«Elemental querido Watson«. No podíamos empezar este recorrido de otra forma, con el doctor John H. Watson, el inseparable compañero de Sherlock Holmes. Ambos aparecieron por vez primera en la novela “Estudio en escarlata”.
Tampoco le va a la zaga en cuanto a popularidad se refiere el doctor Jekyll, el protagonista de la celebrada novela de RL Stevenson. En ella un abogado –Gabriel J Utterson– investiga la relación entre su amigo –el galeno– y el misántropo Edward Hyde.
No menos interesantes son las aventuras que vive el médico real Sinuhé, el egipcio, durante el reinado del faraón Akenatón. Es el protagonista de la novela homónima, publicada en 1945 por el finlandés Mika Waltari.
Después de graduarse en la facultad de Ruan, un joven Charles Bovary se traslada a Tostes para ejercer la medicina. Allí, por imposición materna, se casa con una viuda, que no tarda en fallecer. Tiempo después Charles conoce una bella joven, la hija del señor Roault, que con el tiempo se convertirá en la rutilante Madame Bovary.
En nuestras letras uno de los médicos más famosos es, probablemente, el doctor Teodoro Ruipérez. El galeno con el que se entrevista Alice Gould, una mujer atractiva y enigmática de poco más de cuarenta años que es ingresada en su sanatorio mental Nuestra Señora de la Fuentecilla, próximo a Zamora, tras haber intentado envenenar a su marido… Así empieza la novela “Los renglones torcidos de Dios”, de Torcuato Luca de Tena.
Más recientemente Antonio Cavanillas desempolvó la figura del médico personal de Abderramán III –Abul Qasim– en la novela “El cirujano de Al-Andalus”. Una bella recreación literaria en el que conocimos a uno de los mejores cirujanos de todos los tiempos.
Si cambiamos de latitudes, el médico por excelencia de la literatura rusa es el doctor Yuri Andréyevich Zhivago, al que dio vida la pluma de Boris Pasternak. Un joven que, además de médico, es poeta y al que sorprenderá la Primera Guerra Mundial.
Jean Batipste Poquelín, más conocido como Moliére, atacó con saña a los médicos, un tema recurrente en, al menos, cinco de sus obras. De todas ellas la pluma más afinada, satírica y mordaz la encontramos en “El enfermo imaginario”.
En ella su protagonista –Argan– es un hipocondriaco impertérrito que cansado de peregrinar por diferentes consultas decide convertirse en médico para tratar con más atino su universo patológico.
Allende los mares el protagonismo, en lo que a medicina se refiere, se lo lleva el doctor Juvenal Urbino, uno de los personajes de “El amor en los tiempos del cólera”. En el primer capítulo se nos cuenta que perdió la vida torpemente al resbalar la escalera en la que estaba subido mientras intentaba atrapar a su loro, que se había resguardado en un árbol.
Entre las féminas, la doctora más popular es un personaje del escritor estadounidense Noah Gordon, la doctora RJ Cole. Tras su divorcio decide volcarse en su profesión, dejar su puesto en Boston y trabajar de médico rural en Woodfield, en las colinas de Massachusetts.
La literatura también nos ha dejado historias de novicios sanitarios. Sin duda alguna, la novela más conocida sea “El médico”, de Noah Gordon. En ella se nos narra la vida de Rob J Cole, un joven perteneciente al gremio de carpinteros de Londres que, tras la muerte de sus padres, inicia un viaje hacia el conocimiento para ello deberá viajar hasta Persia, en donde conocerá personalmente al gran Ib Sina –Avicena–.
Pío Baroja, por su parte, nos describe en “El árbol de la ciencia” los infortunios e incertidumbres de Andrés Hurtado, un estudiante de medicina que vive afligido pensado en su incierto futuro.
Como vemos la literatura y la medicina han tenido desde antiguo un maridaje perfecto, en donde los médicos, con sus virtudes y defectos, han sabido captar el interés de los narradores.