¿Sabías que la interacción solar podría afectar a la actividad magnética de la Tierra? De acuerdo a los registros científicos, en 1859 se dio una llamarada solar que no solo iluminó el cielo con una intensa luz blanca, sino que propició que los pocos artefactos eléctricos de la época dejaran de funcionar a causa de este fenómeno. Este acontecimiento, denominado evento Carrington, dio mucho de qué hablar dentro de la comunidad astronómica del momento, pero ¿es posible que un fenómeno de esas magnitudes pueda repetirse en la actualidad? Conoce más sobre este interesante tema y las secuelas que podría ocasionar una gran tormenta solar hoy en día.
Bóveda celeste:
Definición, elementos, constelaciones y propiedades de la esfera celeste
Al ser la tormenta de Sol más potente de los últimos cinco siglos, el evento Carrington obligó a los astrónomos y científicos a seguir de cerca la actividad solar y su interacción con la Tierra, tomando como referencia esta explosión solar y otras que precedieron a este fenómeno, según los registros históricos. Antes de saber cuándo será la próxima tormenta solar, primero hay que conocer los detalles relacionados con este inesperado fenómeno que sorprendió a la ciencia y al mundo en el siglo XIX.
De acuerdo a las investigaciones, se trató de una gran tormenta electromagnética desarrollada luego de que dos llamaradas de luz blanca emitieran una enorme cantidad de energía al cosmos, equivalente a nada menos que ¡diez mil millones de bombas nucleares! Dicha eyección de masa coronal se generó durante días, quedando evidenciada por medio de las resplandecientes auroras boreales que pudieron verse en algunas partes del mundo.
El efecto Carrington fue nombrado así haciendo alusión al astrónomo aficionado inglés Richard Carrington que, conjuntamente con su colega Richard Hodgson, registró en sus anotaciones el avistamiento de unas manchas oscuras en la superficie del Sol desde un telescopio instalado en el jardín de su residencia. Esta descarga solar, por primera vez, fue asociada por Carrington con una tormenta geomagnética, como en efecto ocurrió en los días siguientes al descubrimiento del científico británico.
Siguiendo las anotaciones, bocetos y registros de Carrington en 1859, el fenómeno ocurrió puntualmente el jueves 1° de septiembre de ese año, cuando a las 11:18 de ese día divisó el estallido de luz blanca posterior al avistamiento de las manchas solares, extendiéndose la intensidad de esta erupción solar hasta el día siguiente, como resultado de la emisión de partículas magnéticas hacia la atmósfera terrestre, lo que produjo el surgimiento de auroras boreales diecisiete horas y cuarenta minutos después del tiempo registrado por el astrónomo inglés.
No obstante, según los testimonios y las noticias de la tormenta solar, recopilados posterior al evento y sustentados por bitácoras de navegaciones elaboradas por diferentes capitanes de barcos, los primeros indicios de este evento comenzaron a darse a partir del 28 de agosto con la aparición de luces rojizas y verdosas en el cielo.
Los efectos generados por la gran tormenta solar se hicieron sentir en Europa, Norteamérica y América del Sur, en regiones con mayor intensidad que otras. Mientras se dieron daños en el sistema telegráfico del continente europeo y norteamericano, llegando incluso a propiciarse algunos incendios, cortocircuitos y cortes, la población americana, desde los Estados Unidos hasta Colombia, entró en confusión al ver como la madrugada se iluminó, motivando a que las habitantes de estas zonas se levantaran y desayunaran creyendo que estaban en presencia de un amanecer.
Esta tormenta solar a gran escala no surgió de la nada, sino que se produjo por una serie de factores que indujeron a esta anómala actividad solar sobre la superficie terrestre, motivados en gran medida por la fuerte descarga de energía que impactó en la magnetósfera.
Entre los agentes que propiciaron la gran tormenta solar de 1859, se encuentran:
También conocida como CME (por sus siglas en inglés Coronal Mass Ejection), consiste en la producción de radiación y viento desprendida por el Sol, impactando con fuerza en el escudo protector de estas partículas de alta energía, llamada magnetosfera.
La llamarada solar de 1859 fue producto de dos eyecciones de masa coronal precedidas por las manchas solares que efectivamente observó el astrónomo Carrington en su telescopio; la primera llegó a la Tierra en un periodo entre 40 y 60 horas y la segunda tardó 17 horas en llegar a la magnetosfera. Esta diferencia se debió a que la segunda CME se generó durante el vacío dejado por la primera.
El contenido radiactivo contiene protones y electrones y, en ocasiones como la del evento Carrington en 1859, se emitieron rayos X y radiación gamma, los cuales motivaron a la expansión de las partículas a cientos de kilómetros. Esto quedó evidenciado por el registro de temperaturas alrededor de los 50 megakelvin, calentando de forma rápida la atmósfera terrestre y la distribución de energía a gran escala.
