Se suele decir que la novela detectivesca nació con Auguste Dupin, el protagonista de “Los crímenes de la calle Morgue” (1841) de Edgar Allan Poe, y que el empujón definitivo le llegó con el genial Sherlock Holmes.
La aparición de la mujer como protagonista en este tipo de género fue muy posterior. Al principio los papeles femeninos estaban reservados bien para la secretaria, bien para la víctima o bien para la esposa o amiga que incitaba al varón a delinquir.
Afortunadamente, desde hace varias décadas todo ha cambiado y la mujer ocupa un puesto privilegiado en la batalla contra el crimen, se ha apoderado del papel de detective, inspectora o comisaria.
La sargento de la UCO
Posiblemente nuestra primera investigadora patria apareció mucho tiempo atrás, en la España profunda, en la figura de la “vieja del visillo”. Pertrechadas desde sus atalayas, eran capaces de leer entre líneas y llegar a las conclusiones más inverosímiles.
En la literatura española irrumpió a finales de los noventa un personaje carismático, la sargento Virginia Chamorro, de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil. Muchos recordarán que es la inseparable compañera de Rubén Bevilacqua, personajes creados por Lorenzo Silva.
A través de las innumerables correrías hemos podido saber que Chamorro es tímida, hija de militar y que su afición más velada es la astronomía.
Una década antes había nacido Lonia Guiu, la indiscutible pionera española de la serie negra, personaje de ficción que nació de la pluma de María Antonia Oliver. En “Estudio en Lila” Lonia tiene que localizar a una adolescente que, aparentemente, ha huido sin causa alguna del hogar paterno.
Una detective replicante
Alicia Giménez dio rienda suelta a Petra Delicado, un personaje enormemente complejo y lleno de contrastes, como su oxímoron sugiere. La acogida de la crítica propició que algún tiempo después esta detective cobrara vida televisiva.
En el año 2011 la novela negra nos sorprendió con la primera investigadora robótica, producto de los avances bioingenieros, su nombre es Bruna Husky. Su apariencia es la de un robot que luce una espléndida calva y con una piel que sirve de lienzo a un enorme tatuaje.
Gracias a su inventora –Rosa Montero– sabemos que fue creada con veinticinco años, que actualmente tiene treinta y uno, y que antes de sucumbir como el resto de los replicantes, le quedan cuatro años de vida. Y es que todos fallecen como consecuencia de un tumor a la corta edad de diez años.
Asesino en serie en Vitoria
En Batzán (Navarra) trabaja la policía Amaia Salazar, una profesional que lucha contra los traumas infantiles en un mundo gobernado por los hombres.
Esa inspectora de la Policía Foral de Navarra fue creada por Dolores Redondo el mismo año que Susana Martín Gijón dio vida a Annika Kaunda. Una inspectora de origen namibio, afincada en Mérida y especializada en la lucha contra la violencia de género.
Annika es una oficial metida en la treintena, emparejada con Bruno, periodista de profesión, y madre adoptiva de Celia, una típica familia de clase media en la que no podía faltar el perro, Wolf.
Este recorrido termina con la intrépida subcomisaria Alba Díaz de Salvatierra, que junto con el inspector Unai López de Ayala –Kraken– resolverá los enigmáticos crímenes de la “ciudad blanca”.