La lista de perros que han surcado las porfiadas y gélidas aguas de la literatura universal es ingente, en las siguientes líneas vamos a recordar brevemente algunos de ellos.
Probablemente el primero que hizo su aparición fue Argos, el perro de Ulises. Homero nos cuenta que en Ítaca daban por muerto al héroe griego tras haber pasado veinte años después de que la Guerra de Troya y no tener noticias suyas.
Cuando Odiseo llega a su añorado hogar, lo hace disfrazado de mendigo y nadie le reconoce, excepto su fiel Argos. El encuentro se describe en el canto XVII de la «Odisea«: el perro, descuidado y moribundo, mueve su rabo en señal de reconocimiento, para, a continuación, morir fulminado a sus pies. No puede haber una metáfora más bonita de la fidelidad.
Siglos después, Miguel de Cervantes dedicaría a estos animales una de sus Novelas Ejemplares: «El coloquio de los perros«. En ella, dos cánidos –Cipión y Berganza- aguardan en el Hospital de la Resurrección de Valladolid mientras entablan una animada tertulia. La verdad es que el título no podía ser más literal.
Berganza cuenta a Cipión, de forma pormenorizada, sus aventuras y desvelos con los distintos amos que ha tenido hasta ese momento. El relato cervantino es una verdadera delicia que sigue los dictados de la novela picaresca.
Más recientemente, Negro es el protagonista de «Los perros duros no bailan«, una de las últimas ficciones de Arturo Pérez Reverte. Un mastín exboxeador curtido en todo tipo de escaramuzas emprenderá una cruzada para encontrar a dos de sus mejores amigos, Teo y Boris el Guapo.
A lo largo de sus desternillantes páginas, el autor nos descubre un mundo en el que nuestras reglas y convenciones sociales no existen, ni falta que les hace.
En Devon (Inglaterra) se ambienta la tercera novela de Sherlock Holmes que tiene por título un perro: «El sabueso de los Baskerville«. El excelso detective, ayudado por su inseparable Watson, descubrirá que su propietario embadurna al animal con fósforo de forma que cada vez que escupe lo hace en forma de fuego, asemejándose a una bestia diabólica.
¿Cómo olvidar en este recorrido literario a Buck? Es un cruce de San Bernardo y collie que protagoniza «La llamada de la selva«, de Jack London. Después de abandonar su placentera vida y enfrentarse al sufrimiento y los sinsabores de un territorio hostil –la tierra de Yukón durante la fiebre del oro–, Buck se pasará al lado más salvaje de la naturaleza.
No fue la única novela de Jack London protagonizada por un perro. En «Colmillo Blanco» nos narra en primera persona la vida de un perro lobo salvaje en los parajes nevados de Canadá. Otra exquisitez literaria que no hay que perderse.
Entre los perros más notorios de la literatura inglesa no puede faltar Fang, el enorme gran danés que aparece en las novelas de Harry Potter; propiedad de Hagrid, el gigante amigo de los jóvenes magos.
En la década de los treinta del siglo pasado, Stefan Zweig escribió «¿Fue él?«, una novela corta en la que reina la pasión, las suspicacias y la intriga, y que tiene a un perro buldog –que responde al nombre de Ponto– como epicentro de la acción.
Stephen King, en su estilo personal e inconfundible, nos demuestra en «Cujo» que no necesariamente el perro es el mejor amigo del hombre. Un adorable San Bernardo –de cien kilos de peso– se puede transformar en un despiadado animal tras sufrir una enigmática enfermedad. Una turbadora novela que pone los pelos de punta al lector más impertérrito.