Lo que en el siglo pasado despertó asombro, y hasta cierto rechazo, sobre el pensamiento de este hombre, hoy es el pan nuestro de cada día. Su nombre es Ludwig Wittgenstein, filósofo, matemático, lingüista y lógico austríaco.
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Ludwig finalizaría sus días como un británico nacionalizado, pero lleno de vivencias y experiencias de su propia tierra que lo marcaron hasta el final de sus días. Un muchacho acomodado en una clase privilegiada, que en algún momento de su vida lo entregó todo para llegar a lo más esencial del camino.
¿Qué rescatamos del pensamiento de Ludwig Wittgenstein? Resulta muy extenso y lo iremos desglosando, pero su aportación más brillante fue su propuesta del lenguaje, que lo convirtió, sin duda, en uno de los filósofos más originales e influyentes de la historia.
El propio Ludwig se negó a vincularse con las corrientes del pensamiento del siglo XX, como el neopositivismo y la filosofía analítica, incluso cuando sus métodos y pensamientos inspiraron dichas escuelas. Pero, para dibujar su perfil como filósofo y lógico, es preciso remontarnos a su propio origen.
Nacido en Viena el 26 de abril de 1886, Ludwig Wittgenstein creció siendo el último de 9 hijos en una familia adinerada y poderosa del entonces imperio austrohúngaro.
En la casa palacio de los Wittgenstein, eran usuales las recepciones literarias y artísticas propias de estas décadas, en las que la proliferación cultural era paralela al declive de la estructura imperial. Su propio padre, Karl Wittgenstein, consolidado magnate del hierro y el acero, y uno de los hombres más ricos del mundo, se refugió en las artes para complementar su influencia y prestigio.
Las dotes artísticas de los hermanos Wittgenstein fueron estimuladas en el seno de su propio hogar. Ludwig tuvo un hermano mayor pianista y concertista de fama mundial –Paul Wittgenstein- y un ambiente excepcional para su formación.
No es raro encontrar en sus planteamientos filosóficos ejemplos musicales que ilustran perfectamente su pensamiento. En la Viena de Wittgenstein, eran frecuentes las visitas a la casa de los más acaudalados, de artistas famosos como Gustav Mahler, compositor y director de orquesta, gran exponente del post-romanticismo junto a Richard Strauss. El Palacio de los Wittgenstein no fue la excepción.
La genial mente de Ludwig también se vería estimulada por la agitación cultural de tantas corrientes y movimientos buscando su propio lenguaje en la época, lejos del impuesto por el reino.
En su educación formal en la Escuela secundaria de Linz, la Realschule Bundesrealgymnasium Fadingerstrasse, el joven Ludwig, compañero entonces de Adolf Hitler, conseguiría su primer interés vocacional en la ingeniería. Esta inclinación lo llevaría a cursar estudios en Berlín y posteriormente en Manchester. Su interés por el diseño de motores de helicópteros, desembocó en una patente para un motor a reacción en 1911, su primer trabajo con apenas 19 años.
Como parte de sus estudios, Ludwig se topó con una lectura que cambiaría sus intereses radicalmente: Principia Mathematica de Alfred North Whitehead y Bertrand Russell.
El joven vienés pensó que, si todo resultado matemático derivaba de principios lógicos, no había razón para que no fuese igual con el pensamiento, y entonces quiso buscar la solución a todo problema filosófico en la lógica. ¿El resultado? El abandono de la ingeniería aeronáutica el 1 de febrero de 1912 y la matriculación en el Trinity College de Cambridge con Bertrand Russell.
Como discípulo del filósofo, matemático, lógico y escritor británico Bertrand Russell, Ludwig lograría encaminar su propio enfoque, no precisamente en el mismo sendero de su maestro, pero logrando despertar en él el reconocimiento de su genialidad, lo suficiente como para respaldar sus trabajos.
Ludwig no quería encontrar una ciencia para darle unidad al saber, como Russell, sino que, perseguía como fin último, poder darle dos vías distintas a lo que se afirmaba con lógica desde su carácter absoluto, y, por otro lado, lo que podía experimentarse en primera persona. Nacía así la primera etapa de su pensamiento filosófico.
