Todos conocemos los grandes almacenes, estamos acostumbrados a verlos y a pasar el día en ellos… Pero ¿cuál fue su inicio? ¿Qué impacto tuvieron en la sociedad en sus comienzos?
El primer gran almacén, conocido como “Bainbridge’s”, nace en 1838 en Newcastle, al norte de Inglaterra, gracias a la idea de dos socios, Emerson Muschamp Bainbridge y William Alder Dunn, quienes abrieron una tienda de telas y ropa que fue creciendo y llego a tener 23 departamentos.
Mientras, en París, con una creciente burguesía, se potencian los principales clientes de este tipo de consumo…
El hijo de un sombrerero, Aristide Boucicaut, se traslada a París y se hace socio de los almacenes “Au Bon Marché” (“barato”), una tienda fundada por los hermanos Videau donde se vendían colchones, tejidos y sábanas.
Aristide Boucicaut se dispuso a transformar el negocio, compró la parte de los fundadores y, junto a su esposa, se lanzaron a una nueva aventura empresarial.
Gracias al éxito de las ventas, en el año 1869 encuentran financiación para construir un edificio nuevo de grandes dimensiones, destinado a vender artículos de consumo.
Louis Auguste Boileau y Gustave Eiffel fueron los encargados del diseño del nuevo edificio. Unos 50.000 metros cuadrados de superficie con varias alturas y una gran cúpula. Era un edificio de metal y cristales, y de amplios y muy bien iluminados interiores.
El edificio destacaba por la rica ornamentación de la estructura vista y la economía de los materiales, especialmente los huecos de escalera, que se rodearon de pasarelas colgantes.
Era una construcción innovadora, un lugar donde los clientes podían entrar y salir cuando quisieran y coger cualquier producto, ya que estaban al alcance.
Las ideas comerciales de Aristide Boucicaut eran revolucionarias para la época. Entre ellas destacan las siguientes:
Por primera vez los clientes (especialmente mujeres) experimentaron una nueva forma de comprar, pudiendo ver y tocar la mercancía. Nacía el “pruébelo antes de compáralo”.
Boucicaut creó un feudo femenino, incluso ideó una sala de lectura para que esperaran los maridos mientras ellas compraban sin interrupciones.
Si una mujer va acompañada de una amiga, dedica más tiempo en las compras que si lo hace con su marido. Si nada más entrar en el comercio el marido puede entretenerse, la mujer será una mejor compradora.
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Esta revolución implico otros cambios sociales. Las mujeres pudieron entrar en el mercado laboral formando parte de las plantillas de los grandes almacenes. Los empleados recibían formación para atender y asesorar a los clientes y, además, podían vivir en la misma tienda o en los edificios colindantes.
Se trataba de que los empleados se implicaran como si el negocio fuera suyo y ofrecieran el mejor servicio.
Émile Zola, en su novela “El paraíso de las damas”, describe el París de la época de Napoleón III, con cambios urbanísticos destinados al disfrute y a la abertura de la ciudad al comercio.
También destaca la influencia de los recién creados grandes almacenes, sobre todo para las mujeres. Son ellas las que encuentran en estos establecimientos la excusa ideal para salir de casa y poder pasar tiempo recorriendo los distintos departamentos escapando de la cotidianidad del hogar…
Deseosos de que las mujeres pasaran más tiempo en sus instalaciones, instalaron aseos públicos, una increíble novedad para las mujeres. Al poder disponer de aseos, se prolongaba la estancia de las compradoras.
Los grandes almacenes trataron de satisfacer todas las necesidades femeninas, hasta las más íntimas. En el París del siglo XIX, los espacios públicos pertenecían solo a los hombres.
En el siglo XIX, el único lugar donde las mujeres virtuosas podían desnudar sus manos era en los grandes almacenes, un primer signo de libertad sexual.
Los grandes almacenes se consideraban peligrosos ya que, en aquella época, las mujeres debían de llevar cubierto casi todo el cuerpo cuando salían a la calle. Probarse un guante para algunas sería algo escandaloso, pero otras empezarían a volver a menudo para comprar más y más guantes.
