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¿Tan saludable como creemos? Lo que la ciencia dice (y no dice) sobre el aceite de oliva

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Durante años, el aceite de oliva ha sido sinónimo de salud. Se le ha atribuido la capacidad de prevenir enfermedades, mejorar la digestión, proteger el corazón y, en general, alargar la vida.

Todo eso suena muy bien, pero ¿hasta qué punto está respaldado por evidencia científica sólida?

Lo cierto es que en los últimos años ha habido un interés creciente en analizar con lupa este alimento tan presente en la dieta mediterránea.

Y aunque hay consenso en algunos beneficios, también hay zonas grises que conviene iluminar.
Entre quienes se preocupan por lo que ponen en el plato, la duda flota en el aire: ¿Es saludable porque lo dicen las abuelas o porque lo respalda la ciencia?

En esa línea, proyectos como Aceite del campo, que ofrecen información detallada sobre tipos y procesos de extracción, permiten entender mejor por qué no todo el aceite es igual.

Especialmente si hablamos de aceite de oliva virgen extra, el más valorado nutricionalmente por su menor grado de acidez y su riqueza en antioxidantes.

El corazón ama el AOVE, pero con matices

Varios estudios de alto nivel respaldan su efecto protector sobre la salud cardiovascular. Uno de los más conocidos, el PREDIMED, realizado en España, concluyó que una dieta rica en aceite de oliva virgen extra reduce hasta en un 30% el riesgo de sufrir eventos cardíacos graves como infartos o ictus.

Este efecto se atribuye en parte a su contenido en grasas monoinsaturadas y compuestos fenólicos.

No obstante, eso no significa que más sea mejor. Usar aceite de calidad no es excusa para ahogarlo todo en grasa, aunque venga de una aceituna.

¿Aliado antidiabetes? La ciencia apunta que sí

Otro campo en el que el aceite de oliva muestra buenos resultados es en la prevención de la diabetes tipo 2.

Un ensayo clínico recogido por la Universidad de Harvard sugiere que sustituir otras grasas por aceite de oliva puede mejorar la sensibilidad a la insulina y reducir la inflamación crónica.

Además, en una cohorte española, quienes lo consumían de forma habitual mostraron un menor riesgo de alteración en la regulación de la glucosa. Pero, ojo, porque el aceite no hace milagros si el resto de la alimentación no acompaña.

El cáncer: un terreno todavía resbaladizo

Algunos estudios han señalado que el consumo de aceite de oliva puede estar relacionado con un menor riesgo de ciertos tipos de cáncer, como el de mama o el colorrectal.

Se ha planteado que su alto contenido en antioxidantes naturales podría ayudar a reducir el daño celular.

Sin embargo, los expertos insisten: Este tipo de asociaciones no demuestran una relación directa de causa-efecto.

En otras palabras, tomar AOVE no convierte la dieta en un escudo anticáncer. Es un ladrillo más, pero no es la casa entera.

No todo lo saludable es ilimitado

Uno de los errores más comunes es pensar que, como es sano, puede tomarse en cualquier cantidad. Nada más lejos.

El aceite de oliva es denso en calorías, y si se usa sin medida, puede contribuir al aumento de peso, con todas las consecuencias que eso conlleva.

Además, es importante recordar que su punto de humo varía según el tipo. Utilizar uno refinado para freír puede ser más seguro que usar uno virgen extra, que pierde propiedades a temperaturas muy altas.

Finalmente, el aceite de oliva no es magia embotellada, pero tampoco es marketing vacío. Su lugar en una dieta equilibrada está más que justificado, siempre que se use con cabeza y se elija bien.

En un mundo saturado de mensajes contradictorios sobre nutrición, conviene afinar el criterio. Y tal vez, antes de comprar, mirar más allá del precio y del diseño de la etiqueta. Porque entre el aceite que ayuda y el que solo brilla en la estantería, hay un abismo.

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