Cuando se trata del trabajo filosófico y lógico de Ludwig, se pueden apreciar dos períodos muy delimitados en el marco de sus creaciones literarias más importantes.
Se habla de un primer y segundo Wittgenstein. El primero en base a su libro novel, el único que vio en vida, el Tractatus lógico-philosophicus, donde Ludwig creyó resolver todas las interrogantes de la filosofía. En este período se manifiesta todo su pensamiento lógico en una obra precedida por varias pequeñas entregas dirigidas a sus maestros, Notas sobre lógica para Russell (1913), y un compendio de las investigaciones filosóficas de Wittgenstein que denominó Notas dictadas a Moore (1914).
Pero, después de varios años de retiro en los que incluso renunció a la herencia familiar y simplificó su estilo de vida, Ludwig vuelve con un nuevo ímpetu y, por supuesto, con nuevas enseñanzas, las cuales registraría en sus investigaciones publicadas después de su muerte. Se conoce así al segundo Wittgenstein.
El ensayo “Un acontecimiento de suma importancia en el mundo filosófico”, como bien expresa en el prólogo su maestro Bertrand Russell, es considerado la obra clave del filósofo Ludwig. Es el resultado de un período reflexivo en la vida del vienés, en un contexto tan convulso como el de la guerra.
Ludwig se alistó voluntariamente en las tropas de su país cuando estalló el conflicto entre Austria-Hungría y Serbia el 28 de julio de 1914, en un intento por medir su coraje y encontrar un nuevo significado a la vida.
Entre 1914 y 1916, incontable correspondencia con sus guías Bertrand Russell, George Edward Moore y el economista John Maynard Keynes sentaron la base de su tratado filosófico, en el que el primer Wittgenstein se enfrenta a los enfoques centrales de la filosofía: mundo, pensamiento y lenguaje.
Ludwig resuelve que el pensamiento representa al mundo como una proposición con significado y, considerando que ambos comparten una misma forma desde el punto de vista lógico, éstos pueden convertirse en imágenes de los hechos. En otras palabras, se trata de mostrar la forma viva de lo que el lenguaje no puede expresar con significados.
Aunque se trata de un texto de naturaleza compleja, no presenta ninguna tesis como tal y su autor no la consideró una obra de enseñanza. Ludwig se esforzó por presentar su pensamiento con 7 máximas principales, de menor a mayor en importancia:
Cada proposición guardaba un sentido para Ludwig, que construyó este tratado sin mayores argumentos –de allí que no contenga tesis–, pero sí con consideraciones fundamentales. Una de ellas, la cercana vinculación en estructura del lenguaje y el mundo. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” reza el Tractatus.
El mundo o Welt está conformado por la totalidad de los hechos. Los hechos (Sachverhalt), se derivan de la relación entre objetos, del estado de las cosas existentes. Así, un hecho puede ser la relación que guarda un lápiz sobre la mesa. Es así como Ludwig afirma que una proposición solo tendrá sentido cuando represente un estado de cosas que tengan lógica en su vinculación.
El Tractatus logico-philosophicus tuvo una primera publicación en 1921 en una revista alemana con el título de Logisch-Philosophische Abhandlung, pero meses después, ya el siguiente año, una edición bilingüe (inglés-alemán) sería publicada en Londres, de la mano de la editorial Kegan Paul. Apenas tiene 70 páginas, suficiente para condensar la complejidad del pensamiento de Ludwig en su primer período.
El Tractatus es la obra maestra de Wittgenstein y determina de qué se puede hablar, en el sentido lógico, y de qué no. Y solo puede hacerse de la realidad. Por esta razón, este ensayo es considerado un firme defensor de las teorías empíricas y de la ciencia en sí.
