Los hermanos comparten juegos, castigos, aficiones, genes…, y, por qué no, el amor por la literatura.
Si cruzamos los vocablos “hermanos” y “escritura”, una de las primeras sagas que afloran en nuestro cerebro es la de las hermanas Brontë. A pesar de que, posiblemente, no sean muchos los que pueden decir sus nombres de corrido –Anne, Emily y Charlotte–, ¿quién no recuerda títulos como “Jean Eyre” o “Cumbres borrascosas”?
Lo que es menos conocido es que en la familia Brontë también había un varón –Branwell– que compartía con las féminas el gusto por la escritura y que, además, era pintor. Desgraciadamente, el talento de sus hermanas le envío al rincón de los olvidados.
El escritor y zoólogo Gerald Durrell fue autor de numerosos libros, entre ellos hay uno, al menos para mí, que destaca por su simpatía y humor: “Mi familia y otros animales”. En uno de sus capítulos describe pormenorizadamente a su hermano mayor Lawrence –al que familiarmente le llamaban Larry– como un chico estudioso, que se pasaba las horas encerrado en su cuarto navegando en un océano de folios.
Pues bien, con los años, Larry se convirtió en uno de los grandes escritores ingleses del siglo XX, ensombreciendo la figura de Gerald. Su tetralogía “Cuarteto de Alejandría” es considerada su obra maestra.
Los hermanos Strugatski –Arkadi y Boris– son dos de los autores de ciencia ficción rusos más conocidos. No solo compartieron afición, sino que escribieron codo con codo sus novelas, algunas de las cuales han sido llevadas a la gran pantalla.
El séptimo arte también nos deleitó con “El ángel azul”, una cinta basada en la novela «El profesor Unrat«, de Mann. Pero su autor no fue Thomas, como habrá pensando más de un lector, sino Heinrich.
Thomas Mann era el hermano pequeño de Heinrich Mann, un escritor muy popular en la Alemania de principios del siglo XX y más dotado, al menos en los inicios, para la escritura.
El destino tiene caminos inescrutables. Thomas acabó ganando el Premio Nobel de Literatura y convirtiéndose en uno de los escritores más influyentes del siglo pasado. De su matrimonio con Katia Pringsheim nacieron seis hijos, tres de los cuales se convirtieron también en escritores –Erika, Golo y Klaus–.
Jacob y Wihelm formaron una de las parejas literarias más estables de toda la Historia de la literatura. Estos eruditos, filólogos y escritores alemanes profundizaron en el folclore de su país y publicaron algunos de los cuentos más conocidos de todos los tiempos.
De sus plumas salieron títulos como “La cenicienta”, “La bella durmiente”, “Rapunzel” o “Blancanieves”. El apellido de estos hermanos, nacidos en Hanau en el estado de Hesse-Kassel, no es otro que Grimm.
En el siglo XIX nacieron dos hermanos en Utrera que su afición por las letras y su ingenio les llevaría a convertirse en los autores de sainetes líricos y juguetes cómicos más famosos de comienzos del siglo pasado.
Sus nombres eran Joaquín y Serafín, de apellido Álvarez Quintero. Con el tiempo ambos llegarían a convertirse en miembros de la Real Academia de la Lengua Española, eso sí, en sillones distintos: Joaquín en la “E” y Serafín en la “H”.
También fueron hermanos y escritores, pero con biografías muy diferentes, Manuel Machado y Antonio Machado. A pesar de que se entendieron en el campo de las letras y llegaron a trabajar juntos, la política les separó. Manuel fue un franquista convencido y Antonio republicano hasta la médula.
Como broche final dos gemelas españolas: Dulce e Inma Chacón. El tema central de la obra de Dulce es la represión franquista y su obra más famosa “La voz dormida”. Desgraciadamente, un cáncer segó su vida impidiéndola escribir una novela que tenía en mente. En la trama participaban una princesa india y un conquistador español.
Menos mal que Dulce tenía a su “complementaria”, su hermana Inma tomó las riendas de la narración y publicó su primera novela con esta base argumental: “La princesa india”. ¿Qué mejor homenaje podía hacerle?