Comenzar una novela tomando un tren es una ficción que produce un placer indescriptible. Viajes, literatura y ferrocarriles son un triángulo amoroso –ménage a trois– que no deja indiferente a los bibliógrafos más exigentes.
En el siglo XIX el tren se convirtió en el símbolo del progreso y un viaje en el caballo de vapor pasó a convertirse en una experiencia inolvidable. En el traqueteo de sus vagones los escritores encontraron un escenario propicio para unir dos experiencias tan fascinantes como son la literatura y el viaje.
Uno de los clásicos que pivota alrededor del mundo del ferrocarril es la inolvidable “Ana Karenina”, uno de los mejores lienzos literarios de la sociedad rusa decimonónica. Las aceradas ruedas del tren se convertirán en el instrumento del Destino de la protagonista.
Asesinatos en el tren
Probablemente, cuando en nuestro bagaje literario unimos las palabras novela y tren lo primero que rescatemos de la chistera del hipocampo es “Asesinato en el Orient Express”. En el mítico tren compartirán protagonismo doce sospechosos de asesinato y un sagaz detective –el belga Hércules Poirot–.
No siempre la trama tiene que suceder en el interior tren, es más en ocasiones lo importante es lo que tiene lugar fuera de sus vagones. En “La chica del tren”, el asombroso debut de Paula Hawkins en el género del thriller, el puzzle de la realidad se construye a partir de la mirada inescrutable de Rachel mientas realiza su recorrido diario en un tren de cercanías.
Con anterioridad el escritor francés Zola ya había explorado el universo ferroviario y los peligros que supone moverse sobre rieles en “La bestia humana”. Sabemos que en la documentación previa de la novela convivió durante una temporada con maquinistas y fogoneros.
La línea elegida por el escritor francés es la que une las ciudades de París y El Havre, en ella tendrá lugar un asesinato en un coche de primera clase, con el cual los protagonistas –Roubaud y Séverine– intentarán saldar una injuria del pasado.
Los trenes pueden ser también el punto de encuentro de las mentes más retorcidas, como le sucedió al mezquino dueto formado por Guy y Bruno, los protagonistas de “Extraños en un tren”. Con ellos Patricia Highsmith explora los recovecos más sórdidos de nuestra mente al proponer un intercambio de asesinatos para conseguir la coartada perfecta.
Líneas ferroviarias de tinta
Los trenes han sido el instrumento literario para narrar vivencias personales. Fue lo que hizo Primo Levi en “La tregua”, donde describió, con su peculiar arte narrativo, el periplo que sufrieron los prisioneros liberados en Auschwitz hasta llegar a casa al finalizar la segunda guerra mundial.
Elena Poniatowska, a través de un relato vibrante y lleno de carácter, nos transporta al ferrocarril mexicano postrevolucionario en “El tren pasa primero”. Una oda al ferrocarril poniendo el acento en las gentes que hicieron posible su puesta en marcha. No solo los trabajadores, sino también sus amigos, vecinos, madres, esposas e hijas.
El tren es uno de los numerosos medios de transporte que utiliza el inolvidable Phileas Fogg en su “Vuelta al mundo en ochenta días”. A pesar de todo, una de las travesías la realiza a lomos de un elefante, debido a que no se había finalizado la construcción de la línea ferroviaria que unía las ciudades de Bombay –la actual Mombay– y Calcuta.
Sin embargo, fue una licencia literaria que se tomó Julio Verne, ya que en el momento en el que tiene lugar la acción la totalidad de esa línea de ferrocarril llevaba cinco años en servicio.
Entre las plumas españolas también encontramos el tren en muchas de las tramas, basta con acercarse a las obras de Baroja, Galdós, Valle-Inclán o Blasco Ibáñez para descubrirlo. Quizás, una de las descripciones más memorables de la añeja estación de Atocha la encontramos en “Beltenebros”, la excelente novela de Muñoz Molina.
No podíamos terminar nuestro recorrido sin hacer aunque sea una somera mención al Expreso de Hogwarts, el tren que, como bien saben los lectores de “Harry Potter”, utiliza el andén secreto 93/4 como punto de partida. En fin, ya solo resta decir aquello de… ¡Lectores al tren!