“De lo que no se puede hablar, hay que callar”, reza el tratado. Incluso las afirmaciones falsas podrán sostenerse con sentido si consigue figurar el estado de las cosas en una relación posible y lógica. Cuando el trabajo de Ludwig sentencia este panorama, comienza a cuestionarse incluso la propia filosofía de su naturaleza. Conviene observarlo entonces desde el punto de vista del lenguaje y la lógica del pensamiento y el mundo.
Todo aquello que no se puede expresar, será lo místico. Demostrar lo inexpresable en ese espacio que denota el origen metafísico, el místico, es la labor lógica que propone el filósofo Wittgenstein a orillas del límite verbal y del pensamiento. Cuando queda mostrado lo inexpresable, trasciende en un universo fuera de lo ético. Porque lo que sea bueno o malo no cambiará en nada los hechos del mundo, y, por tanto, ese valor, el verdadero valor, expresa Ludwig, debe residir siempre en el ámbito de lo místico.
Una segunda época ilustró a un Ludwig Wittgenstein con un espíritu mucho más desafiante, incluso con su propio material. Se trataba de un pensador, ahora formado para impartir conocimientos después de su preparación en la Escuela de Magisterio de Viena.
El Ludwig maestro de escuelas rurales de la Baja Austria daba una sacudida a la academia de la filosofía, apuntando a los grandes cuestionamientos tradicionales de la misma como problemas fantasmas que aparecían a raíz de una comprensión errada de la lógica del lenguaje. Sí, la interpretación es que Ludwig estaba contradiciéndose en esta nueva etapa con respecto a sus primeras resoluciones.
Intentó negar la existencia de dos vertientes; lo que se puede expresar con el lenguaje y lo que debe callarse por no conseguir forma en él. Esta posición bien podía arraigarse en la frustración que personalmente arrastraba después de su participación en la Primera Guerra Mundial, experiencia de la que tenía la certeza de salir fortalecido y renovado, pero que no fue así.
Se concentró entonces Ludwig en su profesión docente con una perspectiva completamente distinta, que le daba más oportunidad al origen pragmático del lenguaje. ¿Para qué nos sirve el lenguaje y para qué lo usamos?
Su regreso a la academia, reclamado además por sus colegas, fue a lo grande. Obtuvo en 1929 un doctorado en Cambridge sometiendo a evaluación su Tractatus con un método para analizar el lenguaje totalmente distinto, dejando atrás aquel atomismo lógico que presentó en su famoso trabajo de guerra inicialmente, y dando paso a un acercamiento más ordinario hacia el lenguaje. Con este giro quedaba oficialmente presentado el llamado “segundo Wittgenstein”.
Esta época fue considerada una de las más prolíficas en aportes filosóficos para Ludwig, pero el principal texto que se recoge de su pensamiento en los años 30 son las Investigaciones filosóficas, en las que asegura que el verdadero significado de las palabras y las proposiciones en su correcto sentido, están en su uso (Gebrauch) inmerso en el lenguaje.
¿Cuál sería el criterio para denominar correcto el uso de una palabra o proposición? Wittgenstein lo limita al contexto al que pertenezca, y dibuja así todo un marco distinto para el lenguaje tal y como lo presentó en su primer período. Entra en el cuadro lo que Ludwig denominó el juego del lenguaje o Sprachspiel. Una oración solo sonará absurda si se usa fuera de contexto, fuera de su propio campo, el cual siempre será una proyección de la vida y experiencia de quien lo esté empleando.
Con estos nuevos conceptos se termina por consolidar también el aspecto universal del lenguaje de Wittgenstein, destacando que deberá estar regido por reglas propias y comunes en un colectivo. Destierra así la posibilidad de un lenguaje privado y mantiene vinculado el propósito de la filosofía con el servicio de mostrar a través de la palabra.
Antes de sus Investigaciones filosóficas, Wittgenstein destacó su pensamiento en los apuntes de clase tomados por sus propios alumnos durante su época de docencia rural, y fueron las reflexiones dictadas por él mismo las que conformaron otra importante joya de su pensamiento: Cuaderno Azul y Marrón.
Estos dos compendios de esa época voluntariamente austera son verdaderas ventanas al descubrimiento de la convicción que rodeó sus trabajos. Era la gramática, y no la lógica como se conocía en el mundo matemático, la que determinaba el sentido dotado al lenguaje o no.
