Escribió Teodoro Llorente en su obra Valencia y sus monumentos, en 1889:
¿Qué fue de ti, Palacio del Real? ¿Qué te hiciste, noble mansión de los monarcas valencianos, centro oficial y monumento simbólico de nuestro antiguo y glorioso reino? De tu soberbia fábrica no ha quedado piedra sobre piedra: desapareció todo, hasta los escombros esparcidos por la destructora piqueta de los hombres, como desaparecieron también, al golpe de la piqueta de los siglos, las instituciones que representaban, la autonomía ilustre de aquel reino, del que fuiste cabeza, hoy enteramente fundido en la uniformada nación española.
Para Llorente, el derribo del Palacio Real de Valencia en 1810 fue un auténtico drama. El descubrimiento, a finales de 2004, en un archivo francés de unos planos del Palacio Real han permitido que la reconstrucción histórica, virtual y gráfica del edificio sea hoy una realidad.
El Palacio Real de Valencia es, posiblemente, el edificio perdido más notable de la ciudad.
En 1810, ante la amenaza de la llegada, por segunda vez, del ejército francés, comandado por el mariscal Suchet, los militares españoles encargados de la defensa de la ciudad, argumentando razones tácticas, ordenaron el derribo completo del conjunto de edificios que conformaban la residencia de los reyes de la Corona de Aragón desde el siglo XIII.
La desaparición del Palacio, sumada a la absoluta falta de referencias gráficas, hizo que el edificio pasara a formar parte del imaginario ciudadano, hasta que los hallazgos arqueológicos de la calle del general Elío, entre 1986 y 1989, permitieron estudiar parcialmente su planta.
Protagonistas
En la historia del Palacio Real de Valencia hay, al menos, tres protagonistas: el hombre que dibujó los planos en 1802, don Manuel Cavallero, el hombre que ordenó su derribo en 1810, don José Caro, y el hombre que se llevó los planos en 1813, el mariscar Louis-Gabriel Suchet.
Manuel Cavallero
Manuel Cavallero fue un ingeniero militar que en 1801 hizo una descripción de la costa de Murcia y en 1802 era ingeniero comandante de la Plaza de Cartagena.
En cualquier caso, fue el encargado de dibujar los planos del Palacio Real tras una petición desde Madrid sobre información del estado del Palacio Real de Valencia. Planos que se remitieron a Madrid tras su confección por Cavallero, el 11 y 14 de septiembre de 1802.
El 21 del mismo mes los planos retornaron a Valencia, una vez aprobados, y acompañados de una descripción de las obras, que era preciso realizar.
José Caro
José Caro, uno de los capitanes generales de la Valencia que resistía ante el ataque del ejército francés desde 1808, era la autoridad que dio la orden de derribar el Palacio Real de Valencia en 1810.
Hermano del marqués de la Romana, una de las familias ennoblecidas por Felipe V, después de la Guerra de Sucesión, llega a Valencia en 1808 procedente de Mallorca.
En enero de 1809 es nombrado comandante general por el capitán general del Reino, el Conde de la Conquista, permaneciendo en el cargo hasta el verano de 1810, cuando huyó de la ciudad y del país, después del descalabro de sus tropas ante los franceses.
Louis-Gabriel Suchet
El tercer protagonista fue Louis-Gabriel Suchet, mariscal del Imperio y duque de la Albufera, por gracia de Napoleón.
Fue la máxima autoridad francesa de la ciudad y del reino ocupado entre 1812 y 1813 y fue quién, al retirarse de la ciudad, se llevó los planos.
Destrucción del Palacio del Real de Valencia
Sabemos, por las noticias aparecidas en el Diario de Valencia, que el inicio de la destrucción del Palacio tuvo una fecha precisa: el 12 de marzo de 1810.
Así lo confirma la página 86 de aquel diario, en su edición del 22 de abril de aquel año, por una noticia sobre el dinero logrado para el derribo.
Gracias a las cuentas aparecidas en diferentes ediciones del Diario de Valencia sabemos que se obtuvo un buen puñado de reales con los materiales de derribo.
Pero volviendo a la razón de la demolición, según algunos historiadores, podía haber servido como elemento defensivo del puente del Real, jugando el mismo papel que otros edificios anexos, que sí se usaron como estructura defensiva española.
