Luis Spota (escritor mexicano) escribía como un poseído, furioso, al igual que un boxeador que da sus mejores golpes para derribar a su contrincante.
Escribía por horas, casi sobre cualquier tema, y digo esto porque nunca tocó el tema del boxeo, deporte que amaba desde su niñez.
Su padre, un italiano inmigrante, lo practicaba de forma amateur, le invitaba a boxear para que formara su carácter, que aprendiera que “no había derrota si persistía”.
Se hizo un gran aficionado al box y a la lucha mexicana, veía reflejado en estos deportes la entrega y la pasión que se necesita para seguir adelante en cualquier contienda. En su caso fue la pasión por la escritura y la vida. Y ninguna de las dos fue fácil.
Desde muy joven tuvo que desempeñar diferentes trabajos que apenas le daban para comer: vendedor de libros, repartidor de volantes, camarero en el Café Regis, etcétera. Y la escritura, su pasión, se convirtió en su sustento de vida.
Se desarrolló con éxito en los medios impresos, que, a la vez, le acercaron al círculo de poder político de México.
Se alejó de la “élite intelectual” que hasta cierto punto desdeñaba. No tenía ningún interés de ser reconocido por otros escritores como Carlos Fuentes u Octavio Paz, que también estaban cerca del poder político.
Decía que su “creación novelística y periodística existiría a pesar de las opiniones de otros intelectuales”. Así es como, igual que en el deporte del boxeo, Luis Spota aguantó los golpes de algunos intelectuales como Luis González de Alba, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska, que, molestos, trataron de denigrar su novela La Plaza, ya que incluía algunos párrafos que ellos habían escrito y que desaparecieron en la segunda edición.
Esa segunda edición fue igual de polémica como la primera versión, porque contaba los sucesos ocurridos en la Plaza de Tlatelolco en 1968, exculpando al gobierno.
Spota aguantó todos los golpes y nunca fue noqueado, se protegió creando su obra y realizando un excelente trabajo como fundador y presidente del Consejo Mundial de Box, que, por ese entonces, lo conformaban once países: Estados Unidos, Argentina, Inglaterra, Francia, México, Filipinas, Panamá, Chile, Perú, Venezuela y Brasil. Sí, Luis Spota nunca fue vencido en vida, no se dejó derrotar por las vicisitudes en ningún momento, hasta que falleció un veinte de enero de 1985. Y, como él pronosticó: su obra sigue y seguirá vigente.