Las vacaciones estivales son uno de los momentos más deliciosos para desempolvar ciertos libros de la estantería y disfrutar, aunque sea de forma literaria, del aroma insular. Y es que escritores de todas las latitudes han mostrado su interés por acercarnos, de una forma u otra, a esa fragancia inconfundible que envuelve las islas.
El mar es símbolo de tempestades, naufragios y muerte, mientras que la isla representa la paz, la vida y el descanso. Así, al menos, lo entendió Homero en la “Odisea”. Ítaca –la patria de Ulises– sigue representando a día de hoy el hogar con mayúsculas.
Ítaca no es la única isla literaria que evoca misterio, también lo despierta la Atlántida –la isla de Atlas–. Las primeras menciones a su existencia las encontramos en Platón (en los diálogos Timeo y Critias), en donde nos describe cómo un violento maremoto la hizo desaparecer para siempre.
Igual de enigmática, por lo menos, es Avalon, un escenario que juega un papel crucial en las leyendas artúricas. Se encuentra en algún lugar indeterminado de las islas Británicas y, según la leyenda, sus manzanos dan sabrosas frutas durante todo el año y en ella habitan nueve reinas-hadas, una de las cuales es Morgana.
De Mompracem hasta If
Todo esto está muy bien, pero si hay una isla por antonomasia dentro del universo literario esa es “La isla del tesoro”. La novela de Robert Louis Stevenson que cuenta las peripecias de Jim Hawkins, el joven que se embarcara en un océano de aventuras reservado en exclusiva para los más valientes.
Y es que a veces, solo a veces, las islas son nidos de piratas. Así lo entendió Emilio Salgari el autor de la saga de Los piratas de Malasia, unas novelas que alcanzaron un gran éxito literario entre el final del siglo dieciocho y comienzos del diecinueve. La isla de Mompracem es el refugio de Sandokán, el Tigre de Malasia y enemigo jurado de la Corona de Inglaterra.
Más cercana a nosotros, al menos geográficamente, está la isla de If, ubicada en la bahía de Marsella. En su castillo-prisión estuvo encerrado durante catorce largos años Edmond Dantes, el protagonista de “El conde Montecristo”.
Islas exclusivas para niños
El escritor británico JM Barrie fantaseó con una isla –el País de Nunca Jamás– reservada a los niños perdidos y donde nunca llegarían a convertirse en adultos.
Hace unos años, un grupo de investigadores llegaron a la conclusión de que esa isla existe, se encuentra al norte de Escocia y en ella el escritor pasó algunas vacaciones estivales después de alquilarla en exclusiva para él. Es una tierra de acantilados infinitos y vistas sobrecogedoras, donde no hay, ni falta que le hace, pubs, restaurantes o parques temáticos.
Tampoco los había en la isla en la que naufragó Robinson Crusoe, el personaje inventado por Daniel Defoe, y basado en un marino escocés –Alexander Selkirk– que fue abandonado a su suerte en una isla después de un amotinamiento.
La aventura tuvo lugar en el Océano Pacífico, allí vivió el verdadero Robinson durante cuatro años y cuatro meses. Parece ser que, tras su rescate, se entrevistó con un joven Defoe, interesado en conocer de primera mano lo que allí sucedió. El resto, ya es historia.
A finales de ese siglo HG Wells escribió “La isla del doctor Moreau”, una excusa como otra cualquiera para abordar los límites de la experimentación animal y sus posibles futuros. Con esta novela dio un giro copernicano al concepto literario insular.
Otro aventurero que ha hecho las delicias de grandes y pequeños es Gulliver, que llegó en sus viajes hasta Laputa, una isla con base de diamante y que flota por los aires gracias a un poderoso imán, el cual puede ser manipulado a discreción por sus habitantes, permitiendo dirigir la isla a su antojo.
De todas estas islas literarias, ¿con cuál te quedas? Yo, sin dudarlo, con la de Stevenson.