No siempre una buena novela nace del momento en el cual el escritor se sienta a la mesa, toma su instrumento particular de escritura y se lanza a un proceso arduo de creación al final del cual, el resultado es un libro.
La buena literatura puede surgir del sitio menos pensado, de la situación más extrema, de una sencilla anécdota, o de querer cambiar una realidad.
Todo depende siempre de la pericia del autor, de cómo describa esa voluntad de cambio y la convierta en una historia; de cómo tome esa situación extrema o ese lugar insólito y esboce un relato que atrape al lector y no lo deje ir ni siquiera habiendo terminado de leerlo.
Grandes historias se esconden en las obras maestras de la literatura universal. Dichas historias no son siempre las relatadas en las novelas, a veces, esas narraciones ocultas son aquellas que les dieron origen y, en muchos casos, se trata de relatos de terror más intrigantes aún que la historia que finalmente vio la luz.
Hubo una ocasión en la que un grupo de personas procedentes de Inglaterra fue forzado a encerrarse por razones ajenas a su voluntad. El grupo estaba formado por:
Un joven poeta.
Una adolescente encaprichada.
Otro joven poeta.
Su novia adolescente.
Un joven doctor ambicioso.
Esos jóvenes quedaron atrapados un fin de semana en una hermosa villa junto a un lago suizo. Afuera reinaban la tormenta y la oscuridad, por lo que llevaban varios días sin poder salir, y la lluvia parecía no cesar jamás, al igual que los truenos y los relámpagos.
El grupo veía pasar los días y el temporal no amainaba. ¿Quiénes eran estos jóvenes y cómo llegaron a estar atrapados en ese lugar tan lejano de su tierra?
Era 1816 y sus vidas en la isla británica no iban muy bien, así que buscaban poner distancia entre ellos y los problemas.
Uno de los jóvenes era el poeta George Gordon, Lord Byron, de 28 años, toda una celebridad (cada vez que publicaba un poema la gente hacía largas filas para comprarlo) y declarado genio de la literatura; tenía una vida personal desastrosa y una vida sexual licenciosa.
Sus motivos para irse de Inglaterra: acusaciones de incesto que llevaron a un escándalo social, y Claire Clairmont, con quien mantenía relaciones sexuales sin ningún compromiso.
Claire lo perseguía y no le daba tregua, le escribía todo el tiempo, se aparecía en todas partes. Era una especie de “groupie” Victoriana, y él trataba de escapar de ella, por lo que decidió irse a Suiza.
John Polidori, de 19 años, era el médico de Lord Byron y había recibido su título el año anterior.
Fungía de acompañante del poeta y como una especie de espía de John Murray, editor de Byron, quien le había pagado para que le diera detalles de la alocada vida sexual del noble y de cualquier escándalo que causase.
Clare Clairmont, de 17 años, estaba encaprichada y obsesionada con Lord Byron y deseaba convertirse en el amor de su vida. Se enteró de que éste se iría a Suiza, y se fue tras él, pero no sola. Una joven pareja, a la que convenció de ir a verle, la acompañaría.
Mary Godwin, hermanastra de Clare, contaba 18 años de edad y acababa de perder su hija recién nacida, de lo cual aún no se había recuperado.
Era hija de William Godwin, político, escritor y pensador inglés, y Mary Wollstonecraft, una famosa escritora y filósofa inglesa. El viaje a Suiza fue particularmente duro para la joven, todavía débil por la pérdida.
El padre de la hija de Mary, Percy Shelly, de 23 años, era otro joven poeta importante como Byron en la escena literata de la Inglaterra Victoriana.
Había escandalizado a la sociedad al promover y abogar por el amor libre, y tenía una amante estando casado. Aunado a eso, sufría de graves problemas financieros y de salud, por lo que un cambio urgente y radical de sitio y clima era imperativo.
La situación personal le impulsó a aceptar la oferta de Claire, además del aliciente de querer conocer a Byron.
