El 22 de enero de 1901 fallecía Victoria I a los 81 años, reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda y emperatriz de la India, entre otros títulos. Bajo su reinado, su país fue llevado a lo más alto en cuanto a poder y grandeza, vivió el esplendor del Imperio. Llevó la corona durante 64 años, el tiempo más longevo hasta la actual Isabel II, su tataranieta.
No estaba previsto que llegara a ser reina porque su padre, el duque de Kent, era el cuarto hijo del rey Jorge III. Éste falleció en 1820, y su primogénito Jorge IV, le sobrevivió poco tiempo, falleciendo diez años después. El siguiente en la línea sucesoria era su tío Guillermo IV, de 65 años, también sin descendencia, por lo que el Parlamento reconoció el derecho sucesorio a la huérfana del siguiente hermano, ya que el padre de Victoria había fallecido.
No estaba preparada ni educada para reinar, pero la maquinaria real se puso en marcha en la labor. Cumplió 18 años el 24 de mayo de 1837 y, ni un mes después, el 20 de junio, Guillermo IV murió.
Una vida marcada por la figura de su marido
Presidió desde el trono casi dos tercios del siglo XIX. En ese tiempo, España vivía la Guerra Carlista, revoluciones y pronunciamientos. Vio pasar tres monarcas y una república, por no hablar de regencias y espadones. Francia, por ejemplo, conoció dos dinastías regias, entre ellas un imperio y una república.
Su vida podría dividirse en dos partes. Una, la que vivió junto a su marido, el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, alemán y primo de Victoria. Durante esta etapa el matrimonio actuaba como un equipo, de hecho, la creciente influencia política de Alberto sobre la reina planteaba problemas constitucionales.
Y la segunda parte, con el fallecimiento de Alberto en diciembre de 1861, que supuso un punto de inflexión en la biografía de la reina. Se recluyó en su soledad delegando el poder en manos de sus primeros ministros. Su carácter fue depresivo y su vida una reclusión perpetua, siempre vestida de negro.
Cinco de sus nietas reinaron media Europa
Su política diplomática y de matrimonios fue tejiendo una tela de araña en toda Europa. Con la llegada de sus nietos, la reina se había convertido en jefa y consejera de un gran grupo de familiares en Inglaterra y Alemania.
Fue madre (Eduardo VII), abuela (Jorge V) y bisabuela (Eduardo VIII) de reyes de Inglaterra con los que llegó a convivir en algún momento de sus vidas, como se aprecia en la siguiente fotografía.
Su primera hija, Victoria, se convertiría más tarde en la esposa de Federico III, Kaiser de la Alemania Imperial. Reina de Prusia y emperatriz consorte de Alemania durante los 99 días de reinado de su marido.
Y cinco de sus nietas fueron reinas: Alejandra, zarina de Rusia; Marie, reina de Rumania; Victoria Eugenia, de España, que se casó con Alfonso XIII; Maud, hija de Eduardo VIII y reina de Noruega; y Sofía, reina de Grecia. Sí, su parentesco llega hasta la corona española, por ambas vías.
Dio nombre a toda una época, la victoriana. El cenit del Imperio impulsado por la revolución industrial, el urbanismo y el colonialismo.
En su reinado se vivieron cambios culturales, políticos, económicos, industriales y científicos de relevancia. Y precisamente ese colonialismo no brindó épocas de paz duradera, viviendo, por ejemplo, la Guerra de los Boers en Sudáfrica o la Rebelión de la India.
A nivel económico y social, tuvo sus luces y sombras. Pero lo que sí ha pasado a la historia de este periodo fue su excesivo moralismo y puritanismo. En su época triunfaron Charles Dickens, Lewis Carrol, Oscar Wilde o Arthur Conan Doyle.
Al finalizar su reinado, el Reino Unido iba perdiendo fuerza en el orbe mundial y otras potencias emergentes ganaban espacio y peso, como EE. UU. y Alemania.