Después de Berlín, Hamburgo es la segunda ciudad más grande de Alemania. Se encuentra al norte del país, en el extremo sur de la península de Jutlandia.
A pesar de que no tiene salida directa al mar, su puerto es el segundo mayor del Viejo Continente y ocupa casi la octava parte de la metrópoli.
Si echamos la vista atrás, no fue hasta el siglo XII, coincidiendo con el acrecentamiento del comercio en el norte de Europa, cuando Hamburgo consiguió a jugar un papel destacado.
Ello se debió esencialmente al río Elba. Sin este río, el segundo más largo de los que desembocan en el mar del Norte, la hegemonía económica de la ciudad nunca habría sido la misma.
Siglos más tarde, Hamburgo pasó a formar parte de la otrora poderosa Liga Hanseática, junto con la no lejana y también alemana Lübeck. Desde sus muelles partieron galeones colmados de cereales, telas, arenques, especias, madera y metales.
Con el paso del tiempo la ciudad adquirió fama internacional gracias a su artículo de exportación más preciado: la cerveza.
Tras el descubrimiento de América, y con el desarrollo de las rutas marítimas que conectaban los puertos europeos con los asiáticos, Hamburgo se consolidó. A partir de 1550 se convirtió en uno de los puertos de importación más significativos de Europa.
A lo largo del siglo XIX se fueron construyendo junto al puerto almacenes de ladrillo rojo que crecieron en forma de canales, al estilo veneciano, y que hoy se han convertido en centros culturales, comerciales y de ocio. Es lo que se conoce como Speicherstadt –literalmente, ciudad de los almacenes-.
En el verano de 1943, durante la Segunda Guerra Mundial y en el marco de la operación Gomorra, la ciudad fue duramente bombardeada, hasta el punto de que tan solo la tercera parte de sus edificios quedaron en pie.
El barrio de St. Pauli es el suburbio de la vida nocturna, una zona transgresora e inconfundible que, por tamaño, supera a su homónimo holandés. En sus inicios este arrabal estaba fuera de los límites puritanos de la ciudad.
St. Pauli era un dédalo de perdición, sus calles acogían lugares de copas, teatros de todo tipo y multitud de clubes eróticos, donde los marineros buscaban el calor humano que no encontraban en las solitarias noches de alta mar.
Hasta aquí llegaron los Beatles a mediados de agosto de 1960, cuando eran unos perfectos desconocidos. En el Indra Club, un antro de striptease, hicieron las delicias del respetable con sus pegadizas canciones. En cierta ocasión John Lennon llegó a afirmar:
“Tal vez nací en Liverpool, pero maduré en Hamburgo”.
De las andanzas del grupo inglés por la calle Reeperbahn –la aorta del barrio rojo- hay multitud de anécdotas, algunas de más que dudosa veracidad, como esas que cuentan que Lennon tocaba en calzoncillos o que George Harrison se marcaba sus solos con una taza de váter por collar.
La otra cara de la moneda es un edificio en forma de cubo de cristal que se levanta sobre la base de un viejo almacén de ladrillo encarnado, la Filarmónica del Elba.
Este precioso y vanguardista edificio es el emblema de la ciudad, además de ser uno de los espacios con mejor acústica del mundo.
Su diseño y estructura se lo debemos al arquitecto japonés Yasuhisa Toyota, experto en acústica, que con la ayuda de complejos algoritmos dio vida a diez mil paneles sonoros. Están realizados en fibra de yeso y cada uno de ellos contiene un millón de células que recubren balaustradas, paredes y techos.
Además de las salas de concierto, el edificio de la Filarmónica del Elba alberga un hotel de cinco estrellas y 45 privativos apartamentos –el metro cuadrado más caro de toda Alemania–.