Fue una tarde, mientras estaban junto al lago Ginebra, en un paseo que solía dar, cuando Shelley conoció a Lord Byron. Ambos poetas se cayeron bien, aunque fueron un tanto tímidos uno con el otro, dicha timidez se desvaneció tras una cena en grupo, y pronto se hicieron inseparables, aunque cada grupo seguía quedándose en sitios diferentes.
Esto cambió pronto, ya que el dueño del Hotel estaba escandalizado con la fama de sus huéspedes ingleses, lo cual forzó a Lord Byron a buscar otro sitio donde quedarse.
Encontró la Villa Diodati, una hermosa mansión a la orilla del lago Ginebra a donde todos, al final, fueron a parar. Esta situación resultó ser provechosa para Claire, que pudo continuar su relación con Byron, aunque sin la menor emoción por parte de éste. Para Lord Byron, Claire Clairmont no era más que una distracción.
Si bien parece un tanto salido de una novela de la época, lo cierto es que el encierro de los jóvenes se debió a la ausencia del clima veraniego en el hemisferio norte.
A miles de kilómetros de Suiza, en la lejana Indonesia, el volcán Tambora hizo erupción tan fuertemente que las nubes de cenizas se esparcieron por todo el hemisferio, lo cual llevó a un cambio radical en el clima.
1816 sería llamado en lo sucesivo “El año sin verano”, ya que no había sol, sino sombras, cielos nublados y torrenciales lluvias, las mismas que forzaron a Byron, Polidori, Shelley, Clairmont y Godwin a encerrarse en la Villa Diodati.
Durante días la oscuridad se extendía, las lluvias continuaban y, dentro de la casa, los jóvenes se alumbraban con velas y capeaban el aburrimiento que deja el encierro hablando de proyectos literarios, doctrinas filosóficas, galvanismo, bebiendo láudano y vino (que fluían generosamente) y leyéndose cuentos de horror alemanes.
De pronto, Lord Byron se levantó con una idea que comunicó a los demás: para pasar el tiempo más entretenidamente, todos escribirían una historia de terror.
Esta tarea no gustó mucho a toda la concurrencia, ya que pocos tenían experiencia en la escritura, pero debido al aburrimiento, se hicieron a la tarea.
La cosa resultó ser un tanto complicada, irónicamente, para Byron y Shelley, que sólo pudieron esbozar fragmentos de una historia de vampiros, el primero, y de un cuento levemente basado en su infancia, el segundo, sin mucho éxito.
Claire no mostró intención de realizarla, su propia situación personal con Byron y encontrarse embarazada de Byron (ya que su relación continuaba, si bien el poeta no tenía sentimientos hacia ella) eran suficiente preocupación, mientras que Mary y John hacían lo que podían.
Según el recuento de Mary años después en su diario, John tenía una idea muy pobre para su escrito, y ella misma tenía también problemas con el suyo.
La chica, además, llevaba ya varios días teniendo pesadillas en parte causadas por las largas conversaciones que Byron y Polidori tenían sobre el galvanismo y la resurrección, los fantasmas y los vampiros, e igualmente sufría un bloqueo que le impedía encontrar un tema lo suficientemente terrorífico para escribir la historia propuesta por Byron.
No fue hasta una de esas noches de encierro, después de otra conversación sobre esos temas, cuando Mary fue a dormir y tuvo una horrible pesadilla sobre un hombre joven y pálido, de pie junto al ser que acababa de construir (tal como lo relató luego, años después).
Al día siguiente había escrito las primeras líneas de lo que se convertiría en uno de los libros más importantes de la literatura universal: “Frankenstein”, o “El Moderno Prometeo”, la historia de un doctor que construye una criatura usando partes de cadáveres y trayéndola a la vida.
Por su parte, John Polidori, el joven médico, tenía a su vez problemas para encontrar justo la historia que quería.
Eventualmente se inspiraría en la que Byron no había logrado completar, y tras una escritura frenética nació “El Vampiro”, una novela corta sobre Lord Ruthven, un aristócrata seductor que viaja con otro joven aristócrata, Aubrey.
