Tal vez se deba a la condición finita del hombre, pero desde que este existe, siempre ha buscado la trascendencia. Los medios han sido variados, pero el fin ha sido el mismo: dejar una impronta más allá de la propia existencia.
Tipos de víctimas:
La curiosa clasificación de víctimas según los grandes autores de la victimología
Algunos filósofos de la antigüedad reflexionaron al respecto. Platón, por ejemplo, mencionaba tres casos comunes en los que se buscaba esta trascendencia.
El primero era la religión, pues, confiando en una verdad metafísica, se ganaba la seguridad en un más allá. El segundo eran los hijos, pues en sus rostros y costumbres pervivían los padres. Y el tercero era el arte, similar al segundo caso, solo que a través de actos personales creativos.
Pero era imposible para el sabio conocer a fondo la naturaleza humana. Saber que tal vez a ciertos hombres no les estaba permitido trascender por esos medios a pesar de querer hacerlo. Y que, cuando eso pasaba, cualquier opción valía para conseguir dicho objetivo, incluso el mal.
De eso se trata el erostratismo, de la obtención de renombre a través del delito y el crimen.
El siglo XX ha sido testigo de estos actos, tristemente exitosos, como es el caso de los asesinos de John Lennon o de Francisco Fernando de Austria.
Lo curioso es que, por muy originales que fueran sus actos, no fueron los primeros. Y es que se le debe el término a Eróstrato, un pastor del siglo IV a.C. que sufrió las mismas necesidades de atención.
En la ciudad griega de Éfeso, la población era devota de la diosa Artemisa, a quien dedicaron un gran templo donde rendirle homenaje. Era una tradición inmemorial dentro de este pueblo que, de repente, estuvo condenada a desaparecer.
Una noche, la sorpresa sobrecogió a todos los efesios: el amado templo ardía en llamas. Doloridos, buscaron al culpable y los rumores señalaron al pastor. Una vez capturado, lo torturaron para sacarle confesión. Eróstrato afirmó que lo había hecho con la única intención de que su nombre fuera recordado y pasara a la posteridad.
Por ese motivo, el pueblo condenó al olvido su nombre. Prohibió su mención e incluso su escritura. Y tal vez fue precisamente eso lo que estimuló su preservación por parte de los historiadores, dejando claro que la ambición humana sin límites éticos conlleva siempre la ejecución del mal.