La capital eslovena tiene corazón germánico pero espíritu mediterráneo. Para encontrar los primeros asentamientos nos tenemos que remontar a más de cuatro mil años, si bien es cierto que fueron los romanos –allá por el siglo I a.C.– los primeros en fundar un asentamiento estable.
Cuando se convirtió en la Colonia Iulia Emona la dotaron de un avanzado sistema de alcantarillado y calefacción.
Más adelante acogió a los antepasados de los eslovenos y siglos después pasó a formar parte del poderoso Imperio de los Habsburgo. Fue después de la Segunda Guerra Mundial cuando Liubliana adquirió mayor protagonismo y se convirtió en la capital de la República Socialista de Eslovenia, un estado integrado dentro de la extinta Yugoslavia.
En 1991, tras un largo proceso de secesión que se consumó en un conflicto armado, se consolidó la independencia del país, que fue bautizado como República de Eslovenia, eliminando, con ello, los vínculos comunistas.
La urbe discurre alrededor del río Ljublanica que, con su murmullo inalterable, mece a los turistas que disfrutan de un refrigerio en alguna de las muchas terrazas que florecen en sus orillas. Es por ello por lo que los puentes de la ciudad cobran un especial protagonismo.
De todos ellos merece una especial atención el Triple Puente, uno de los más bonitos y visitados y que conecta con el centro neurálgico, la plaza Preséren, la entada a la antigua ciudad amurallada.
Este lugar está presidido por la escultura del poeta esloveno del mismo nombre –France Preséren–. El turista advertido que sigue la mirada del bardo descubrirá, en una de las fachadas aledañas, la estatua de una joven que finge estar asomada a un balcón. Su nombre es Julija y fue el gran amor de Preséren.
En esta plaza, durante los meses de verano, el ayuntamiento acomoda un curioso aspersor –a modo de nube– que, de forma regular, pulveriza agua y hace más llevaderas las horas de calor.
Sin duda alguna, el símbolo de la ciudad es el dragón. La leyenda cuenta que Jasón –uno de los héroes de la mitología griega– tuvo que llevar a su rey un tesoro que estaba oculto en una cueva eslovena, siendo preciso matar al fiero dragón que custodiaba la entrada.
En el siglo XIX se construyó el Puente de los dragones, uno de los más fotografiados y del que se dice que si una mujer virgen lo atraviesa, alguno de los dragones moverá su cola de mármol.
El otro icono de Liubliana es su castillo medieval en la cima de la colina, y al que se puede acceder con la ayuda de un funicular. Desde el castillo se disfruta de una inmejorable vista panorámica.
Pero no todo son adoquines, la ciudad también nos muestra una alternativa no menos interesante: es su barrio de Metelkova.
El latido cultural se percibe en sus galerías de arte al aire libre y en los más de mil eventos alternativos que acoge todos los años. Un abanico de posibilidades que da cabida a espectáculos de teatro, conciertos de música punk y talleres de las más variopintas subculturas.
En el epicentro de Metelkova se encuentra el Hotel Celica, una antigua prisión militar que todavía conserva las puertas enrejadas, una singularidad que atrae la mirada de los turistas más curiosos.
En su entorno hay toda una explosión de colores que envuelve al arrabal en un universo psicodélico en donde no faltan intrigantes mosaicos o turbadoras esculturas que contribuyen a la buscada estampa surrealista. Un espectáculo que no hay que perderse.