Él cree que su amigo Lord Ruthven ha sido asesinado, pero luego lo ve regresar de la muerte y se da cuenta de que es un vampiro.
La representación del mismo distaba mucho de la conocida hasta entonces, mucho más folclórica, donde las criaturas que se alimentaban de sangre no tenían forma humana y su apariencia era hasta monstruosa. Lord Ruthven era atractivo y carismático, el opuesto a esa imagen.
Con esta novela, que en el futuro sería fuente de controversias de autoría entre él y Byron, John Polidori se convertía en el padre del vampiro moderno, en el que muchos años después el escritor irlandés Bram Stoker se inspiraría en parte para escribir su inmortal novela “Drácula”.
El año en que un volcán causó la ausencia del verano, vieron la luz dos de las obras más importantes de la literatura gótica, “Frankenstein” y “El Vampiro”, nacidas de las mentes de dos jóvenes que, encerrados con sus amigos, se contaron y escribieron cuentos de terror.
Tenía que regresar al pueblo donde había nacido para vender la casa de sus abuelos. Corría el mes de marzo del año 1952 y el joven Gabriel, de 25 años, junto a Luisa, su madre, llegaron a Aracataca, pueblo situado en el departamento colombiano de Magdalena, para proceder con el negocio.
La familia llevaba ya tiempo fuera del pueblo, por lo que regresar activó mucho la memoria del joven y los recuerdos de su infancia comenzaron a fluir.
Regresaron a su mente los muy característicos habitantes del pueblo y sus propios familiares, junto a sus respectivas vidas y anécdotas; cada esquina, calle, casa, tenía una historia que debía contarse.
Procedió el negocio, se vendió la casa, y Gabriel y su madre se fueron del pueblo, pero esa idea quedaría rondando en su mente.
Era 1965 y Gabriel García Márquez, ya casado, con hijos y trabajando como periodista, guionista y atendiendo demás encargos se encontraba viviendo en México.
Iba de viaje desde Ciudad de México a Acapulco con su familia, y a medida que conducía por las vías hacia la ciudad, veía todo a su alrededor en alta definición.
Fue durante ese viaje, mientras conducía junto al mar, donde tuvo de pronto una especie de epifanía.
«Un cataclismo del alma tan intenso y arrasador que apenas logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera», expresó luego.
En años siguientes dijo que siempre había sentido que tenía dentro de sí «una novela desmesurada, no sólo distinta de cuanto había escrito hasta entonces, sino de cuanto había leído. Era una especie de terror sin origen» y que, al llegar a Ciudad de México, se sentó a la máquina de escribir para redactar una frase que, como también diría luego, tenía que sacarse de adentro. La frase sería:
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
Fueron esos dos viajes separados por tantos años entre sí los que dieron vida a “Cien Años de Soledad”, obra maestra de la literatura universal que le valdría un Premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez, de la cual el mismo autor dijo siempre haberla querido escribir.
Una novela «en la cual sucediera todo, y sabía que en ese suceder todo debía estar toda esa memoria de Aracataca, las fantasías, las supersticiones, las angustias”.
En Aracataca, su pueblo natal, en su gente y sus historias encontró Gabriel García Márquez a su Macondo, el pueblo casi olvidado visitado por los gitanos y fundado por la familia Buendía.
A Macondo lo recorrería un hilo de sangre, tendría los olores a pólvora de un cadáver que durarían años, una mujer hermosa traería la muerte a quienes la pretendiesen, un niño nacería con cola de cerdo y una Penélope tropical haría y desharía su propia mortaja.
Resulta difícil pensar hoy en día que, en algún momento, hace poco más de doscientos años, alguien haya querido destruir la catedral de Notre-Dame de París, y que de verdad se haya dispuesto a hacerlo.
Todo había comenzado a finales del siglo XVIII y continuó hasta inicios del XIX; una serie de sucesos históricos en la Francia de aquel entonces llevaron a la aparición de una ola de modernización de París.