Que el derribo no obedeció solamente a una necesidad militar esta justificado por otras razones. La más potente, el hecho de obtener una serie de recursos económicos y materiales para la defensa de la ciudad, ahogada por las necesidades y el esfuerzo de guerra.
Sin embargo, el derribo no tuvo ningún resultado militar favorable a los españoles, e incluso propició el efecto contrario, pues, cuando las tropas francesas llegaron a las murallas de Valencia, aún permanecían en pie parte de los muros del Palacio, que sirvieron así de construcción defensiva a las baterías de artillería de los asediadores, junto a los monasterios de la Trinidad y de los capuchinos en la calle Alboraia.
El palacio en la época islámica
En esa época era una almunia islámica, identificada con la célebre munya del soberano amir Abd al-Aziz. En su centro había un pabellón, cuyas puertas se abrían sobre un jardín que atravesaba un arroyo.
Los hallazgos arqueológicos efectuados en 1986, bajo la calle General Elío, sacaron a la luz las ruinas de un amplio inmueble, del que unos 65 metros cuadrados permanecían sin techar, y una monumental alberca, parcialmente excavada, cercana a los 9 metros de anchura.
Se trataba de un complejo áulico abastecido por uno de los brazos de la acequia de Mestalla, conformado por edificios, pozos, jardines y balsas dispersos, del que, al menos, se pudo reconocer arqueológicamente una sobria casa de campo articulada alrededor de un espacioso patio rectangular.
El palacio en la época foral
La zona excavada en el año 1986 correspondía a una parte del conjunto de época foral, perteneciendo a la fachada oriental del Real Vell, que daba a una zona de jardines. Se han podido identificar diversos momentos constructivos.
La fase más antigua corresponde a la fundación del palacio cristiano en el siglo XIV, caracterizada por su mujedarismo ornamental, que culmina con la construcción del Real Nou en la época de Alfonso V y las numerosas remodelaciones que se suceden a lo largo del siglo XV.
En el extremo sur de la zona excavada se han encontrado los basamentos de un paso que comunicaba los dos cuerpos que componían este complejo áulico, el Real Vell y el Real Nou.
Les privades, o zona de retiro del rey, de ubicarían en la primera torre del Real Vell, junto a la puerta principal. Entre los meses de mayo y julio de 1457 se realizaron obras en esta zona.
Esta zona residencial estaría compuesta por diversas cámaras: la cambra del appartament de la reina, que se considera la habitación principal, independientemente de la cambra on dorm la dita senyora y de otros retrets.
Así pues, el ala oeste del palacio estaba compuesta por una serie de habitaciones dispuestas alrededor de la torre de la Alcubla: la alcoba de la reina, estancias de retiro (retrets), cambres per alles doncellez, y una sala principal a la que de denomina Cambra de Parament.
Dada, además, la relación existente entre la capella y las privades de la reina, igualmente debemos ubicar en esta zona la cambra damunt la capella e la recambra pavimentadas con alfardones amb les armes del senyor rey y alfardons xichs, reseñados en un documento del año 1452.
Última fase
Las construcciones a lo largo del siglo XV se centraron alrededor de las cuatro torres del Real Vell, siendo la tercera y cuarta utilizadas como lugar de residencia.
Es aquí donde los pavimentos cerámicos de Manises adquieren su papel de símbolo de la realeza, con azulejos decorados con las armas de la Corona de Aragón y de Sicilia.
El cambio dinástico y el Decreto de Nueva Planta, tras la Guerra de Sucesión a la Corona Española, revelan un Palacio Real del que se tienen contadas noticias.
No obstante, los extraordinarios planos del Real exhumaos recientemente, muestran con todo lujo de detalles el aspecto neoclásico, con vestigios góticos arcaizantes de este vetusto caserón áulico.
Los portales con pilastras resaltadas daban acceso al patio principal, con una caja de escalera cubierta con cúpula de media naranja y vano de ingreso con columnas jónicas, coronado por el escudo de las armas reales de Aragón entre follajes, que desembocaba en el salón de la iglesia.
Por su parte, las excavaciones de la calle general Elío constataron el expreso tapiado del monumental pórtico gótico que daba salida hacia los jardines y huertos de levante.
Descripción del Palacio Real de Valencia
Estaba ubicado en la margen izquierda del río Guadalaviar, próximo al arrabal islámico de la Vilanova (junto al convento de La Trinidad).