Un ciclo de actividad solar normal tiene una duración aproximada de 11 años, donde se produce la explosión de miles de llamaradas solares y nubes de plasma, manifestadas frecuentemente en las regiones árticas a través de las auroras boreales y, en el caso de las regiones antárticas, por medio de las auroras australes, por lo que es un fenómeno que se da con normalidad.
Se cree que un cambio en el campo magnético terrestre motivó a una anomalía de nitratos descargada por las ráfagas de viento solar formadas durante el evento Carrington.
Si bien la población mundial solo pudo presenciar las auroras boreales en el cielo, que para muchos fue todo un espectáculo, lo cierto es que el fenómeno tuvo secuelas considerables para la Tierra y sus habitantes. Éstas fueron:
La magnetósfera de la Tierra, que normalmente se ubica a 60.000 km del planeta aproximadamente, se comprimió para llegar a los 7.000 km, por lo que se cree que los efectos de la llamarada solar pudieron llegar incluso a la estratósfera.
La liberación de radiación electromagnética y la mencionada compresión de la magnetósfera, trajo como consecuencia daños en los pocos aparatos eléctricos existentes para la época. Donde sí se registraron desperfectos de gran magnitud fue en el sistema telegráfico europeo y norteamericano, considerando que era el principal medio de comunicación de ese contexto histórico. Las fuertes corrientes de energía produjeron cortes, cortocircuitos e incendios, llegando a reportarse heridas en muchos operadores telegráficos del momento.
Tal vez fue la manifestación más evidente del evento Carrington, ya que desde el 28 de agosto de 1859 se vieron grandes cortinas luminosas en el cielo, observadas en diferentes puntos de la Tierra, como Florida, Maine, Roma, Madrid, La Habana, Hawái, el norte de Colombia y Santiago de Chile, por mencionar algunos lugares donde testigos notaron la presencia de las auroras boreales hasta el 2 de septiembre.
Por hacerse notable este fenómeno en regiones donde no es común la aparición de auroras boreales, los pobladores de las ciudades afectadas por los Carrington, viendo la intensa iluminación del cielo, creyeron estar viendo un amanecer normal, a pesar de que estos fenómenos se extendieron en horas de la madrugada.
Aunque la llamarada solar generada en 1859 no dejó daños tan graves sobre la Tierra y su población, una eventual tormenta solar según la NASA tendría devastadores efectos en el presente, debido a la presencia de numerosas fuentes de energía empleadas por los habitantes del planeta, algo que apenas comenzaba a desarrollarse en el siglo XIX.
Veamos de forma puntual lo que podría pasar si una gran tormenta solar llega a la Tierra en tiempos actuales:
El seguimiento de la comunidad científica al evento Carrington permitió el análisis y estudio de fenómenos similares de menor magnitud generados luego de 1859. Entre las consecuencias más recurrentes se pudo observar las eficiencias de la electricidad en muchas regiones del planeta, debido a la incapacidad de los paneles solares de generar energía eléctrica. Un claro ejemplo de ello fue el vivido en Quebec (Canadá) en marzo de 1989, cuando una tormenta solar afectó la central hidroeléctrica de la localidad y dejó sin energía a la población por más de nueve horas.
Por tanto, se ha determinado que la conexión a tierra de los grandes transformadores puede propiciar su destrucción por las corrientes continuas generadas por el desequilibrio geomagnético, quedando reducida así su capacidad energética a la mitad de lo cotidiano. A esto se suma la cada vez más latente vulnerabilidad del servicio eléctrico como resultado de la inminente interconexión. Así que hay que tomar en cuenta un eventual apagón mundial por tormenta solar en el presente.
Los paneles solares dispuestos en los satélites artificiales destinados para las comunicaciones han mostrado daños durante los efectos de las llamaradas solares, debido a su erosión por parte de la fuerte radiación cósmica inducida por el Sol ante este fenómeno. Para 1994, los servicios de televisión, telefonía fija y radio de Canadá se vio afectado producto de una enorme tormenta solar que vulneró el funcionamiento de dos satélites de comunicaciones.
El sistema de navegación GPS presente en dispositivos móviles, automóviles y aviones (por nombrar algunos), podría verse seriamente afectado ante los embates de una llamarada solar, por motivo de las secuelas de la alta emisión de energía electromagnética sobre la Tierra. Por tanto, la información que ofrecen estas herramientas y vehículos en materia de geolocalización quedaría prácticamente inutilizada a la hora de un evento de este tipo.
En una sociedad cada día más conectada al internet, los efectos de una tormenta cósmica hoy serían devastadores, por motivo de los daños electromagnéticos que generaría este fenómeno sobre la extensísima red de internet que, por medio de sus cables y fibras, se extienden por miles de kilómetros. No es de extrañar entonces el riesgo que corre la población de quedarse sin este medio de comunicación que se ha vuelto imprescindible día a día.
