La opinión que tenían los antiguos griegos sobre las mujeres queda resumida en un relato del poeta Hesiodo. Según el poeta Hesiodo, del siglo VII a.C., la primera mujer Pandora, fue creada por Zeus para castigar a los hombres. De la caja de Pandora salían todas las calamidades y dolores de la humanidad.
El filósofo Aristóteles, del siglo IV a.C., afirmaba que las mujeres son “por naturaleza más frías y débiles” que los hombres.
En Las partes de los animales decía de la mujer que “la naturaleza de la mujer es un defecto natural”. En comparación con el hombre, el cuerpo de la mujer era menos bello que el del hombre. Por lo que el cuerpo femenino no merecía ser representado en el arte, donde el cuerpo femenino aparece representado siempre vestido, no así el del hombre que podemos verlo desnudo.
Solo en Esparta se representaba el cuerpo de la mujer desnudo, muestra de la decadencia de la libertad de la mujer espartana.
Se consideraba a la mujer menor de edad, por lo que había que excluirla de la vida pública, ya que poseía un cuerpo débil y falto de belleza. Las cualidades más admiradas de las mujeres griegas eran el silencio, la sumisión y la abstinencia.
Las mujeres griegas eran preparadas para ser buenas esposas. Desde niñas se las enseñaba a hilar, a tejer, algo de danza y música, pero solo se les permitía tocar la lira ya que el aulos (especie de flauta) no era apropiado. Esta formación terminaba al contraer matrimonio.
Las mujeres espartanas tenían mayor libertad, podían participar en desfiles atletas y practicar la gimnasia, pero no podían competir.
Tenemos referencia de mujeres griegas que destacaron en poesía lírica, como Safo de Lesbos, Hagesichora, Myrtis y a Corina. Como médico destaca Agnodice. Aparte de estos ejemplos, pocas fueron las mujeres que recibieron una educación que no fuera su preparación para el matrimonio.
Entre los siglos VIII a.C. al IV a.C. el matrimonio fue un traspaso de la tutela de la mujer entre el padre y el marido, un contrato entre ellos. Este contrato se formalizaba con la entrega de la dote. La cantidad de dinero o tierras debía de estar en consonancia con la situación económica de la familia.
El marido era quien administraba la dote, que seguía perteneciendo a la mujer, pero tenía la obligación de generar beneficios. En caso de viudedad o divorcio, la dote regresaba a la mujer, que gracias a esta dote podía contraer nuevas nupcias.
El matrimonio se producía a los 14 años en la mujer y 30 en los hombres. Los matrimonios se realizaban entre miembros de una misma familia.
Para disolver el matrimonio bastaba con acudir al magistrado. El padre de la mujer o el propio marido eran quienes solicitaban el divorcio, por petición de ella misma o por propio interés.
Si una mujer había sido violada o era adúltera, el marido solicitaba el divorcio. La mujer acusada de adulterio se convertía en una gran carga para su familia, ya que no podía volver a contraer matrimonio.
El trabajo de la mujer era siempre dentro del ámbito doméstico, trabajo relacionado con el buen funcionamiento del hogar: preparar alimentos, tejer, hilar… Las mujeres espartanas pudientes solo se dedicaban al cuidado de los hijos.
Los trabajos que requerían salir de casa, como ir al mercado o a buscar agua, los realizaban las esclavas.
El espacio público estaba reservado a los hombres y el privado a las mujeres. El hogar era de dominio femenino.
Los ciudadanos griegos tenían derechos políticos, no así las ciudadanas. Las mujeres no podían formar parte de las asambleas ni votar.
Quien las representaba era su tutor (padre, marido, hijo…). Si no tenían parientes, se les asignaba un tutor legal que las representara, ya que la mujer se consideraba siempre menor de edad.
Las actividades femeninas y masculinas se separaban incluso en los hogares. En el gineceo (hogar), las mujeres ocupaban los lugares más apartados de las calles, no debían ser vistas por extraños.
Para ser consideradas mujeres honradas no podían asistir ni siquiera a banquetes organizados en sus propios hogares, y no podían frecuentar lugares donde hubiera hombres. Solo participaban en los ritos funerarios de sus parientes más próximos.
La vida de las mujeres en la Atenas del siglo IV a.C. estaba totalmente reglamentada, no así en el siglo VI a.C., donde solo se establecía la diferenciación entre mujeres y rameras, la forma de vestir, los paseos, los ajuares, los duelos, las comidas (en las que las mujeres debían de comer la mitad que los hombres), etc.
Las mujeres extranjeras que habitaran en Grecia se regían por otra reglamentación y gozaban de mayor libertad que las mujeres griegas.