Hay libros tan íntimamente ligados a olores, emociones o viajes que resulta verdaderamente imposible abrirlos sin que, por unos breves instantes, revivamos las primeras lecturas. Esto sucede con “Los tres mosqueteros”.
El ambiente tumultuoso, las conspiraciones, el espionaje y las rivalidades entre Francia, España, Inglaterra y el Imperio austriaco, durante el siglo diecisiete, fueron el ambiente propicio para una de las tramas más conocidas de la literatura francesa.
A través de folletines Alejandro Dumas (1802-1870) alcanzó el olimpo de los arquetipos novelescos, con personajes imperecederos. Fueron sus mosqueteros los que hicieron famoso el lema “uno para todos y todos para uno”, con el que tres camaradas juraban su fidelidad.
En cuanto al título de la novela, el mosquete surgió a mediados del siglo dieciséis como una mejora técnica del acreditado arcabuz y, tras el éxito que obtuvo el duque de Alba en la guerra de Flandes, se difundió como la pólvora por el Viejo Continente, convirtiéndose en el arma más estimada de los ejércitos.
Su eficacia era tal que la mayoría de las huestes intentaba contar con un cuerpo entrenado y cuantioso de mosqueteros, a los cuales se pedía mantener una barrera continua de fuego. Al igual que había sucedido con los arcabuceros, los mosqueteros eran los compañeros inseparables de los piqueros.
Las peripecias de Athos, Porthos, Aramis y, como no, del cuarto mosquetero –D’Artagnan– han hecho las delicias de millones de lectores desde 1844, la fecha de la publicación de la novela.
Las correrías se desarrollan bajo el reinado Luis XIII y el gobierno del cardenal Richelieu. Seguramente serán muchos los que recordarán al jefe de los mosqueteros –el señor de Tréville– o al malvado conde de Rochefort, un agente del prelado y del que pretende vengarse el valeroso D’Artagnan.
Pero, quizás, no sea por todos recordado que Planchet es el criado de D’Artagnan, Griamud el de Athos, Mosquetón el de Porthos o Bazin el de Aramis.
Vamos ahora con los personajes femeninos de la novela. La reina Ana de Francia no es otra que Ana Mauricia de Austria y Austria-Estitiria, una princesa española nacida en Valladolid e hija de nuestro Felipe III. Su carácter y su nobleza está en las antípodas de Milady de Winter, una de las espías del Cardenal Richelieu y con la que Athos estuvo desposado tiempo atrás.
En una de sus misiones más sicalípticas Milady tendrá que seducir al duque de Buckingham –ministro inglés–, que se había convertido en el amante secreto de la reina Ana.
A “Los tres mosqueteros” le siguieron, con los mismos protagonistas “Veinte años después” y una tercera entrega, “El vizconde de Bragelonne”. Es precisamente en esta última en donde se hace alusión a un misterioso personaje que había sido encarcelado por razones desconocidas en la prisión de la Bastilla. La leyenda aseguraba que bajo una máscara de hierro se escondía la identidad del hermano del rey de Francia.
No tuvo mejor suerte Edmond Dantes, el protagonista de “El conde de Montecristo”. Un marinero afectuoso, amado y noble al que la fortuna, que cuando quiere es esquiva y efímera, le abandonó de forma inesperada. Dantes fue acusado por crímenes que nunca había cometido y encarcelado en la hermética prisión de Chatau D’If.
La hija de Catalina de Médici y del rey Enrique II es el personaje protagonista de “La reina Margot”. La trama se centra en los sucesos que siguieron a la Matanza del Día de San Bartolomé y al matrimonio de conveniencia que se fraguó entre Margot –Margarita de Valois– y Enrique de Navarra.
A través de sus páginas el lector vivirá las intrigas de la corte, el complot de la malévola reina Catalina o los amores furtivos entre Margot y el soldado La Mole. Un folletín novelesco digno del mejor Alejandro Dumas.