El siglo XIII hasta principios del siglo XIV fue una época de gran importancia científica, sobre todo desde el punto de vista filosófico, con el hecho insólito del nacimiento de escuelas de pensamiento vinculadas a alguna orden religiosa, y centradas en un pensador que defendía las reglas, principios básicos y la ortodoxia papal.
Solo los franciscanos permanecerían independientes de la obediencia papal, dejando a sus miembros cierta libertad de interpretación religiosa.
Como veremos, y quizás por esa libertad que pretendían mantener, los franciscanos llegarían al enfrentamiento con el Papa y la curia romana para defender el libre pensamiento de un miembro destacado de la Congregación, como fue Guillermo de Occam. Pero, anteriormente, hubo otros sucesos y otros monjes insignes dignos de mención.
San Alberto Magno
San Alberto Magno (1206-1280), fraile dominico, considerado el primer religioso con una mentalidad científica que, aparte de la filosofía y teología, destacó en todos los campos del saber de su tiempo como puede ser la botánica, la astronomía, la geografía, la medicina, la zoología, la física, la alquimia y la mineralogía.
Como científico no tuvo igual en su tiempo; su obsesión por estudiar las ciencias de la naturaleza de una forma experimental, y la idea de compilar todo su saber en una Enciclopedia, encendió las luces de peligro, y tanto la curia romana como los superiores de su orden lograron frenarle en su intento, dada su disciplina hacia sus superiores.
Santo Tomás de Aquino
Sin embargo, fue un punto de referencia para otros insignes religiosos de su tiempo, preparando el camino a su docto discípulo el también dominico, Santo Tomás de Aquino (1225 – 1274), llamado el padre de la Escolástica; el cual debía reconducir definitivamente el pensamiento de Aristóteles que se había implantado en la sociedad en tres fases: una primera fase de hostilidad, una segunda fase de adaptación de sus doctrinas a la estructura cristiana, y una tercera de abandono progresivo de los elementos cristianos.
Además, el pensamiento de Aristóteles se hallaba impregnado del concepto de naturaleza como fuerza motriz. La naturaleza no hace nada superfluo, la naturaleza actúa como si conociese el futuro, o bien, la naturaleza no hace nada en vano.
Es más, la magistral elaboración de las ideas aristotélicas, y su inclusión en el conjunto de ideas cristianas, requería una mente de extraordinaria amplitud, aguda percepción y profundidad. Su poderoso intelecto dio origen a una fusión de las concepciones cristiana y aristotélica, que entrañaba una infinidad de sutiles distinciones en la adaptación de una filosofía pagana a la “cosmología cristiana”
Nicolás de Oresme
Otro religioso importante y representativo de la época fue Nicolás de Oresme (1325-1382), filósofo, matemático, físico y obispo de Liseux, además de amigo y consejero del rey Carlos V.
Su mentalidad abierta le permitió atreverse a cuestionar al mayor pensador aceptado en aquella época como el más grande filósofo de la historia, Aristóteles.
Además, Oresme fue el inventor de la ecuación de la línea recta y del concepto matemático de potencia. También fue capaz de realizar las primeras ecuaciones de geometría analítica, siendo, por lo tanto, un precursor de Descartes. En el campo de la astronomía, se adelantó doscientos años a Copérnico al afirmar que la Tierra tenía un movimiento de rotación.
Nicolás de Cusa
También hemos de destacar a Nicolás de Cusa (1401-1464) que afirmaba que todo conocimiento humano es pura conjetura. Dios comprende cuanto existe y puede ser percibido por la intuición mística.
Reformó el calendario, e incluso realizó un gran esfuerzo para poder demostrar matemáticamente la cuadratura del círculo, planteando la posibilidad de que la Tierra giraba sobre sí misma.
Roger Bacon
Tampoco nos olvidaremos de Roger Bacon (1220-1292) como máximo representante del monje científico, que ya en su tiempo se atrevió a declarar que la única forma de comprobar las afirmaciones sobre conocimientos naturales de la Biblia y de Aristóteles era someterlos a la observación y experimentación.
Asimismo, defendió la implantación del estudio de las ciencias entre los monjes; señaló los errores del calendario juliano y su corrección, al añadir 85 días; hizo una descripción de los países del mundo conocido calculando su extensión aproximada; y sostuvo la teoría de la esfericidad de la Tierra.
También describió las leyes de la reflexión y de la refracción de la luz, llegando incluso, a inventar el telescopio, aunque nunca fabricó ninguno. Todo ello situaba a Roger Bacon en el mundo de la experimentación con grandes reservas sobre el saber especulativo que, a priori, no le daban certeza y confianza.
Todos estos puntos de vista tan avanzados le llevaron a ser vigilado por su propia orden, que tenía miedo de que algunos de sus postulados pudieran ser considerados herejía. No obstante, la protección del papa Clemente IV le permitió seguir trabajando en su obra con tranquilidad. Sin embargo, a la muerte del Papa, volvieron a investigarlo y acabó en prisión.
Guillermo de Occam
La obra de Roger Bacon tiene cierto parecido con la posterior de Guillermo de Occam, que merece un amplio apartado. Precisamente en lo fundamental están de acuerdo; es decir, la ciencia y la fe deben caminar por caminos distintos.
La ciencia es indispensable para entender las leyes que rigen el mundo natural, y sin fe no se puede entender la creación de Dios.
Las diferencias surgen cuando ambos plantean cómo llegar al conocimiento de los fenómenos naturales, pues, mientras que Roger Bacon lo hace a través de la experimentación, Guillermo de Occam lo hará por medio de la lógica. Los dos fueron considerados precursores de la ciencia moderna.
Duns Scoto
En la misma cronología podemos situar a Duns Scoto (1266-1308), franciscano que estudió en Oxford y París, y que tuvo fama de ser uno de los máximos talentos de su época, descollando su sentido crítico y sutil, por lo que fue llamado Doctor Subtilis.
En ese contexto religioso, político y social, donde se traducían del griego al latín las obras más importantes de los antiguos pensadores griegos, es donde aparecen los insignes monjes citados y otros muchos que, como potenciales traductores, eran capaces de estudiar y comprender la mayor parte del conocimiento de los sabios persas, griegos y árabes, para luego transmitirlo en sus textos a la sociedad occidental.
Gracias a estos monjes, los mejores estudian a fondo esas obras, reflexionan y son capaces de sacar nuevas hipótesis y nuevos postulados astronómicos y físicos, que no estaban totalmente de acuerdo con la Biblia y la ortodoxia de Roma, aún, contraviniendo la disciplina de su orden.
Alberto Vázquez Bragado es licenciado en Historia por la universidad de Barcelona. Máster en Historia de la Ciencia por la Universidad Autónoma de Barcelona. Formación en Ciencias Económicas, Dirección de Empresas y Literatura. Autor de artículos de investigación en la revista científica Llull y de varios libros de divulgación científica. Twitter | Web
Nicolás de Orense fue consejero de EL REY CARLOS V DE FRANCIA…no de emperador Carlos V, que vivió 2 siglos después.