Muchos edificios y otros sitios que habían sido erigidos durante la Edad Media, hermosos ejemplos del arte gótico, habían comenzado a ser destruidos o re-modelados incluso desde los tiempos del Antiguo Régimen, lo cual continuó durante la Revolución y muchos años después de ella.
A finales de la década de 1820, Victor Hugo era un establecido escritor que había publicado tres novelas, algunas obras de teatro y varios poemas.
Tenía una gran afición por la Edad Media, en especial el París medieval y sus edificaciones góticas, por lo que veía con consternación su progresiva desaparición.
Al ser un confeso medievalista, y miembro de distintas agrupaciones conservacionistas de estos monumentos antiguos, escribía panfletos, volantes y artículos en los cuales daba razones para mantener el pasado arquitectónico gótico de París.
Solía visitar mucho la catedral, y decía que lo hacía para estudiar sus detalles (rosetón, gárgolas, nave, etc.). Al enterarse del movimiento existente para destruir Notre-Dame, se dedicó en cuerpo y alma a salvarla, y no cejaría hasta conseguirlo.
Victor Hugo hizo entonces una exhaustiva investigación sobre la París de la Edad Media. Revisó libros y mapas, hizo montones de anotaciones sobre sitios claves, plazas, la historia de esos lugares y, durante dos años, se dedicó a escribir una novela en la cual ese pasado gótico del medioevo que tanto veneraba fuese el protagonista.
La novela, que basó en el año 1482, contenía descripciones detalladas de la ciudad y de sus principales monumentos de ese año.
La base del relato era la catedral de Notre-Dame que tanto deseaba proteger y a su alrededor tejió la historia de Quasimodo, el jorobado abandonado por sus padres debido a su deformidad que vivía en la catedral y se ocupaba de hacer sonar sus amadas campanas.
Esmeralda era la hermosa gitana enamorada de Febo de Chatopeur, un soldado; y Claude Frollo, el archidiácono de Notre-Dame, estaba encaprichado con la gitana debido a su gran belleza.
Nuestra Señora de París, su novela histórica, fue publicada el año 1831 y contenía un prefacio en el cual Victor Hugo abiertamente criticaba a quienes pretendían deshacerse de los monumentos medievales de la ciudad de la luz, y los cambios y mutilaciones realizados en ellos.
De igual manera, uno de sus capítulos se encuentra dedicado a la arquitectura de la Cité que prácticamente un mapa de la misma en 1482.
En la novela, el autor no sólo venera la París medieval, también hace una crítica de la sociedad de su era, tan centrada en borrar el pasado, e incluye los distintos estratos sociales de 1482.
El éxito de “Notre-Dame de Paris” fue de tal magnitud que asentó a Victor Hugo como uno de los grandes de la literatura francesa romántica y propició la concientización en el público sobre los sitios mencionados en la novela, al igual que la creación de un movimiento para salvar y restaurar la catedral y otros monumentos góticos de su destrucción.
Las labores comenzaron en 1845 por parte de los arquitectos Viollet Le Duc y Lassus, y se centraron en la restauración de la catedral.
Esto puso contento a Victor Hugo, ya que sendos arquitectos, con la ayuda de escultores especialistas en la Edad Media, se habrían de dar a la tarea de salvar esos hitos históricos parisinos que tanto amaba.
En la actualidad, y a pesar del devastador incendio que sufrió la catedral, aún se pueden visitar esos sitios en la capital francesa y admirar su impresionante belleza gótica gracias a la persistencia de un escritor enamorado de su pasado medieval, y a su historia del jorobado y la gitana cobijados por “Nuestra Señora de París”.
En definitiva, nadie iba a pensar que un volcán en erupción propiciaría la creación de dos obras tan importantes, que dos viajes serían la semilla de un pueblo legendario ganador del Nobel de Literatura, y que la historia de un jorobado campanero y una hermosa gitana salvarían la catedral de Notre-Dame de París.
Silvia Mendoza es profesora de idiomas, literatura y cultura. Blogger y anglófila diplomada de UniLeón que muere por el té, el café, la música, el cine y mil cosas más. | Twitter |