Un investigador del Reino Unido ha desarrollado la primera lámpara que es capaz de funcionar con excremento de perro. Brian Harper ha creado el producto, que se cree es el primero de su tipo en el país, con la intención de contribuir con el medio ambiente.
La idea parece bastante simple: los dueños de los perros depositan una bolsa con el excremento del can en una escotilla situada en la parte baja de la lámpara. A continuación, se debe girar la manija para iniciar el proceso de descomposición, que es realizado por microorganismos. Esto genera metano para alimentar la luz y fertilizantes.
“Las heces de perro demuestran a la gente que tienen un valor. El resultado es que recogemos el excremento del suelo, lo transformamos y producimos algo útil”, explicó el investigador sobre su creación. El próximo paso será que los gerentes de los parques urbanos se interesen en la tecnología.
Harper comenzó a trabajar en esta tecnología hace 3 años, tras hartarse de ver las bolsas cargadas con excremento colgadas en los árboles y en otros lugares. El científico estima que unas 10 bolsas de este tipo podrán encender la luz durante 2 horas.
Los seres humanos han utilizado el estiércol de los animales como combustible desde el período neolítico, y han sabido obtener gas inflamable de la materia orgánica en descomposición desde el siglo XVII.
Sin embargo, la energía de los excrementos aún se desperdicia. La mayor explotación de este recurso se ha visto frenada por la disponibilidad de combustibles fósiles artificialmente baratos.
Ahora, Harper está a la vanguardia de un nuevo movimiento de innovadores que ha encontrado formas ingeniosas y sostenibles de aprovechar el poder de los desperdicios.
En Waterloo, Canadá, los políticos locales están pensando en líneas similares para abordar la disposición de los excrementos. A quienes pasean sus perros se les pide que depositen las heces de las mascotas en unidades de almacenamiento.
Estas se vacían periódicamente, mediante camiones que llevan los excrementos a una planta central, donde se descomponen junto con otras formas de desechos orgánicos, para producir metano y luego electricidad. El subproducto de fertilizantes se vende a los agricultores.
“La recolección de los desperdicios por separado evita que contaminen nuestras corrientes de reciclaje”, ha comentado Jeff Silcox-Childs, director de medio ambiente y parques de Waterloo.