Por la pintura sabemos que era de gran belleza. Su vida en la corte de Viena intentó que fuera sencilla y alejada de aquel rimbombante ambiente. Pero las tragedias familiares azotaron su existir, hasta moldear su perfil de muchacha simple y cariñosa y tornarlo melancólico y triste.
Apasionada en su dedicación a los deportes y al ejercicio físico, siendo la esgrima y su pasión por los caballos, las principales. O la afición a dietas de adelgazamiento estrictas que la situaron en la anorexia nerviosa completada por multitud de anomalías psíquicas. Por no hablar de su rechazo total a la práctica de la sexualidad. De hecho, la misma Sissi buscó para su marido una sustituta para que cumpliese por ella con sus deberes matrimoniales,
Sissi era atractiva, de carácter voluble, incomprendida en la corte y no tenía tapujos. Eso sí, se esforzó por disminuir los privilegios de los más favorecidos.
De afinada inteligencia e intuitiva, sensible y con un considerable humor que fue, a la par que su carácter, variando y tornándose ácido, sarcástico y despiadado, hasta aproximarse al desequilibrio psíquico. Riesgo muy elevado si tenemos en cuenta la vena de locura que cruza la genealogía de la casa de Baviera.
Su entrada en la corte no vino precedida de buenos augurios. La madre y tía de su futuro esposo, a la sazón el emperador, estaban acostumbradas a manejarlo todo en palacio. Incluido el matrimonio del emperador. Todo lo tenían preparado para que Francisco José se casará con Helena, también perteneciente a la aristocracia austriaca. Pero el emperador se enamoró de Sissi sin la aprobación de las señoras.
Desde el momento de su entrada en la corte la presión se dejó notar. Ceremonial pomposo, rígidas normas impuestas por su suegra, protocolo y apariencia. Esta presión llegó a prácticamente arrebatarle su suegra el cuidado de sus dos primeros hijos y a ridiculizarla siempre que tenía ocasión. De ahí su actitud de huida procurando pasar el menor tiempo posible en la corte, empalmando un viaje con otro.
Su carácter rebelde se reflejaba en su forma de pensar, estaba a favor de cualquier forma de libertad pública y privada, del desmantelamiento de los privilegios de los más favorecidos, y se proclamó contraria a toda forma de solemnidad. Sus extravagantes costumbres y manías parecían alejadas de lo que se esperaba de una emperatriz.
Pero si algo sorprendía a todo el mundo era su desparpajo en responder sin ningún tipo de rubor, sin filtro que diríamos ahora. Directa y contundente sin tener en cuenta el lugar ni el interlocutor. Aunque la emperatriz volcaba todas sus frustraciones en su diario personal, en el que se desahogaba y escribía poemas satíricos contra miembros de su familia, era mucho más ácida de palabra.
En una ocasión al conocer a su sobrino recién nacido, soltó: «En líneas generales, el crío no es tan repugnante como suelen ser los niños parecidos. Lo único que pasa es que de cerca no huele muy bien». En qué momento se acercaría a la criatura.
En un baile palatino le presentaron a un joven recién casado: «¿Se lleva bien con su suegra?», le preguntó. «Oh, si, Majestad, por completo». Y repuso ella: «Pues aguarde usted, al principio todas las suegras son encantadoras, pero más tarde…».
Pero nosotros no nos eximimos de estos dardos asertivos. Sobre España dijo: «De toda España prefiero en grado máximo la simpática ciudad de Gibraltar, porque es tan inglesa y todo está tan limpio». Y se debió quedar tan a gusto.
En 1898 sufrió un atentado que le costó la vida perpetrado por el anarquista italiano Lucheni. De una forma casi fortuita, porque en principio no era la victima que buscaba.
No pudo tener un final más trágico esta princesa incomprendida en la corte, de carácter voluble y personalidad rebelde.
«Para tener enemigos nos hace falta declarar una guerra; solo basta decir lo que se piensa» –Martin Luther King