Los satélites artificiales lanzados al espacio para diferentes funciones son directamente afectados por este fenómeno. De ellos dependen diversas actividades como la telemedicina, las transacciones bancarias, la obtención de información cartográfica, el seguimiento de industrias estratégicas, entre muchas otras, las cuales se verían perjudicadas por una potencial tormenta solar.
Es sabido que las principales agencias espaciales del mundo destinan diversas misiones de astronautas para la investigación in situ de los eventos registrados en el espacio exterior. La presencia de una tormenta solar, específicamente la radiación generada por ésta, sería peligrosa para estas personas, por lo que se han hecho esfuerzos para la protección de estos especialistas.
La elevada emisión de rayos X, radiación gamma y de neutrones, agentes distribuidos en la ionosfera, podrían desencadenar una considerable reducción de la capa de ozono, por lo que una llamarada solar hoy traería consecuencias negativas en la salud de los seres vivos de la Tierra, por lo que sería inevitable la entrada de contaminantes que promueven la aparición de enfermedades de las vías respiratorias.
Por otra parte, la incidencia de los rayos solares de forma directa propicia el incremento de afecciones de la piel y de la vista, así como también la degradación y el desequilibrio ecológico que pondrían en peligro a muchas especies animales y vegetales.
Como hemos explicado, debido a la dependencia de la población mundial a las diversas tecnologías y energías actuales, todo el planeta está prácticamente interconectado a través de los diferentes sistemas dispuestos para tal fin. Una llamarada solar de igual o mayor magnitud que el evento Carrington traería secuelas desfavorables para la economía mundial, producto de la paralización de numerosas industrias que manejan estas tecnologías, así como el elevado costo e inversión que podría destinarse para la reparación de daños generados por este fenómeno geomagnético.
Por ejemplo, se ha estimado que una gran tormenta solar que, hipotéticamente, incidiese sobre los Estados Unidos, traería un coste económico de más de 40.000 millones de dólares cada día, al tiempo que afectaría a 2/3 de sus habitantes.
Los servicios públicos como el transporte aéreo, terrestre y marítimo, la energía eléctrica, telecomunicaciones y muchos otros más empleados en nuestra cotidianidad, paralizarían sus operaciones durante el tiempo de la tormenta solar, la cual puede generarse por cuestión de minutos, horas o incluso días.
Gran parte de las consecuencias anteriormente descritas tendrían repercusión directa en la sociedad mundial, ya que prácticamente pudiese ver detenidas sus actividades cotidianas, laborales y sociales. Asimismo, podría generarse una confusión tal y como ocurrió en la llamarada solar de 1859, cuando el cielo fuertemente iluminado produjo tal conmoción que muchas personas creyeron que era de día, a pesar de que el fenómeno se dio en horas nocturnas o en la madrugada.
Conocidos los efectos que puede propiciar este fenómeno, crece la incertidumbre dentro de la comunidad científica y la población mundial en general por saber cuándo será la tormenta solar proyectada para esta década. De acuerdo con el ciclo de actividad solar, se estimaba la presencia de la tormenta solar de 2020. Sin embargo, este fenómeno no presentó amenaza alguna, pero sirvió como ejercicio para una serie de planes preventivos para mitigar las secuelas de este evento natural.
Aunque la sociedad mundial no ha sido testigo de una llamarada solar de igual magnitud como el evento Carrington, diversos organismos e instituciones especializadas en la materia se han dado a la tarea de hacer estudios para emitir pronósticos y aproximaciones que puedan alertar a la población de las actividades del clima espacial extremo.
Las probabilidades de que ocurra una nueva tormenta solar de grandes proporciones son escasas, estimándose entre un 0,45% y un 12% las posibilidades de que se produzca un fenómeno tal como la llamarada solar de 1859. Si bien son cifras bajas, éstas no han sido ignoradas por la ciencia, por lo que han hecho recomendaciones a los gobiernos del mundo para establecer protocolos que permitan la transmisión de información con respecto a este tema y la disminución de los efectos que conlleva este evento. Por ejemplo, en el 2015, la Casa Blanca presentó un plan de acción para el abordaje de la meteorología espacial, respaldado a su vez por la Comisión Federal Reguladora de Energía.
Se puede decir que una llamarada solar responde a la actividad que el Sol realiza de forma normal sobre la superficie terrestre, la cual está naturalmente protegida por la magnetosfera, que contribuye a la disminución de la radiación y la emisión de energía impulsada por tal fenómeno. Actualmente, se ha determinado que es poco probable que ocurra un fenómeno de las mismas características del evento Carrington, aun así, no se han descuidado las previsiones correspondientes al tema. Por lo pronto, se recomienda estar alerta ante los llamados de las autoridades competentes para saber cuándo es la tormenta solar que se proyecta para los siguientes años y si ésta puede tener algún efecto dañino sobre el planeta.