La mar, junto con sus barcos, ha sido el escenario de historias, fracasos, esperanzas y, sobre todo, aventuras. Bergantines, fragatas, chalupas y todo tipo de cascarones han sido el escenario elegido para ambientar micro universos por autores de las más diversas latitudes.
Miles de lectores se han enfrascado en su lectura esperando encontrar tesoros, rebeliones o simplemente descripciones de lugares exóticos a los que seguramente nunca viajarán.
Levemos anclas y pongamos la proa en dirección a la novela de aventura por antonomasia: “La isla del tesoro”. Fue en la goleta “Hispaniola” –uno de los buques insignia de la literatura– donde RL Stevenson nos permitió conocer a personajes que ya forman parte de nuestras vidas: el cocinero John Silver el Largo, su loro el capitán Flint, el caballero Trelawney o el doctor Livesey.
El inolvidable Pequod
La literatura está en deuda permanente con la mitología, y los viajes marítimos no iban a ser una excepción. Así, por ejemplo, el “Argo” es el nombre del navío que llevó a Jasón y los Argonautas en busca del vellocino de oro. El nombre de la embarcación guarda relación con Argos, un carpintero de Tesalia que, para su construcción, contó con la inestimable ayuda de la diosa Atenea.
De todos los buques balleneros que habitan en los libros, el más famoso es, sin duda, “El Pequod”, capitaneado por el obsesivo Ahab en “Moby Dick”. Herman Melville nos cuenta que el nombre de la embarcación proviene de una tribu de indios que habitaba en Massachussets.
En un puerto Mediterráneo atracó el bergantín “Faraón”, la atmósfera que da comienzo a una de las mejores historias de venganza y traición jamás contada: “El conde de Montecristo” (1844). ¿Quién no recuerda a Edmundo Dantés, el personaje creado por Alejandro Dumas?
Quizás menos conocida sea “Deméter” –la goleta del miedo–, una embarcación con bandera rusa que arribó en la costa inglesa con cajas repletas de tierra de Transilvania. En sus bodegas, además, viajaba el vampiro más célebre de toda la literatura, Drácula.
La épica de la rebelión
La tripulación de “La Bounty” llevó a cabo uno de los motines más famosos de todos los tiempos. John Boyne nos dibuja una nueva versión de la rebelión, una ficción en la que héroe y villano intercambian sus papeles. Con esta novela se restituye la figura del capitán William Bligh, acercándonos, posiblemente, más a la realidad.
En “La fragata Surprise” el escritor Patrick O’Brien dibuja una de las quimeras marítimas más atractivas de todos los tiempos, en donde un hábil marinero de la Royal Navy –Jack Aubrey– junto con un cirujano naval –Steph Maturin– correrán incontables peligros en su viaje hacia las Indias Orientales.
Antes de dedicarse a la escritura, Joseph Conrad estuvo casi dos décadas sirviendo como marino mercante y esto se refleja en sus novelas. Su experiencia le sirvió para dar agilidad a “El corazón de las tinieblas”, relato que se inicia con el bergantín Nellie, o para describir la lucha del ser humano contra su destino tras el naufragio del vapor Patna –en su “Lord Jim”–.
No sería justo terminar esta narración sin hacer al menos un guiño a Julio Verne. Una de las naves más recordadas y admiradas del universo de las letras es el “Nautilus”, el sumergible en forma de cigarro alargado tripulado por el inolvidable capitán Nemo.
Como era habitual en sus novelas, el escritor francés nos describe en “Veinte mil leguas de viaje submarino” (1869) todo tipo de detalles técnicos de la embarcación. Así sabemos que está impulsada por la electricidad que generan unas baterías de sodio y mercurio, y que mide setenta metros de eslora y ocho de manga.
Para finalizar, nos quedamos con el velero bergantín de José de Espronceda en su “Canción del pirata”, unos versos que nos transportan a nuestra más tierna infancia:
Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela,
mi velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido,
del uno al otro confín.