Alcanzar transparencia y honestidad en torno a la concepción del lenguaje fue una misión que persiguió hasta el final. Su mayor anhelo era poder esfumar esa angustia existencial derivada de la definición del lenguaje, y que solía ser el mayor aliado de los problemas que planteaba la filosofía.
La manera de conocimiento y re-conocimiento de la filosofía de Wittgenstein, le valieron a uno de los pensadores más influyentes del siglo XX la división de su producción intelectual en dos períodos de acuerdo a la personalidad que mostró en cada uno de ellos.
En el primero, el primer Wittgenstein se mostró interesado en desnudar el lenguaje como vehículo de expresión contundente de la realidad, constituida ésta por hechos derivados de la relación con los objetos. Esta era la estructura lógica que proponía Ludwig para darle al lenguaje un carácter ideal y no imperfecto.
Pero la valoración del mismo, una vez Ludwig cambia su perspectiva en lo que se conoció como el último o segundo Wittgenstein, es completamente diferente, considerando que ya no es imperfecto, sino que hay múltiples formas del lenguaje.
Esta diversidad genera, por tanto, numerosas reglas y metas trazadas y alcanzadas a través del lenguaje. Se descarta la esencia común del lenguaje y solo se mantiene la familiaridad del mismo, pero no la uniformidad. Este segundo Wittgenstein funda, sin quererlo, la corriente de la filosofía analítica.
A simple vista, parece que hay una incompatibilidad muy marcada entre la visión de Ludwig de un período a otro, incluso una contradicción entre los mismos. Pero, la intención de fondo no repercute en el objetivo de Ludwig: la contemplación del mundo en la eternidad, con prioridad del valor ético y estético.
Lo que cambia es el contenido referencial del lenguaje por uno pragmático. En el primer período, el lenguaje resultaba imperfecto, y solo tomaba su forma ideal en la vinculación de las cosas con la realidad –hechos–; y en el segundo, el lenguaje consigue múltiples formas y funciona bajo sus propias reglas de acuerdo al contexto.
Son numerosas las opiniones que sitúan a Wittgenstein como un autor que, en el fondo, nunca dejó de ser metafísico, aunque fuese de una manera muy peculiar. Con su primera obra, Tractatus logico-philosophicus, siempre mantuvo la intención de preservar todo aquello que trascendiera un límite, a diferencia de otros pensadores y filósofos que usaban el lenguaje ordinario para su análisis sin llegar más allá de una convención social.
Personalmente, Wittgenstein tenía una base metafísica que nunca dejó de lado y que plasmó en sus Diarios secretos, manuscritos de 1914 a 1916. Allí se muestra un Wittgenstein hablando del ser interior, de la relación con Dios y con la lucha contra el mundo exterior que viven los individuos. Un paralelo disonante para un pensador en busca la esencia lógica, pero que siempre admite como conclusión absoluta que una vida decente solo se consigue a partir de la presencia de Dios.
Expresa, además, en correspondencia personal con un amigo en 1919, Ludwig Von Ficker, lo que resulta la clave para la interpretación de su famoso tratado, siendo tajante al señalar el sentido último del libro Tractatus logico-philosophicus como ético. Esta ética propone indagar lo más importante, lo más alto, aquello sobre lo que propone callar como lo fundamental. Solo de esta manera podía resguardar eso que la metafísica en su expresión más clásica trataba de la manera más justa.
La realidad es que aquel muchacho de Viena experimentó todo su trayecto intelectual desde y para las emociones, esas que solo el aspecto metafísico podía proveerle. Cuando asegura que lo que se requiere para poder salir airoso del eje existencialista que propone la vida, es sencillamente trascender, afianza la manera en que solía reconducir sus palabras para dar un uso metafísico por encima de cualquier cosa.