Es a partir de finales del siglo XVI cuando, de la mano de las intervenciones de la Fabrica Nova del Riu, va tomando cuerpo cierta ordenación urbana en los márgenes del río que permitirá, años después, contextualizar el palacio con el tejido urbano.
En dicho escenario se entremezclaban pinceladas urbanas con rurales: tierras de cultivo, molinos, casas, huertos y jardines, dentro y fuera del palacio, integran la imagen de este sector de la ciudad, al que la acequia jussana de Mestalla abastece de agua, y que conecta con el espacio intramuros a través del Puente del Real.
La construcción del Pont del Reial supuso un punto y aparte. Los pretiles se iniciaron en 1591-1592, en la margen derecha del Turia, entre los puentes de La Trinidad y del Real.
En la margen izquierda se erige, entre 1593-1598, entre ambos puentes y los paredones de este último hasta el del Mar, en los años 1592-1596. Las obras del puente se iniciaron en el verano de 1594.
La Fabrica Nova se creó para levantar los perfiles que defendieran a Valencia de las frecuentes inundaciones protagonizadas por el Guadalaviar.
La primera intervención emblemática en el nuevo puente que, modificado en su anchura, se ha conservado hasta hoy. Se plantea tomar como punto de arranque el huerto del convento de Santo Domingo, en la actual plaza de Tetuán, y trazarlo en dirección al Palacio Real.
El 8 de julio de 1594, la Junta de la Obra Nueva del Río designa a los obrers de vila, Guillem Salvador, Hierony Negret y Francesc Anthon, para que lleven a cabo las obras del puente del Real, fijando como plazo de ejecución cuatro años.
Concluido el puente, con su pasamanos en las cuatro esquinas, y erigidas las imágenes de los patronos de la ciudad, San Vicente Ferrer y San Vicente Mártir, en 1599, el Palacio Real se prepara para recibir a su majestad Felipe III, que se dispone a celebrar su boda con Margarita de Austria.
Durante el periodo barroco, nuevos edificios civiles y religiosos se levantan en la ciudad. Además hubo diversas actuaciones, como la ampliación del paseo de La Alameda, en dirección al nuevo Cami al Grau, que había sido abierto en 1802.
Llegamos así a la mencionada demolición del Palacio, en el año 1810. Sobre las ruinas, el capitán general Javier Elío dispuso crear una zona ajardinada, origen de los actuales Viveros (Las montañitas de Elío), que complementaría al paseo de La Alameda, mejorado durante los años en que el mariscal Suchet ocupó la ciudad. A él se debe igualmente el pequeño parque “afrancesado” del Parterre.
A mediados del siglo XIX se erigen las fuentes del Pla del Reial y la de la actual plaza de Zaragoza. Las huertas aledañas a La Alameda van dando paso a jardines privados, como el de Monforte, junto al cual se construirá a finales del siglo XIX, el Palacio de la condesa de Ripalda, que sería derribado en 1971.
Ante el crecimiento de la ciudad, además de encauzar el río, hubo que integrarlo en el paisaje de la ciudad, convirtiéndolo en un componente más del mismo.
El palacio real en la edad media
Cuando Jaime I conquistó la ciudad de Valencia, renunció a ocupar el alcázar de los reyes musulmanes, aunque en torno a él se situarían los centros de poder de la nueva ciudad cristiana.
Escogió como lugar de residencia temporal la almunia o quinta de recreo, que los reyes de taifa habían levantado al otro lado del río y fuera del recinto amurallado.
Es probable que los trabajos de acondicionamiento fueran, al principio, modestos y no pasaran del establecimiento de una capilla y la adaptación de diversas estancias para las funciones residenciales y de representación.
Cuando Alfonso X el Sabio se detuvo en Valencia, en su camino al concilio de Lyon, solo el monarca castellano pudo hospedarse en el Real, mientras que los infantes y la mayor parte del séquito lo hacían en casas particulares.
Los sucesivos reyes de la Corona de Aragón, fueron haciendo remodelaciones y ampliaciones de la antigua Almunia islámica.
El palacio con austrias y borbones
La antigua construcción musulmana se fue transformando paulatinamente atendiendo a las exigencias residenciales y representativas de los reyes que la habitaron regularmente, así como sus representantes, sus procuradores en el reino.