Las amas de casa que disfrutaban de su reciente liberación empezaron a codearse con damas de extractos social muy diferentes. Todas las mujeres podían comprar la misma ropa, por lo que las distinciones sociales empezaron a difuminarse.
¿Cómo se podía saber si una mujer era de clase alta o baja, virtuosa o no, si ya no había diferencia en su vestimenta y frecuentaban casi los mismos bulevares y tiendas?
Ante la creciente imagen negativa de los almacenes, que hacían que las mujeres estuvieran mucho tiempo fuera de casa (y si perdían su respetabilidad, podían perderlo todo), se empezaron a contratar a dependientas femeninas, abriendo la puerta al mundo laboral de las mujeres.
Las empleadas daban una imagen decorosa, aunque no resultaba un trabajo fácil: tenían que pasar trece horas de pie satisfaciendo hasta el más mínimo capricho de las clientas, teniendo que estar guapas y arregladas, y todo para cobrar un salario mínimo.
Iban impecablemente vestidas con uniformes negros y, a pesar de que no les permitían sentarse, para ellas era increíble poder tener un trabajo que les diera libertad económica. Fue uno de los primeros pasos de la liberación de la mujer.
Ante el éxito de La Maison Du Bon Marché surgieron otros establecimientos inspirados en el mismo modelo de negocio.
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Todos se ubicaban en el centro de las ciudades y todos con una estructura similar: un gran patio central con galerías y con grandes escaparates en la planta baja.
En el Londres de 1903, Harry Gordon Selfridge, procedente de Chicago, fue el responsable de crear los primeros grandes almacenes en Oxford Street. Construyó un edificio de cinco plantas con restaurante, sala de lectura y un cuidado escaparate.
Selfridge, tuvo la idea de ubicar en la planta baja perfumes y productos de belleza, considerados tabú en aquella época.
Innovó realizando fiestas en la azotea y desfiles parisinos con los que llenó Londres de glamour y diversión.
El servicio que ofrecía era algo sin precedentes: si habías perdido un botón de la chaqueta, te lo cosían; si se te habían roto las gafas, te las arreglaban; te limpiaban los guantes y llevaban a cabo todo tipo de labores de las que, hasta entonces se encargaban los criados.
Esto permitió a las mujeres de clase baja acceder a servicios que siempre habían tenido que hacer ellas mismas y, a las de clase alta, a limitar cada vez más las labores de sus sirvientes.
En 1824 Charles Henry Harrod abrió su primera tienda. Al poco tiempo adquirió otra en Brompton. Contaba únicamente con dos vendedores y un mensajero. Al prosperar el negoció, adquirió otras fincas colindantes y lo amplió.
Los almacenes Harrod’s fueron adquiridos por los hermanos Fayed en 1985, quienes lograron convertirlos en emblema de lujo y gran reclamo turístico de Londres.
Un inmigrante judío ruso comenzó como vendedor ambulante. Abrió una tienda en Melbourne en 1911 pero, a medida que su éxito creció, fue necesitando un espacio más grande, por lo que tomo el modelo de los grandes almacenes estadounidenses.
En julio de 1914 se inauguró en Bourke Street, Melbourne, el Myer Emporium Sidney Myer.
Myer fue un innovador, puso la mercancía en exhibición abierta, realizó ventas regulares y proporcionó una guardería para los hijos de los clientes.
También creo un salón-comedor con murales en los que aparecían las mujeres más importantes de la historia. Hoy en día sigue siendo uno de los mejores restaurantes de Melburne.
En 1893, dos primos alsacianos, Théophile Bader y Alphonse Kahn, abrieron una pequeña mercería en la esquina de la calle La Fayette y la Calzada d’Antin.
La tienda de encontrarse cerca de la Ópera y los grandes bulevares. Fue ampliada y, en 1912, las Galerías Lafayette se convirtieron en un bazar de lujo con abundancia y esplendor de mercaderías.
El local se fue ampliando con un salón de té, una sala de lectura, una zona para fumadores y una terraza que ofrece una vista panorámica increíble.
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Estupendo trabajo.
Gracias