De los 150.000 habitantes que tenía Ciudad de México antes de la inundación de 1629, solo quedaron 400 familias viviendo en la urbe una vez se logró estabilizar la situación –cinco años más tarde–, aunque no existen cifras exactas. Este hecho histórico marcó un antes y después en la capital de México.
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Para ese entonces, Rodrigo Pacheco y Osorio, III Marqués de Carralbo, era el virrey de la ciudad, e implementó diversas medidas para evitar que los habitantes migraran, sin embargo, no fue suficiente y fueron muy pocos los que permanecieron en sus hogares.
Cuando lograron eliminar toda el agua de la ciudad, empezó un proceso de reconstrucción que llevó otros tantos años, y que consiguió que, poco a poco, Ciudad de México se convirtiera en la gran capital que siempre había sido.
El diluvio de San Mateo, como llamaron los lugareños a esta intensa lluvia (porque comenzó el 21 de septiembre, día de San Mateo), es recordado todos los años en esta fecha, por su gran impacto en el país.
Incluso, en ciertas zonas de la ciudad, descansan monumentos y vestigios que recuerdan a aquella época, como en la esquina de Motolina y Madero, donde, en uno de los edificios, se observa una cabeza de león, justo en la esquina, que marca el nivel que alcanzó el agua durante la inundación.
Una ciudad destinada a las inundaciones
México-Tenochtitlan, como era conocida la ciudad de México hasta la dominación española, se fundó en la parte más baja de la cuenca mexicana, por lo tanto, la ubicación geográfica que tiene es una de las principales causas de las inundaciones.
Los mexicanos, a lo largo de la historia de la ciudad, han desarrollado sistemas, como acueductos y muros de contención, para poder controlar las aguas. A raíz de estas implementaciones han sido capaces de controlar las inundaciones y abastecer a los ciudadanos con agua limpia.
Antes del 21 de septiembre de 1629 hubo otras tres inundaciones importantes, aunque ninguna tan nefasta como el diluvio de San Mateo.
- 1555: Hubo una inundación que llevó a la construcción del muro “Albarradón de San Lázaro”
- 1604: Una de las primeras grandes inundaciones de la ciudad de México. Para ese momento, el “Albarradón de San Lázaro” no pudo contener el agua. Se dice que estaba deteriorado por los saqueos que había sufrido.
- 1607: El río Azcapotzalco subió su nivel e inundó toda la ciudad. Además, se agravó la situación con las lluvias fuertes de los días posteriores.
Después de estos eventos aprobaron la construcción del Tajo de Nochistongo, que ayudaría a sacar el agua de la ciudad. Se trata de un sistema de ríos, canales y arroyos sobre el antiguo lago de Texcoco. En la actualidad, este sistema forma parte del drenaje de la ciudad de México.
El 21 de septiembre que quedó para la historia
De acuerdo a los historiadores, la lluvia comenzó el 21 de septiembre de 1629, el día de San Mateo. En ese entonces, el ingeniero Enrico Martínez le recomendó al virrey Rodrigo Pacheco y Osorio, cerrar la salida del desagüe de Huehuetoca con la finalidad de evitar la crecida de las aguas y que se destruyeran las reparaciones que se estaban realizando.
Sin embargo, la decisión trajo como consecuencia que las aguas descenderían por los montes. Los primeros en ser afectados fueron los indios. Alrededor de 30.000 indios murieron por la inundación.
Luego siguieron los barrios más frágiles de la Ciudad de México, hasta llegar al centro de la ciudad, donde el agua alcanzó los dos metros de altura y las ventanas de los segundos pisos de las casas de familias adineradas se convirtieron en las nuevas puertas.
La escena era dantesca, los cuerpos de personas y animales flotaban en el agua, junto a árboles, carruajes y pertenencias de las familias afectadas. Al quinto día cesó la lluvia y se escucharon las campanas de los templos sonar.
Los supervivientes se asomaron, subieron a sus tejados y observaron el nuevo paisaje, que se mantendría igual durante cinco largos años.
Solo se podían trasladar en canoa y no había forma de conseguir agua potable ni comida saludable. El caos y la desesperación empezó a invadir a los habitantes y miles de familias emigraron a ciudades cercanas, como Puebla.
En medio de la incertidumbre, los sacerdotes otorgaban misas en las azoteas de los conventos, de esta forma los fieles podían escucharlas y encontrar un poco de paz. La Ciudad de México quedó destruida, no solo a nivel estructural, sino también a nivel económico.
Tras las intensas lluvias, hubo saqueos en las casas abandonas, las reservas de granos quedaron arruinadas y llegó un oleaje de muertos, producto de beber agua contaminada.
Medidas para evitar la migración
Cuando el virrey Rodrigo Pacheco y Osorio notó que la ciudad se quedaría sin población, decidió tomar medidas para evitarlo, como la construcción de puentes de madera para cruzar entre edificios y el uso de canoas como medio de transporte principal. También se ordenó la construcción de bardas en las paredes de las casas aún habitadas, para fortalecer los cimientos.
Y una de las medidas más destacadas fue la de prestar 6.000 pesos para improvisar hospitales y para comprar alimentos para los que no tenían cómo adquirirlos.
Drenar el agua no fue fácil
Como el agua no bajó, por naturaleza, los entes gubernamentales de la época propusieron proyectos para poder vaciar la cuenca. Incluso se inició la búsqueda de drenajes que supuestamente existían, pero nada dio resultado.
Cuando se cumplieron dos años de la inundación, propusieron mudar la ciudad al sitio más cercano y elevado, pero los costos eran tan altos que el virrey no lo aceptó. En 1629, en el momento de la inundación, la ciudad ya contaba con 8 hospitales, 6 colegios, casas reales, 2 parroquias, 22 conventos y varios templos, así como 1 arzobispado, cárceles y 1 santo oficio.
Pasados los cinco años de la tragedia, para terminar de sacar el agua de la ciudad, el virrey tomó la decisión de seguir con la construcción del desagüe de Huehuetoca, pero tras ser abierto quedó dañado por el agua.
Pasada la catástrofe, la mayoría de las muertes eran consecuencia de las condiciones insalubres en las que quedó la ciudad. Llevó años volver a levantar las estructuras y que las familias volvieran a poblar las calles con confianza.