Toda su obra está impregnada de guiños a la misión que se propuso de ensalzar todo aquello que podía rescatar de su infancia y juventud opulenta, rodeado de personalidades rimbombantes y abundantes del sentido etéreo de la vida. El filósofo austriaco se sometió a otros contextos del vivir para comprobar que la buena voluntad y el sentido de la vida están conectados y se resumen en ese Dios invisible que no dejó de incluir en sus manuscritos y reflexiones.
1. Tractatus logico-philosophicus (Logisch-Philosophische Abhandlung).
Publicada en 1921 por primera vez. Una segunda edición bilingüe aparece un año después. La obra fue la única que vio en vida el filósofo y pensador europeo.
A partir de ahí, todos sus trabajos y obras fueron publicados póstumamente, claro indicio de la profunda soledad cultural que le embargó:
2. Investigaciones filosóficas (1953).
3. Anotaciones sobre los fundamentos de la matemática (1953).
4. Cuadernos azul y marrón (1958).
5. Diario filosófico de 1914-16 (1961).
6. Observaciones filosóficas (1965).
7. Lecturas de Ética (1965).
8. Lecturas y conversaciones sobre estética, psicología y creencias religiosas (1966).
9. Sobre la certeza (1969).
En su extensa trayectoria como filósofo, lógico y pensador son numerosas las frases que le hicieron célebre, y que logran sintetizar parte de sus propios enunciados de vida.
Aunque es tan vasta su producción filosófica que resulta atrevido escoger solo 30, hemos seleccionado las que creemos más impactantes y reflexivas.
1. “Si el cristianismo es la verdad, es falsa toda filosofía al respecto”.
2. “La forma en que empleas la palabra “Dios” no muestra en quién piensas, sino lo que piensas”.
3. “La sabiduría no tiene pasiones. Kierkegaard llama a la fe, por el contrario, una pasión”.
4. “¿Qué te importa? ¡Ocúpate de ser tú mejor! Tal como eres, ni siquiera puede entender lo que aquí pueda ser la verdad”.
5. La religión dice: ¡haz esto!, ¡piensa así!, pero no puede fundamentarlo y, cuando lo intenta, repugna; pues para cada una de las razones que dé, existe una razón contraria sólida. Más convincente sería decir “¡piensa así!, por extraño que te parezca”, o “¿no querrás hacer esto?”
6. “Diles que mi vida fue maravillosa”.
7. “La filosofía es una lucha contra el embrujamiento de nuestra inteligencia mediante el uso del lenguaje”.
8. “Revolucionario será aquel que pueda revolucionarse a sí mismo”.
9. “Sentimos que aun cuando todas las posibles cuestiones científicas hayan recibido respuesta, nuestros problemas vitales todavía no se han rozado en lo más mínimo. Por supuesto que entonces ya no queda pregunta alguna; y esto es precisamente la respuesta”. (Extracto de Tractatus lógico-philosophicus)
10. “De lo que no se puede hablar hay que callar”.
11. “Lo inefable (aquello que me parece misterioso y que no me atrevo a expresar) proporciona quizá el trasfondo sobre el cual adquiere significado lo que yo pudiera expresar”.
12. “Toda la sabiduría es fría y con ella es tan difícil ordenar la vida como forjar hierro frío”.
13. “La sabiduría es gris. En cambio, la vida y la religión son multicolores”.
14. “La religión cristiana es solo para aquel que necesita una ayuda infinita, es decir, para quien siente una angustia infinita”.
15. “Me siento inclinado a decir que la expresión lingüística correcta del milagro de la existencia del mundo, a pesar de no ser una proposición el lenguaje, es la existencia del lenguaje mismo.”
16. “No nos damos cuenta de la prodigiosa diversidad de juegos de lenguaje cotidianos porque el revestimiento exterior de nuestro lenguaje hace que parezca todo igual”.
17. “El sentido del mundo tiene que residir fuera de él y, por añadidura, fuera del lenguaje significativo”.
18. “Una proposición solo puede decir cómo es una cosa, pero no qué es ella”.
19. “La arquitectura exalta algo. Por eso, allí donde no hay nada que exaltar, no puede haber arquitectura”.
20. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Solo conozco aquello para lo que tengo palabras”.