En un principio esta función recayó en los infantes primogénitos. Con el tiempo, la lugartenencia pasó al varón más inmediato al monarca, pero desde Pedro IV el Ceremonioso, que nombró a su hija doña Constanza procuradora general, se hizo frecuente que al cargo accedieran las mujeres.
Desde el siglo XV, el gobernador es designado virrey o Portanveus de Governador.
En la época de Alfonso el Magnánimo y su esposa María de Castilla, se le concedió gran atención.
Fernando el Católico no habitó el palacio regularmente pero, en 1471 y 1472, como príncipe de Aragón, visitó Valencia, residiendo en él.
Cuando en 1481 impulsa la moderna Inquisición, que en su Corona empezó a funcionar en Valencia, teniendo su sede en el Palacio Real, hasta que, en 1525, se trasladó a la plaza de San Lorenzo.
Nuevas modificaciones se llevaron a cabo en tiempos de Carlos I. En 1521, ordenó la reparación del palacio y pasó a ocuparlo Germana de Foix, que, desde 1523, desempeñó el cargo de virreina.
Tras enviudar de su segundo marido, el marqués de Brandemburgo en 1525, volvió a casar, un año después, con Fernando de Aragón, duque de Calabria, continuando con su alto cargo.
La muerte del duque, en 1550, supuso una clara inflexión en la historia del palacio: muchas de sus pertenencias fueron robadas en la misma noche del óbito.
El resto de sus bienes pasaron al Monasterio de San Miguel de los Reyes. A partir del duque de Calabria, el Palacio no volvió a tener como virreyes a personajes de alta alcurnia, ni el cargo tuvo un carácter vitalicio.
Como suele suceder en el pleno uso de la etiqueta de Borgoña, en tiempos de Felipe II las visitas reales introducían exigencias a las que el edificio debía dar respuesta.
Pero, sin duda, el acontecimiento de mayor trascendencia tuvo lugar en el reinado de Felipe III, ya que eligió Valencia para celebrar su enlace matrimonial con Margarita de Austria, por lo que permanecieron en la ciudad desde el 19 de febrero al 4 de mayo de 1599.
La enorme admiración que despertó el Palacio Real de Valencia respondía, en gran medida, a todo el fasto desplegado con motivo del enlace.
Probablemente los cambios más significativos del palacio tuvieron lugar con la visita que, en abril de 1632, realizó a la ciudad Felipe IV, así como los efectuados con motivo de la visita de 1645 para jurar los Fueros del Reino.
El inicio de la dinastía de los Borbones en España supuso para el Real de Valencia un sistema de administración y gobierno diferente.
La Nueva Planta lo mantuvo como residencia del poder militar, que recaía ahora en el Capitán General, aunque, debido a las condiciones del edificio, el capitán general Cano nunca llegó a habitar el palacio.
Por otra parte, durante muchos años, el palacio se engalanó y transformó para acoger a los miembros de la nueva dinastía.
La hija de Carlos IV, María Luisa, reina regente de Etruria, acompañada por sus hijos, pasó por Valencia en 1808, en su viaje hacia Madrid.
Por estas fechas, al tomar posesión el nuevo alcaide, se queja del lastimoso desorden, puesto que los que debían vivir en palacio no lo hacían y los que debían residir fuera, lo habitaban.
El capitán general José Caro decidió levantar un campo atrincherado alrededor de la ciudad y liberar de posibles apoyos al enemigo en las cercanías de la ribera del río.
Por esta razón, entre marzo y diciembre de 1810, se procedió a la demolición del Palacio Real de Valencia. Una medida que, atendiendo a la experiencia del rechazado ataque a la ciudad, dirigido por el mariscal Moncey a finales de junio de 1808, solo serviría para evitar que se parapetase un ejército sin artillería.
Pero para la disposición de ésta, era más favorable el estado de ruinas en que se dejó, óptima para una fortificación rasante, lo que aprovechó el mariscal Suchet.
La decisión fue duramente criticada ya que resultaba poco coherente estratégicamente y, además, fue pobremente realizada, ya que no les dio tiempo a derribar el contiguo Colegio de San Pio V.
Derribada la ermita de la Soledad en el conflicto y talados los árboles de La Alameda, el mariscal Suchet decidió plantar nuevos árboles. Y, retornada la paz, se pensó en alzar de nuevo el real palacio valenciano.