21. “La muerte no es ningún acontecimiento de la vida. La muerte no se vive. Si por eternidad se entiende no una duración temporal infinita, sino la intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive en el presente”.
22. “¡No juegues con las profundidades de otro!”.
23. “Nuestra civilización se caracteriza por la palabra progreso. El progreso es su forma, no una de sus cualidades, el progresar. Es típicamente constructiva. Su actividad estriba en construir un producto cada vez más complicado. Y aun la claridad está al servicio de este fin; no es un fin en sí. Para mí, por el contrario, la claridad, la transparencia, es un fin en sí”.
24. “El método correcto de la filosofía sería propiamente este: no decir nada más que lo que se puede decir, o sea, proposiciones de la ciencia natural, o sea, algo que nada tiene que ver con la filosofía, y entonces, cuantas veces alguien quisiera decir algo metafísico, demostrarle que en sus proposiciones no había dado significado a ciertos signos. Este método le resultaría insatisfactorio, pero sería el único estrictamente correcto”.
25. “Nuestras palabras solo expresan hechos, del mismo modo que una taza de té solo podrá contener el volumen de agua propio de una taza de té por más que se vierta un litro en ella”.
26. “La fe religiosa y la superstición son muy diferentes. Una surge del temor y es una especia de falsa ciencia. La otra es un confiar”.
27. “Imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida”.
28. “Nuestra vida es como un sueño. Pero en las mejores horas nos despertamos lo suficiente como para darnos cuenta de que estamos soñando. La mayor parte del tiempo, sin embargo, estamos profundamente dormidos”.
29. “Una palabra nueva es como una semilla fresca que se arroja al terreno de la discusión”.
30. “¡No pienses, sino mira!”.
En sus últimos meses de vida, Ludwig Wittgenstein parece haber dado más luces de su pensamiento de lo que hizo durante 40 años de aportes a la filosofía. Sencillamente expresaba que no hay razón ni sentido para dudar de todo, siendo el cuestionamiento el principio fundamental de un intelectual de su talla.
Víctima de un cáncer de próstata que no atendió adecuadamente, negado a recibir tratamientos agresivos, Wittgenstein se refugió en casa de su médico, el doctor Bevan. La esposa del galeno, quien lo cuidaba, pudo estar a su lado en sus últimas horas y durante toda una noche en vela en la que esperaba que sus amigos pudieran llegar a tiempo para despedirse del genio. La propia Sra. Bevan fue testigo de lo último que pronunció Wittgenstein en su lecho de muerte.
“Dígales que mi vida ha sido maravillosa”
Una frase que abriría el camino para una nueva perspectiva de todo el trabajo de aquel joven vienés que pasó de tardes opulentas entre artistas al abandono de estudios por una nueva vocación; de la comodidad académica, a la lucha armada en la Primera Guerra Mundial; de los pasillos de una escuela rural, a las alabanzas de grandes colegas pensantes en la estructura de la máxima casa de estudios universal; de tenerlo todo, a simplificar su vida sin rechistar.
Ludwig, a pocas horas de morir, había desestimado todo principio de sus trabajos y el de muchos de sus colegas: la duda. Después de todos esos vaivenes de la experiencia, no tuvo reparo en concluir que había tenido una maravillosa vida. Y es que los conflictos de la vida consiguen solucionarse hallando una manera de vivir que haga desaparecer la parte problemática.
Ludwig Wittgenstein murió a los 62 años el 29 de abril de 1951 y fue sepultado en Cambridge.
Para Ludwig Wittgenstein, nuestra inteligencia está embrujada por el uso del lenguaje, y es este el que crea nuestra realidad. Pero ese es solo uno de sus brillantes planteamientos lógicos que cambiaron la forma de entender el mundo…
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Maravilloso ensayo, lo recomiendo especialmente para aquellos que con tan solo una noción sobre la obra y pensamiento de WITTGENSTEIN se propongan una visión más honda y seria. En especial, sus últimas treinta frases selectas, exprimen el summum bonum del gran pensador....